ÉXODO 32:1-22
ÉXODO 32:1-22 BLP
Viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar del monte, se presentaron en masa ante Aarón y le dijeron: —Anda, haznos un dios que nos guíe pues no sabemos qué le habrá pasado a ese Moisés, el hombre que nos sacó de Egipto. Aarón les respondió: —Quitad los pendientes de oro que llevan en las orejas vuestras mujeres, hijos e hijas, y traédmelos. Todos se quitaron los pendientes de oro de las orejas y se los llevaron a Aarón; este los recibió de sus manos e hizo con el oro fundido un becerro modelado a cincel. Entonces ellos exclamaron: —¡Israel, este es tu dios, el que te sacó de Egipto! Cuando Aarón vio esto, construyó un altar delante del becerro y proclamó: —Mañana será un día de fiesta en honor del Señor. Al día siguiente madrugaron y ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión. Después se sentaron a comer y beber y, al finalizar, se levantaron a divertirse. El Señor dijo a Moisés: —Desciende del monte, porque tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto, se ha pervertido. Muy pronto se han apartado del camino que yo les había indicado. Se han fabricado un becerro de metal al que adoran y ofrecen sacrificios al tiempo que proclaman: «¡Israel, este es tu dios, el que te sacó de Egipto!». El Señor continuó diciendo: —Me estoy dando cuenta de que este pueblo es muy testarudo. Déjame, pues, que descargue mi ira contra ellos y los aniquile. Y tú serás el que dé origen a una gran nación. Entonces Moisés intentó aplacar el furor del Señor, su Dios, diciendo: —Señor, ¿por qué vas a descargar tu ira contra tu pueblo, el mismo en favor del que hiciste uso de tu gran fuerza y poder para sacarlo de Egipto? ¿Acaso vas a permitir que los egipcios digan: «Con malos fines los sacó Dios; lo hizo para matarlos en las montañas y borrarlos de la faz de la tierra»? No te dejes llevar por la ira y renuncia al castigo que pensabas para tu pueblo. Acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac e Israel, a quienes hiciste solemne promesa diciendo: «Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo y daré a vuestros descendientes como herencia perpetua la tierra de la que os he hablado». Entonces el Señor renunció a aplicar el castigo con que había amenazado a su pueblo. Moisés se volvió y descendió del monte trayendo en sus manos las dos tablas del testimonio. Estaban escritas por ambos lados, por delante y por detrás. Las tablas y la escritura que había grabada en ellas eran obra de Dios. Cuando Josué escuchó el griterío del pueblo, dijo a Moisés: —Se escuchan gritos de guerra en el campamento. Y Moisés respondió: —No son gritos de victoria ni de derrota; lo que estoy oyendo son cantos festivos. Cuando llegó Moisés al campamento y vio el becerro y las danzas, se enfureció y arrojó al pie del monte las tablas que llevaba en sus manos, haciéndolas añicos. Agarró el becerro que habían fabricado, lo arrojó al fuego y, una vez convertido en ceniza, lo disolvió en agua y obligó a los israelitas a que bebieran esa agua. Y dijo a Aarón: —¿Se puede saber qué te hizo este pueblo para que le indujeras a cometer un acto tan aberrante? Aarón respondió: —Señor mío, no te enfades contra mí; tú sabes que este pueblo es proclive al mal.