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Hebreos LA EPÍSTOLA A LOS HEBREOS

LA EPÍSTOLA A LOS HEBREOS
INTRODUCCIÓN
Carácter y objetivo de la epístola
En el prólogo de la llamada Epístola a los Hebreos (Heb) leemos: «Dios [que en tiempos anteriores había hablado por medio de los profetas]... en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo» (1.1-2). Sobre este testimonio de fe, lugar permanente de referencia para la totalidad del escrito, su autor plantea desde el propio comienzo el fundamento teológico de la exposición que va a abordar en seguida. Su objetivo es proclamar la universal supremacía de Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada en la realidad inmediata del ser humano (cf. Jn. 1.14).
Sin embargo, el carácter de Hebreos es principalmente exhortatorio. Así es como lo concibe el autor (13.22), que a lo largo de toda la carta entreteje las enseñanzas teóricas con consejos y recomendaciones prácticas, a fin de afianzar la fe de sus lectores cristianos en medio de los desalientos, temores y sufrimientos de la vida presente.
Teología de Hebreos
El discurso teológico de Hebreos se desarrolla a través de una constante evaluación del sentido del AT a la luz de la persona y la obra de Jesús, quien mediante su sacrificio en la cruz trae la salvación al mundo (Jn. 3.16-17). En Cristo, Dios culmina su revelación, la cual ya antes había iniciado al hablar «de muchas maneras… a los padres por los profetas» (1.1); porque Cristo es la Palabra eterna, la Palabra misma dicha por Dios a los antepasados.
La Epístola a los Hebreos pone de relieve el carácter único de Jesús, el Hijo de Dios, y su categoría superior a cualquier otra (1.2-4), ya sea de los ángeles (1.4—2.18), de Moisés (3.1—4.13) o del sacerdocio levítico (4.14—7.28). Solamente Jesús es el «gran sumo sacerdote que traspasó los cielos» (4.14) y que por medio de su sangre nos abrió un «camino nuevo y vivo» (10.20), a fin de que podamos «entrar en el Lugar Santísimo» (10.19).
Frente a la ley de Moisés y al culto del Antiguo pacto, con su complicado ceremonial y sus sacrificios, Cristo entrega su propio cuerpo como ofrenda hecha «una vez para siempre» (9.26-28; 10.10,14). De este modo se constituye en «fiador» (7.22), esto es, en prenda y garantía de un pacto nuevo y definitivo.
Un amplio espacio de Hebreos está dedicado a describir el sistema cúltico y la institución sacerdotal de Israel, a señalar sus limitaciones y su caducidad (7.18-19,23,27-28; 8.13; 9.9-12; 10.1) y a contraponerles la persona de Jesucristo, de cuya muerte profética «para quitar de en medio el pecado» (9.26), y solamente en ella, el sacerdocio levítico y las ofrendas y sacrificios rituales prescritos por la ley mosaica alcanzan la plenitud de su sentido.
Jesucristo es el sumo sacerdote perfecto, a quien Dios constituyó, no «conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible... sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec» (7.16-17). Cristo es el único que «con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (10.14).
A medida que desarrolla su pensamiento, el autor de Hebreos va anotando recomendaciones y advertencias concretas, de aplicación actual a la vida de los creyentes, de tal modo que en ningún momento se pierde la índole exhortatoria del texto. Véanse a este respecto los pasajes siguientes: en unos se previene contra la infidelidad, la apostasía, la desobediencia y la recaída en el pecado (2.1-4; 3.7-19; 4.11-13; 5.11—6.20; 10.26-39); en otros se anima a mantener firme la fe y no desmayar (10.19-25; 12.1-13), y en otros se aconseja acerca de la conducta cristiana, de la pureza de la doctrina y de la necesidad de la intercesión fraternal (13.1-19,22).
Las exhortaciones que leemos en esta epístola sugieren que las comunidades cristianas para las que fueron originalmente redactadas estaban padeciendo situaciones conflictivas, en parte nacidas de su propio seno y en parte provocadas por la presión moral del medio ambiente. Y no es, probablemente, que se dieran casos concretos de persecución, pero sí que se hiciera sentir en las iglesias como una difusa hostilidad del entorno social (12.1-2,4). En cualquier caso, debido a una u otra causa, lo cierto es que algunos creyentes estaban cayendo en el desánimo y el abandono de la fe (2.1-4; 5.11—6.12; 10.23-27,32-39; 12.1-11).
Autor y género literario
Este escrito del NT ha sido tradicionalmente llamado Epístola a los Hebreos. Sin embargo, su redacción no corresponde al género epistolar: carece de presentación del autor, no consigna destinatario y tan solo en la conclusión menciona a Timoteo antes de incluir unos rápidos saludos (13.23-25). Respecto de la mención «a los Hebreos», que figura exclusivamente en el título, y no es parte del texto, su carácter es tan general que no permite la menor identificación de los así designados.
El autor demuestra ser un experto conocedor del AT, cuyo texto cita siempre de la traducción griega conocida como Septuaginta o Versión de los Setenta (LXX). Su dominio de este idioma le permitió redactar, alrededor quizá del año 70, nuestra Epístola a los Hebreos, que es sin duda el documento estilísticamente más depurado de todo el NT.
Esquema del contenido [las subdivisiones que aparecen en el texto se han agrupado en unidades mayores]:
Prólogo: Dios ha hablado por su Hijo (1.1-4)
1. Superioridad del Hijo (1.5—4.13)
El Hijo, superior a los ángeles (1.5—2.18)
El Hijo, superior a Moisés (3.1—4.13)
2. Jesús, el gran sumo sacerdote (4.14—10.18)
El Hijo, superior al sacerdocio de Aarón (4.14—7.28)
Jesús, mediador de un nuevo pacto (8.1—10.18)
3. Fe y fortaleza en el sufrimiento (10.19—12.29)
Exhortación a la fidelidad (10.19—11.40)
«Puestos los ojos en Jesús» (12.1-29)
4. Deberes cristianos (13.1-19)
Bendición y salutaciones finales (13.20-25)

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