HECHOS 22:3-21
HECHOS 22:3-21 BLP
—Soy judío —afirmó Pablo—; nací en Tarso de Cilicia, pero me he educado en esta ciudad. Mi maestro fue Gamaliel, quien me instruyó con esmero en la ley de nuestros antepasados. Siempre he mostrado un celo ardiente por Dios, igual que vosotros hoy. He perseguido a muerte a los seguidores de este nuevo camino del Señor, apresando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres. De ello pueden dar testimonio el sumo sacerdote y todo el Consejo de Ancianos, pues de ellos recibí cartas para nuestros correligionarios judíos de Damasco, adonde me dirigía con el propósito de apresar a los creyentes que allí hubiera y traerlos encadenados a Jerusalén para ser castigados. Iba, pues, de camino cuando, cerca ya de Damasco, hacia el mediodía, me envolvió de repente una luz deslumbrante que procedía del cielo. Caí al suelo y escuché una voz que me decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?». «¿Quién eres, Señor?», pregunté. «Soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues», me contestó. Mis acompañantes vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo pregunté: «¿Qué debo hacer, Señor?». El Señor me dijo: «Levántate y vete a Damasco. Allí te dirán lo que se te ha encargado realizar». Como el fulgor de aquella luz me había dejado ciego, mis acompañantes me condujeron de la mano hasta Damasco. Había allí un hombre llamado Ananías, fiel cumplidor de la ley y muy estimado por todos los residentes judíos. Este vino a mi encuentro y, poniéndose a mi lado, me dijo: «Hermano Saúl, recobra la vista». Al instante recobré la vista y pude verlo. Ananías, por su parte, añadió: «El Dios de nuestros antepasados te ha escogido para manifestarte su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su propia voz. Porque debes ser su testigo ante todos de cuanto has oído y presenciado. No pierdas tiempo ahora; anda, bautízate y libérate de tus pecados invocando el nombre del Señor». A mi regreso a Jerusalén, un día en que estaba orando en el Templo tuve un éxtasis. Vi al Señor, que me decía: «Date prisa. Sal enseguida de Jerusalén, pues no van a aceptar tu testimonio sobre mí». «Señor —respondí—, ellos saben que yo soy el que iba por las sinagogas para encarcelar y torturar a tus creyentes. Incluso cuando mataron a Esteban, tu testigo, allí estaba yo presente aprobando el proceder y cuidando la ropa de quienes lo mataban». Pero el Señor me contestó: «Ponte en camino, pues voy a enviarte a las más remotas naciones».