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Oseas OSEAS

OSEAS
INTRODUCCIÓN
El profeta y su medio
Oseas hijo de Beeri ejerció su actividad profética aproximadamente entre los años 750 y 730 a.C., durante los reinados «de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, y en días de Jeroboam hijo de Joás, rey de Israel» (Os. 1.1). Inició su ministerio público poco después de Amós, aunque lo desempeñó durante bastante más tiempo que él (cf. Os. 1.1; Am. 1.1) y predicando en el mismo escenario: Israel (cf. Am. 7.12), de donde Oseas procedía.
El largo y próspero gobierno de Jeroboam II (783-743) aún no había finalizado cuando este profeta comenzó a actuar. En su discurso hace frecuentes alusiones a la situación política del reino del norte. Tales alusiones, a veces difíciles de interpretar, son en otros momentos un claro anuncio del desastre al que se dirigía el país, del inevitable final que había de llegarle con la caída de Samaria, arrasada en el 721 a.C. por el furor del ejército asirio (2 R. 17.1-6). Respecto a si el propio profeta fue o no testigo presencial de aquellos trágicos acontecimientos que determinaron el final de la independencia política de Israel, nada dice el libro.
El libro y su mensaje
El libro de Oseas (Os) está compuesto de dos secciones. La primera (caps. 1—3) se caracteriza por su unidad temática. La segunda, de contenido más heterogéneo, abarca el resto del libro (caps. 4—14).
La literatura de Oseas es apasionada, llena de vehemencia. En ella, más que en la de ningún otro profeta, se revelan intensos y mezclados sentimientos de amor y de ira, de esperanza y desilusión. La indiferencia de Israel y su rebeldía frente a las manifestaciones de la paciencia y la misericordia de Dios se resuelven en un lenguaje sumario, conciso, construido con frases tan cortas y rápidas que a veces resulta oscuro y de traducción difícil e insegura.
El comienzo del mensaje de Oseas es de un extraordinario vigor dramático. Desde la consideración de su propia vida conyugal y de las circunstancias que la rodean, el profeta denuncia la infidelidad de Israel hacia Jehová, quien a pesar de todo sigue teniéndolo por su pueblo escogido. Quizás el rasgo más notable del discurso sea su expresión de las relaciones entre Dios e Israel como una relación de amor y frustración entre marido y mujer. Y ese es también el núcleo de la predicación profética: Israel ha sido infiel a Dios, pero Dios no ha dejado de amar a Israel.
Del cap. 4 en adelante, el profeta pasa revista a la perversión en que se halla sumida la sociedad israelita. Todo en ella está deteriorado o trastocado: el culto, el sacerdocio, la justicia, la moral y la política, e Israel sufrirá las consecuencias de su desvío. Con todo, aún queda lugar para la esperanza, evocada en el cap. 11 con acento emocionado: «Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor» (v. 4), por más que «mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí» (v. 7). Luego, en el cap. 14, habiendo suplicado: «Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios» (v. 1), el profeta anuncia: «Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia» (v. 4). Nadie antes había proclamado con tan patética intensidad que es mayor la profundidad del amor divino que los abismos del pecado; que sobre el enojo causado por la ofensa, prevalecen en Dios la compasión y el perdón.
La lucha de Oseas contra la idolatría se desarrolla en un marco bien definido. Los israelitas habían sucumbido a la tentación de ofrecer culto a dioses extraños, especialmente a dioses de la fertilidad propios de otras gentes pobladoras de Canaán (8.4-14). Eran rituales politeístas en súplica de ayuda y protección para los ganados y las cosechas; ceremonias idolátricas que Oseas denuncia y combate.
También caracterizan a este libro el respeto y aun la veneración con que se refiere al ministerio profético, cuyos orígenes se remontan a Moisés, pues por medio de él Dios «hizo subir a Israel de Egipto» (12.13). En Moisés y en el ministerio profético ve Oseas el principal instrumento del que Dios se sirve para hacerse oír de Israel (cf. 6.5; 9.8; 12.10,13).
En cuanto a temas de orden político, Oseas afirma que Israel no debe buscar salvación en alianzas con Egipto o Asiria (12.1; 14.3; cf. Is. 30.1-5), sino solamente en Dios.
La profecía de Oseas es, en resumen, un ataque frontal contra los pecados cometidos por el pueblo, que ha pecado siendo infiel a Jehová y ha adorado los ídolos de dioses ajenos. Israel se ha hecho así merecedor de castigo; sin embargo, el Señor no le ha cerrado su corazón, porque sigue amándolo y cuidando de él (2.19-20). Otra vez el Señor lo llevará al desierto (2.14) y le dará por morada tiendas de campaña (12.9), y allí le dirá: «Tú eres pueblo mío», e Israel le responderá: «Dios mío» (2.23).
Esquema del contenido:
1. Primera parte (1.1—3.5)
a. Título (1.1)
b. Vida conyugal del profeta (1.2—3.5)
2. Segunda parte (4.1—14.9)
a. Infidelidad y castigo de Israel (4.1—13.16)
b. Conversión de Israel y promesas de salvación (14.1-8)
c. Advertencia final (14.9)

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