MATEO 26:6-29
MATEO 26:6-29 BLP
Estaba Jesús en Betania, en casa de un tal Simón, a quien llamaban el leproso, cuando una mujer que llevaba un perfume muy caro en un frasco de alabastro se acercó a él y vertió el perfume sobre su cabeza mientras estaba sentado a la mesa. Esta acción molestó a los discípulos, que dijeron: —¿A qué viene tal derroche? Este perfume podía haberse vendido por muy buen precio y haber dado el importe a los pobres. Pero Jesús, advirtiendo lo que pasaba, les dijo: —¿Por qué molestáis a esta mujer? Lo que ha hecho conmigo es bueno. A los pobres los tendréis siempre entre vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Al verter este perfume sobre mí, es como si preparara mi cuerpo para el entierro. Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se anuncie el evangelio, se recordará también a esta mujer y lo que hizo. Entonces uno de los doce discípulos, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y les propuso: —¿Qué recompensa me daréis si os entrego a Jesús? Le ofrecieron treinta monedas de plata. Desde aquel momento, Judas comenzó a buscar una oportunidad para entregarles a Jesús. El primer día de los Panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: —¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Jesús les contestó: —Id a la ciudad, a casa de fulano, y dadle este recado: «El Maestro dice: Mi hora está cerca y voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había encargado y prepararon la cena de Pascua. Al anochecer, Jesús se sentó a la mesa con los Doce y, mientras cenaban, dijo: —Os aseguro que uno de vosotros va a traicionarme. Los discípulos, muy tristes, comenzaron a preguntarle uno tras otro: —¿Acaso seré yo, Señor? Jesús les contestó: —El que va a traicionarme es uno que come en mi propio plato. Es cierto que el Hijo del hombre tiene que seguir su camino, como dicen de él las Escrituras. Sin embargo, ¡ay de aquel que traiciona al Hijo del hombre! Mejor le sería no haber nacido. Judas, el traidor, le preguntó: —¿Acaso soy yo, Maestro? Jesús le contestó: —Tú lo has dicho. Durante la cena, Jesús tomó pan, bendijo a Dios, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: —Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y la pasó a sus discípulos, diciendo: —Bebed todos de ella, porque esto es mi sangre, con la que Dios confirma la alianza, y que va a ser derramada en favor de todos para perdón de los pecados. Os digo que no volveré a beber de este fruto de la vid hasta el día aquel en que beba con vosotros un vino nuevo en el reino de mi Padre.