LUCAS 7:1-23
LUCAS 7:1-23 BLP
Cuando Jesús acabó de hablar a la gente que lo escuchaba, entró en Cafarnaún. El asistente de un oficial del ejército romano, a quien este último estimaba mucho, estaba enfermo y a punto de morir. El oficial oyó hablar de Jesús y le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que fuera a curar a su asistente. Los enviados acudieron a Jesús y le suplicaban con insistencia: —Este hombre merece que lo ayudes, porque ama de veras a nuestro pueblo. Incluso ha hecho construir a sus expensas una sinagoga para nosotros. Jesús fue con ellos. Estaba ya cerca de la casa, cuando el oficial le envió unos amigos con este mensaje: —Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa. Ni siquiera me he creído digno de presentarme personalmente ante ti. Pero una sola palabra tuya bastará para que sane mi asistente. Porque yo también estoy sujeto a la autoridad de mis superiores, y a la vez tengo soldados a mis órdenes. Si a uno de ellos le digo: «Vete», va; y si le digo a otro: «Ven», viene; y si a mi asistente le digo: «Haz esto», lo hace. Al oír esto, Jesús quedó admirado de él. Y dirigiéndose a la gente que lo seguía, dijo: —Os aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande como esta. Y cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron curado al asistente. Algún tiempo después, Jesús, en compañía de sus discípulos y de otra mucha gente, se dirigió a un pueblo llamado Naín. Cerca ya de la entrada del pueblo, una nutrida comitiva fúnebre del mismo pueblo llevaba a enterrar al hijo único de una madre que era viuda. El Señor, al verla, se sintió profundamente conmovido y le dijo: —No llores. Y acercándose, tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús exclamó: —¡Muchacho, te ordeno que te levantes! El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos los presentes se llenaron de temor y daban gloria a Dios diciendo: —Un gran profeta ha salido de entre nosotros. Dios ha venido a salvar a su pueblo. La noticia de lo sucedido se extendió por todo el territorio judío y las regiones de alrededor. Enterado Juan de todo esto por medio de sus discípulos, llamó a dos de ellos y los envió a preguntar al Señor: —¿Eres tú el que tenía que venir o debemos esperar a otro? Los enviados se presentaron a Jesús y le dijeron: —Juan el Bautista nos envía a preguntarte si eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro. En aquel mismo momento, Jesús curó a muchos que tenían enfermedades, dolencias y espíritus malignos, y devolvió la vista a muchos ciegos. Respondió, pues, a los enviados: —Volved a Juan y contadle lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el evangelio. ¡Y felices aquellos para quienes yo no soy causa de tropiezo!