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Salmos SALMOS

SALMOS
INTRODUCCIÓN
El libro de los Salmos (Sal) contiene cánticos, poemas y oraciones nacidos de la experiencia religiosa de una comunidad que adora. El adorador, en los salmos, toma la palabra para dirigirse a Dios y compartir las experiencias y las aspiraciones más profundas del alma: luchas y esperanzas, triunfos y fracasos, adoración y rebeldía, gratitud y arrepentimiento; particularmente, el clamor que surge de la enfermedad, la pobreza, el exilio, la injusticia y toda suerte de calamidades y miserias que afectan a la humanidad.
Nuestro Señor Jesucristo utilizó los Salmos durante su ministerio. Así lo vemos, por ejemplo, con ocasión de la tentación en el desierto (Mt. 4.6; cf. Sal. 91.11-12) o en las enseñanzas del Sermón del monte (Mt. 5.7; cf. Sal. 18.25; Mt. 5.35; cf. Sal. 48.2; Mt. 7.23; cf. Sal. 6.8). Además, los evangelios relatan que, en sus últimas palabras en la cruz, Jesucristo citó dos veces los Salmos (Mt. 27.46 y Sal. 22.1; Lc. 23.46 y Sal. 31.5).
A través de la historia, los Salmos han servido de inspiración tanto para la comunidad judía como para la cristiana. El pueblo de Israel dio expresión a su fe entonándolos en el templo de Jerusalén, y el judaísmo los hizo parte esencial del culto en la sinagoga. La iglesia los adoptó tal como estaban y, al recibirlos, los incorporó a la fe cristiana dándoles un sentido cristocéntrico. Las expectativas mesiánicas, originalmente centradas en el rey de la línea de David, fueron identificadas con Jesucristo (Hch. 2.30).
El libro de los Salmos, compilado al regreso del exilio en Babilonia sobre la base de antiguas colecciones, incluye salmos que datan de un período que abarca más de seis siglos, desde los albores mismos de Israel hasta la era postexílica; además, fue el himnario que utilizaron los judíos durante la reconstrucción del templo de Jerusalén, conocido como el Segundo templo, después del exilio en Babilonia. El nombre hebreo del libro es tehilim, plural de tehilah, que significa «cántico de alabanza». El título castellano «Salmos» se deriva de la Vulgata, donde recibe el nombre de Liber Psalmorum o «Libro de los salmos». El latín, a su vez, lo toma de la Septuaginta (LXX), en la que este libro se llama Psalmoi o «Cantos para instrumentos de cuerda», a pesar de que solo unos pocos de ellos se identifican en el texto hebreo como «cantos para instrumentos de cuerda» (en hebreo mizmor). En ocasiones se da al libro el nombre de «Salterio», derivado del griego, psalterion, que es el nombre del instrumento de cuerdas o «lira» que se usaba en la antigua Grecia para acompañar el canto.
La poesía hebrea
La poesía lírica gozó de gran popularidad en todo el antiguo Oriente próximo. Numerosos ejemplos de este género literario nos han llegado de Canaán (cuyos músicos y cantores gozaban de fama internacional), así como de Egipto y de Mesopotamia. Es evidente la contribución que en este sentido hizo Israel al mundo cultural de su tiempo. La poesía israelita abunda en la Biblia. Como ejemplos de este género véanse el Cántico de Moisés y de María (Ex. 15) y el Cántico del pozo (Nm. 21.17-18), el Cántico de Débora y de Barac (Jue. 5) y la endecha de David a Saúl y a Jonatán (2 S. 1.19-27). Así mismo, la Biblia se refiere a antiguas colecciones poéticas de las que solamente se conservan fragmentos, como «El libro de las batallas de Jehová» (Nm. 21.14) y «El libro de Jaser» (Jos. 10.13 y 2 S. 1.18). Pero la mayor parte de la obra poética del antiguo Israel la tenemos en el libro de Salmos.
El estilo de la poesía hebrea no se asemeja al nuestro. Sus estructuras son similares a las de los otros pueblos semitas de la antigüedad. Posiblemente, de todas las formas peculiares del género poético hebreo, el «paralelismo» sea la más fácil de reconocer en una traducción al castellano. La estructura paralela era una de las formas favoritas de crear belleza literaria. La poesía hebrea carece de rima a la usanza de la castellana; en su lugar, el paralelismo ofrece una especie de «rima de ideas».
En general suelen distinguirse tres formas de paralelismo:
(a) Paralelismo sinónimo, que consiste en expresar dos veces la misma idea con palabras distintas, como en Sal. 15.1:
Jehová, ¿quién habitará en tu Tabernáculo?,
¿quién morará en tu monte santo?
(b) Paralelismo antitético, que se establece por la oposición o el contraste de dos ideas o imágenes poéticas; p.e., Sal. 37.22:
Porque los benditos de él heredarán la tierra
y los malditos de él serán destruidos.
(c) Paralelismo sintético, que se da cuando el segundo miembro prolonga o termina de expresar el pensamiento enunciado en el primero, añadiendo elementos nuevos, como el Sal. 19.8:
Los mandamientos de Jehová son rectos:
alegran el corazón;
el precepto de Jehová es puro:
alumbra los ojos.
A veces, el paralelismo sintético presenta una forma particular, que consiste en desarrollar la idea repitiendo algunas palabras del verso anterior. Entonces suele hablarse de paralelismo progresivo, como en el caso de Sal. 145.18:
Cercano está Jehová a todos los que le invocan,
a todos los que le invocan de veras.
Géneros literarios en los Salmos
Una lectura atenta de los Salmos pone de relieve una serie de características de forma y contenido que permiten clasificarlos en grupos, de acuerdo con su género literario. Por otra parte, la identificación de estos géneros es muy importante para comprender los salmos adecuadamente.
Podemos distinguir en el Salterio las siguientes categorías de salmos:
(a) Himnos, utilizados en la alabanza a Dios (8; 15; 19.1-6; 24; 29; 33; 46; 47; 48; 76; 84; 93; 96—100; 103—106; 113; 114; 117; 122; 135; 136; 145—150). Se incluyen dentro de esta categoría dos subtipos de salmos: los himnos de entronización, que celebran a Dios como Rey de toda la creación (47; 93; 96—100), y los cantos de Sion, que expresan la devoción a Jerusalén y su santuario (46; 48; 76; 84; 87; 122).
(b) Lamentos o súplicas, tanto individuales, en petición de auxilio ante alguna aflicción física o moral (3—7; 9—10; 12—14; 17; 22; 25; 26; 28; 31; 38—39; 41—43; 51; 54—59; 61; 63; 64; 69—71; 77; 86; 88; 94; 102; 109; 120; 130; 139—143), como colectivos, cuando todo el pueblo implora ayuda en momentos de calamidad nacional, tales como una sequía, una epidemia o una grave derrota militar (44; 60; 74; 79; 80; 83; 85; 90; 123; 125—126; 129; 137).
(c) Cantos de confianza, en los que se expresa la certidumbre de la ayuda inminente de Dios (11; 16; 23; 27; 62; 131).
(d) Acciones de gracias, expresiones de gratitud por la ayuda recibida (30; 32; 34; 40.1-11; 63; 65; 67; 75; 92; 103; 107; 111; 116; 118; 124; 136; 138).
(e) Relatos de historia sagrada, que narran las intervenciones redentoras de Dios (78; 105; 106; 135; 136).
(f) Salmos reales, que pueden ser de diversos géneros y que se usaban en ocasiones especiales de la vida del monarca, tales como su coronación, su boda o alguna operación militar (2; 18; 20; 21; 28; 45; 61; 63; 72; 84; 89; 101; 110; 132; 144).
(g) Salmos sapienciales o didácticos, que son meditaciones sobre la naturaleza de la vida humana y de las acciones divinas (1; 37; 49; 73; 91; 112; 119; 127; 128; 133).
(y) Salmos de adoración y alabanza (15; 24; 50; 66; 68; 81; 82; 108; 115; 118; 121; 132; 134).
(i) Salmos de peregrinaje, que entonaban los peregrinos camino de Jerusalén o a su regreso de la Ciudad santa (84; 107; 122).
(j) Salmos de género mixto, (36; 40).
(k) Salmos acrósticos, que utilizan estructuras poéticas basadas en el alfabeto hebreo; cada verso comienza con una letra sucesiva del alfabeto (9—10; 34; 119).
(l) Imprecaciones. (Véase más adelante.)
Estructura y numeración de los Salmos
El Salterio está dividido en cinco libros, cada uno de los cuales termina con una doxología. A pesar de que estas doxologías hoy se numeran como versículos de un salmo, en realidad son elementos independientes que cierran cada uno de los libros, con excepción del Libro V en el cual el último salmo es la doxología, que, a su vez, cierra toda la colección. La organización de los libros y las doxologías es como sigue:
Libro I Salmo 1.1—41.12 Doxología
Libro II Salmo 42.1—72.17
Doxología
Colofón
Libro III Salmo 73.1—89.51 Doxología
Libro IV Salmo 90.1—106.48 Doxología
Libro V Salmo 107.1—149.9 Doxología
Este arreglo posiblemente está hecho a imitación del Pentateuco: los cinco libros corresponderían a los cinco rollos de la ley. Es evidente que la compilación de los salmos en estas cinco grandes divisiones es el resultado de un complejo proceso de composición, lo que explica la repetición de algunos de ellos (cf. 14 y 53; 40.13-17 y 70; 57.7-11 y 108.1-5; 60.6-12 y 108.7-13).
La numeración de los salmos en el texto hebreo difiere de la utilizada en las versiones griega (LXX) y latina (Vulgata). Esta diferencia se debe a que algunos salmos han sido divididos y otros fusionados. Así, por ejemplo, los salmos 9 y 10 del hebreo corresponden al salmo 9 de las versiones griega y latina, mientras que los salmos 114 y 115 de la LXX corresponden al 116 del texto hebreo. En esta edición, los salmos se citan de acuerdo con la numeración hebrea. El siguiente cuadro presenta en forma comparada ambas numeraciones:
Texto hebreo Versión griega (LXX)
1 a 8 1 a 8
9 9.1-21
10 9.22-39
11 a 113 10 a 112
114 113.1-8
115 113.9-26
116.1-9 114
116.10-19 115
117 a 146 116 a 145
147.1-11 146
147.12-20 147
148 a 150 148 a 150
Títulos hebreos de los salmos
Los títulos hebreos de los salmos contienen diversas informaciones. Unas veces hacen referencia a la persona a quien se atribuye la composición del poema, persona que, en casi la mitad de los casos, se identifica con el rey David (3—9; 11—32; 34—41; 51—65; 68—70; 86; 103; 108—110; 122; 124; 131; 133; 138—145). Otros salmos se atribuyen a Salomón (72; 127), a Asaf (50; 73—83), a los hijos de Coré (42; 44—49; 84; 85; 87 y 88), a Etán (89) y a Moisés (90). Hay 49 que son anónimos.
Algunos títulos ofrecen información sobre la música (por ejemplo, «Al músico principal; sobre Neginot», 4; 6; etc.). Desafortunadamente, el significado de un número de términos técnicos se ha perdido y no tenemos idea precisa de cómo traducirlos. Masquil (42; 44; 52—55; etc.), Mictam (16; 56—60) y Sigaión (7) parecen referirse a determinados tipos de salmos. Otros parecen referirse a la instrumentación musical, como en el caso de Neginot (¿instrumentos de cuerdas?, 4; 6) y Nehilot (¿flautas?, 5). Otros, en fin, que aparecen precedidos de la preposición «sobre», parecen ser los nombres de la tonada que se usaba con determinado salmo, p.e.: Ajelet-sahar («Cierva del amanecer», 22), Alamot (46), Gitit (8; 81; 84), Mahalat (53; 88), Mut-labén (9), Seminit (6; 12). En esta versión algunos de los nombres de las melodías se han traducido: «La paloma silenciosa en paraje muy distante» (56), «Lirios» (45; 69), «No destruyas» (57—59; 75). La palabra Selah, que aparece 71 veces en los Salmos posiblemente significa «alzar» y parece indicar un interludio musical.
Salmos imprecatorios
Por último, no puede pasarse por alto que algunos salmos resultan particularmente duros para los oídos cristianos. A veces los salmistas se encuentran totalmente indefensos frente a la maldad, la opresión y la violencia, y por eso no solo claman al Señor, que es el único que puede salvarlos, sino que también piden a Dios que haga caer sobre sus enemigos los peores males. Así se unen en un mismo salmo las súplicas más ardientes y las más violentas imprecaciones (cf. Sal. 58.6-11; 83.9-18; 109.6-19; 137.7-9).
Las dificultades que plantean estos pasajes son evidentes, y por eso es necesario tratar de comprenderlos situándolos en su verdadero contexto. Para ello es preciso recordar, en primer lugar, que los salmos se formaron bajo el régimen de la antigua ley, cuando Jesús aún no había revelado que el mandamiento del amor al prójimo incluye también el amor al enemigo (Mt. 5.43-48; cf. Ro. 12.17-21). Además, provienen de una época en la que todavía eran insuficientes y rudimentarias las ideas sobre la vida más allá de la muerte y la recompensa reservada a los justos en la vida eterna (véase Sal. 6.5 n.). En efecto, según las ideas corrientes entre los antiguos israelitas, las buenas y malas acciones eran recompensadas en la vida presente, y el malvado debía recibir su castigo lo antes posible, a fin de que se pusiera de manifiesto que hay un Dios que juzga en la tierra (Sal. 58.11).
Finalmente, el cristiano no puede dejar de reconocer el hambre y sed de justicia que se expresan en esas súplicas al Señor para que se manifieste como Juez justo (cf. Jer. 15.15). El amor a los enemigos no significa indiferencia frente al mal, y cuando triunfan la injusticia, la violencia, la opresión a los más débiles y el desprecio a Dios, el cristiano puede decir al Señor:
«Engrandécete, oh Juez de la tierra;
Da el pago a los soberbios.
¿Hasta cuándo los impíos,
Hasta cuándo, oh Jehová, se gozarán los impíos?»
(94.2-3)

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