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JEREMÍAS 25:1-31

JEREMÍAS 25:1-31 BLP

Palabra que recibió Jeremías relativa a todo el pueblo de Judá, el año cuarto del reinado de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá. Era el año primero de Nabucodonosor, rey de Babilonia. El profeta Jeremías se la comunicó a todo el pueblo de Judá y a todos los habitantes de Jerusalén, en estos términos: —Desde el año décimo tercero de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, hasta el día de hoy (veintitrés años en total) he recibido la palabra del Señor y os la he comunicado día tras día, pero no habéis escuchado. También el Señor os ha enviado puntualmente a sus siervos los profetas, pero no escuchasteis ni os esforzasteis por escuchar. Os decían: «Si cada cual abandona su mala conducta y sus malas acciones, volverá a la tierra que el Señor os dio a vosotros y a vuestros antepasados, desde siempre y para siempre. No vayáis detrás de dioses extranjeros, sirviéndolos y adorándolos, y no me irritéis con vuestras obras; así tampoco os trataré mal». Pero, para vuestra desgracia, no me escuchasteis —oráculo del Señor— y seguisteis irritándome con vuestras obras. Por eso, así dice el Señor del universo: Por no haber escuchado mis palabras, mandaré a buscar a todas las tribus del norte —oráculo del Señor— y a mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia, y los traeré contra esta tierra y sus habitantes, y contra todos los pueblos de alrededor a los que consagraré al exterminio y convertiré en objeto de horror y burla, y en desolación perpetua. Pondré fin a las voces alegres de fiesta, a las canciones del novio y de la novia, al ruido del molino y a la luz de la lámpara. Y todo este país se convertirá en ruina y desolación, y los pueblos de alrededor servirán al rey de Babilonia durante setenta años. Cuando se cumplan los setenta años, pediré cuentas al rey de Babilonia y a aquella nación —oráculo del Señor— por todos sus crímenes, y convertiré el país de los caldeos en desolación perpetua. Haré que se cumplan contra aquel país todas las palabras que pronuncié contra ellos, todo lo escrito en este libro, el de las profecías de Jeremías contra todas las naciones. También ellos estarán esclavizados a numerosas naciones y a reyes poderosos; les pagaré conforme a sus acciones, a lo que hayan realizado. Así me dijo el Señor, Dios de Israel: —Toma esta copa del vino de la cólera que te doy, y házsela beber a todas las naciones adonde voy a enviarte. Beberán, se tambalearán y se comportarán como locos ante la espada que voy a lanzar en medio de ellos. Tomé la copa que me daba el Señor y se la hice beber a todas las naciones a las que me envió el Señor: a Jerusalén, a las ciudades de Judá, a sus reyes y dignatarios, para convertirlos en ruina y desolación, en motivo de burla y maldición [como ocurre hasta el presente]. Se la di también a beber al faraón, rey de Egipto, a sus cortesanos y dignatarios, a todo su pueblo y a sus mercenarios; a todos los reyes del país de Us, y a los reyes de territorio filisteo: Ascalón, Gaza, Ecrón y lo que queda de Asdod; a Edom, a Moab y a los amonitas; a todos los reyes de Tiro y de Sidón, y a los reyes de las costas de ultramar; a Dedán, Temá y Buz, y a todos los que se afeitan las sienes; a todos los reyes de Arabia y de las distintas razas que viven en la estepa; a todos los reyes de Zimrí, de Elam y de Media; a todos los reyes del norte, cercanos y lejanos, uno detrás de otro, y a todos los reinos de la superficie de la tierra. Y cuando acaben ellos, beberá el rey de Sisac. También les dirás: «Así dice el Señor del universo, Dios de Israel: Bebed, emborrachaos, vomitad y caed para no levantaros ante la espada que voy a lanzar en medio de vosotros». Y, si se niegan a aceptar la copa que les ofreces para beber, les dirás: «Así dice el Señor del universo: Tenéis que beber, pues si voy a empezar el castigo por la ciudad que lleva mi nombre, ¿creéis que vosotros vais a quedar impunes? No quedaréis impunes, pues voy a convocar a la espada para que acabe con todos los habitantes de la tierra» —oráculo del Señor del universo. Tú profetízales lo siguiente. Les dirás: El Señor ruge desde lo alto, clama desde su santa morada; ruge sin parar contra su pastizal, grita como los pisadores de uva contra todos los habitantes del país. Resuena el vocerío hasta el confín de la tierra: tiene el Señor un pleito con los paganos, viene a juzgar a todo ser viviente, entregará a los malvados a la espada —oráculo del Señor—.