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DEUTERONOMIO 2:7-37

DEUTERONOMIO 2:7-37 BLP

Porque el Señor tu Dios te ha bendecido en todo lo que has emprendido, ha protegido tu caminar a través de este inmenso desierto y nada te ha faltado durante estos cuarenta años, porque el Señor tu Dios ha estado contigo». Así, pues, seguimos la ruta de la Arabá, que parte de las ciudades de Elat y Esionguéber, y entramos en el territorio de nuestros hermanos, los descendientes de Esaú, que habitan en Seír. Después torcimos y fuimos hacia el desierto de Moab. El Señor también me dijo: Tampoco ataques a Moab ni lo incites a guerrear, porque no te daré nada de su territorio, ya que la región de Ar se la di en posesión a los descendientes de Lot. (En la antigüedad vivió allí un pueblo fuerte y numeroso; el de los emitas. Ellos eran tan altos como los anaquitas. Tanto a ellos como a los anaquitas se los tenía por refaítas, si bien los moabitas los llamaban emitas. También, en la antigüedad, habitaron en Seír los hurritas, pero los descendientes de Esaú los desalojaron y los aniquilaron, instalándose en su lugar, lo mismo que hizo Israel con la tierra que el Señor le dio en posesión). Y ahora, reanudad la marcha y cruzad el torrente de Záred. Y así lo hicimos. Los años transcurridos desde que salimos de Cadés Barnea hasta que cruzamos el torrente de Záred fueron treinta y ocho. Para entonces todos los hombres de aquella generación aptos para la guerra habían muerto, tal como se lo había jurado el Señor. El poder del Señor se hizo sentir en medio del campamento hasta que, finalmente, los eliminó por completo. Cuando ya no quedó en el pueblo ningún hombre apto para la guerra —porque habían muerto—, el Señor me dijo: Hoy vas a cruzar por Ar la frontera de Moab y vas a entrar en contacto con los amonitas, descendientes de Lot. No los ataques ni los pongas en trance de combatir, pues no te daré nada de su territorio; se lo he dado en posesión a los descendientes de Lot. (También este era tenido por un territorio de refaítas, porque antiguamente ellos vivieron allí, si bien los amonitas los llamaban zonzonitas. Era un pueblo fuerte y numeroso, altos como los anaquitas; pero el Señor los aniquiló por medio de los amonitas que, apoderándose de su territorio, se instalaron en él. De igual modo actuó el Señor con los descendientes de Esaú, que vivían en Seír: estos aniquilaron a los hurritas y se apoderaron de su territorio instalándose en él hasta el día de hoy. En cuanto a los jeveos que vivían en las aldeas cercanas a Gaza, fueron aniquilados por los caftoritas, oriundos de Creta, que ocuparon su lugar). Y ahora, reanudad la marcha y cruzad el torrente Arnón. Te entrego al amorreo Sijón, rey de Jesbón, junto con su territorio. Declárale la guerra y lánzate a su conquista. A partir de hoy comenzaré a infundir pavor y miedo hacia ti entre todas las naciones que hay debajo del cielo; cuando oigan hablar de ti, temblarán y se estremecerán. Desde el desierto de Cademot envié embajadores a Sijón, rey de Jesbón, con esta propuesta de paz: «Permíteme pasar por tu territorio; seguiré la ruta establecida sin desviarme a derecha ni a izquierda. Te pagaré el agua que beba y los víveres que consuma. Solo te pido que me permitas cruzar tu territorio como lo han hecho los descendientes de Esaú, que viven en Seír, y los moabitas de Ar, hasta que pasemos el Jordán y entremos en la tierra que el Señor nuestro Dios nos da». Pero Sijón, rey de Jesbón, se negó a dejarnos cruzar por su territorio, porque el Señor tu Dios había ofuscado su espíritu y endurecido su corazón, a fin de convertirlo en súbdito tuyo, como lo es hasta el día de hoy. Entonces el Señor me dijo: Estoy dispuesto a entregarte a Sijón y su territorio; comienza, pues, la conquista y apodérate de su territorio. Sijón nos salió al encuentro con sus tropas, para presentarnos batalla en Jasá. El Señor nuestro Dios lo entregó en nuestro poder y lo derrotamos a él, a sus hijos y a todas sus tropas. Conquistamos todas sus ciudades y las consagramos al exterminio matando a hombres, mujeres y niños. No dejamos a nadie con vida. Únicamente nos quedamos con los ganados y el despojo de las ciudades que conquistamos. Desde Aroer que está al borde del torrente Arnón, y desde la ciudad que está en el valle, hasta el límite con Galaad, no hubo ciudad que se nos resistiera; todas nos las entregó el Señor, nuestro Dios. Solo dejaste de invadir el territorio amonita, la cuenca del Yaboc, los pueblos de la montaña y los lugares que el Señor nuestro Dios nos había prohibido conquistar.