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Génesis 44:1-28

Génesis 44:1-28 NVI

Más tarde, José ordenó al mayordomo de su casa: «Llena con todo el alimento que les quepa los costales de estos hombres, y pon en sus bolsas el dinero de cada uno de ellos. Luego mete mi copa de plata en la bolsa del hermano menor, junto con el dinero que pagó por el alimento». Y el mayordomo hizo todo lo que José le ordenó. A la mañana siguiente, muy temprano, los hermanos de José fueron enviados de vuelta, junto con sus asnos. Todavía no estaban muy lejos de la ciudad cuando José le dijo al mayordomo de su casa: «¡Anda! ¡Persigue a esos hombres! Cuando los alcances, diles: “¿Por qué me habéis pagado mal por bien? ¿Por qué habéis robado la copa que usa mi señor para beber y para adivinar? ¡Esto que habéis hecho está muy mal!”» Cuando el mayordomo los alcanzó, les repitió esas mismas palabras. Pero ellos respondieron: ―¿Por qué nos dice tales cosas, mi señor? ¡Lejos esté de nosotros actuar de esa manera! Es más, nosotros te trajimos de vuelta de Canaán el dinero que habíamos pagado, pero que encontramos en nuestras bolsas. ¿Por qué, entonces, habríamos de robar oro o plata de la casa de tu señor? Si se encuentra la copa en poder de alguno de nosotros, que muera el que la tenga, y el resto de nosotros seremos esclavos de mi señor. ―Está bien —respondió el mayordomo—, se hará como vosotros decís, pero solo el que tenga la copa en su poder será mi esclavo; el resto de vosotros quedará libre de todo cargo. En seguida cada uno de ellos bajó al suelo su bolsa y la abrió. El mayordomo revisó cada bolsa, comenzando con la del hermano mayor y terminando con la del menor. ¡Y encontró la copa en la bolsa de Benjamín! Al ver esto, los hermanos de José se rasgaron las vestiduras en señal de duelo y, después de cargar sus asnos, volvieron a la ciudad. Todavía estaba José en su casa cuando llegaron Judá y sus hermanos. Entonces se postraron rostro en tierra, y José les dijo: ―¿Qué manera de portarse es esta? ¿Acaso no sabéis que un hombre como yo puede adivinar? ―¡No sabemos qué decir a mi señor! —contestó Judá—. ¡No hay excusa que valga! ¿Cómo podemos demostrar nuestra inocencia? Dios ha puesto al descubierto la maldad de tus siervos. Aquí nos tiene mi señor: somos tus esclavos, nosotros y el que tenía la copa. ―¡Jamás podría yo actuar de ese modo! —respondió José—. Solo será mi esclavo el que tenía la copa en su poder. En cuanto a vosotros, regresad tranquilos a la casa de vuestro padre. Entonces Judá se acercó a José para decirle: ―Mi señor, no te enojes conmigo, pero te ruego que me permitas hablarte en privado. Para mí, tú eres tan importante como el faraón. Cuando mi señor nos preguntó si todavía teníamos un padre o algún otro hermano, nosotros contestamos a mi señor que teníamos un padre anciano, y un hermano que le nació a nuestro padre en su vejez. Nuestro padre quiere muchísimo a este último porque es el único que le queda de la misma madre, ya que el otro murió. Entonces mi señor nos obligó a traer a este hermano menor para conocerlo. Nosotros dijimos a mi señor que el joven no podía dejar a su padre porque, si lo hacía, seguramente su padre moriría. Pero mi señor insistió y nos advirtió que, si no traíamos a nuestro hermano menor, nunca más seríamos recibidos en su presencia. Entonces regresamos adonde vive mi padre, tu siervo, y le informamos de todo lo que mi señor nos había dicho. Tiempo después nuestro padre nos dijo: “Volved otra vez a comprar un poco de alimento”. Nosotros le contestamos: “No podemos ir si nuestro hermano menor no va con nosotros. No podremos presentarnos ante hombre tan importante, a menos que nuestro hermano menor nos acompañe”. Mi padre, tu siervo, respondió: “Vosotros sabéis que mi esposa me dio dos hijos. Uno desapareció de mi lado, y no he vuelto a verlo. Con toda seguridad fue despedazado por las fieras.