JOB 31:1-40
JOB 31:1-40 BLP
Yo hice un pacto con mis ojos de no fijarme en doncella. ¿Qué suerte nos reserva Dios allá arriba, qué herencia nos guarda el Todopoderoso en lo alto? ¿No reserva el desastre al criminal y no le espera el fracaso al malhechor? ¿No vigila mi conducta y observa mis andanzas? ¿Caminé acompañado del embuste y han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin trampa y así comprobará Dios mi integridad. Si aparté mis pasos del camino, guiado por los caprichos de mis ojos; si se pegó alguna mancha a mis manos, ¡que otro devore mi sembrado, que me arranquen mis retoños! Si cedí a la atracción de otra mujer, acechando a la puerta del vecino, ¡que mi esposa muela para otro, que un extraño se acueste con ella! Pues sería un caso de infamia, una ofensa que reclama justicia: un fuego que consumiría hasta el Abismo, que devoraría mi hacienda de raíz. Si denegué su derecho al esclavo o a la esclava, que pleiteaban conmigo, ¿qué haré cuando Dios se levante, qué responderé cuando me interrogue? ¿No los hizo en el vientre como a mí y no nos formó en el seno el mismo Dios? Si me cerré al débil necesitado o a la viuda consumida por el llanto; si comí el pan en soledad sin querer compartirlo con el huérfano (yo que desde joven lo cuidé como un padre y lo guié desde el día en que nació); si vi a un transeúnte sin vestido o a un pobre sin nada que ponerse y no me lo agradecieron sus cuerpos, calientes con la lana de mis ovejas; si alcé la mano contra el huérfano contando con el apoyo del tribunal, ¡que se me salga el hombro de la espalda, que se me rompa el brazo por el codo! Me aterra el castigo de Dios, nada podría frente a su majestad. No puse en el oro mi confianza ni llamé «seguridad» al oro fino; no me complacía en mi inmensa riqueza, en la fortuna conseguida con mis manos. No miré al sol en su esplendor ni a la luna en su curso luminoso, dejándome seducir en secreto y enviándoles un beso con la mano. También sería una ofensa criminal, una traición al Dios Altísimo. No disfruté con la ruina del enemigo, ni gocé cuando la desgracia lo abatió; tampoco permití que mi lengua pecara pidiendo su muerte con maldiciones. Cuando los de mi casa decían: «¡Quién pudiera saciarse de su carne!», el forastero no durmió al sereno, porque abrí mis puertas al viajero. No oculté mi pecado como Adán, ni escondí mi delito en mi interior; no he guardado silencio ni he dejado de salir a la calle por miedo a la opinión de los demás, por temor al desprecio de mi gente. ¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma! ¡Que responda el Todopoderoso! ¡Que mi rival redacte su alegato! Juro que lo llevaré sobre el hombro o ceñido como una diadema. Le daría cuenta de mis pasos, saldría a su encuentro como un príncipe. Si mis campos me recriminan algo y sus surcos lloran al unísono, por comer sus frutos sin pagarlos y dejar sin su jornal a los braceros, ¡que en vez de trigo produzcan espinas; en vez de cebada, ortigas! Fin de las palabras de Job.