JUAN 10:21-42
JUAN 10:21-42 BLP
Otros, en cambio, replicaban: —Sus palabras no son precisamente las de un endemoniado. ¿Podría un demonio dar la vista a los ciegos? Se celebraba aquellos días la fiesta que conmemoraba la dedicación del Templo. Era invierno y Jesús estaba paseando por el pórtico de Salomón, dentro del recinto del Templo. Se le acercaron entonces los judíos, se pusieron a su alrededor y le dijeron: —¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres el Mesías, dínoslo claramente de una vez. Jesús les respondió: —Os lo he dicho y no me habéis creído. Mis credenciales son las obras que yo hago por la autoridad recibida de mi Padre. Vosotros, sin embargo, no me creéis, porque no sois ovejas de mi rebaño. Mis ovejas reconocen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, jamás perecerán y nadie podrá arrebatármelas; como no pueden arrebatárselas a mi Padre que, con su soberano poder, me las ha confiado. El Padre y yo somos uno. Intentaron otra vez los judíos apedrear a Jesús. Pero él les dijo: —Muchas obras buenas he hecho ante vosotros en virtud del poder de mi Padre; ¿por cuál de ellas queréis apedrearme? Le contestaron: —No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por haber blasfemado, ya que tú, siendo un hombre como los demás, pretendes hacerte pasar por Dios. Jesús les replicó: —¿No está escrito en vuestra ley que Dios dijo: Vosotros sois dioses? Si, pues, la ley llama dioses a aquellos a quienes fue dirigido el mensaje de Dios y, por otra parte, lo que dice la Escritura no puede ponerse en duda, ¿con qué derecho me acusáis de blasfemia a mí, que he sido elegido por el Padre para ser enviado al mundo, por haber dicho que soy Hijo de Dios? Si no realizo las obras de mi Padre, no me creáis; pero, si las realizo, fiaos de ellas, aunque no queráis fiaros de mí. De este modo conoceréis y os convenceréis de que el Padre está en mí, y yo en el Padre. A la vista de estos discursos, los judíos intentaron, una vez más, apresar a Jesús; pero él se les escapó de las manos. Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde tiempo atrás había estado bautizando Juan, y se quedó allí. Acudía a él mucha gente, y decían: —Cierto que Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo acerca de este era verdad. Y fueron muchos los que en aquella región creyeron en él.