El pueblo de Israel dijo: «Por causa de nuestra maldad la justicia no se cumple entre nosotros: esperábamos vivir en la luz, pero nos hemos quedado en tinieblas. Caminamos como ciegos, tocando la pared; tropezamos en pleno mediodía como si fuera de noche; aunque parezcamos tener vida, en realidad estamos muertos. Nos pasamos la vida llorando, y esperando que se nos haga justicia, pero Dios no viene en nuestra ayuda. »Hemos ofendido a Dios, y nuestros pecados nos acusan; nuestras maldades nos acompañan, y reconocemos nuestras culpas. Hemos sido infieles a Dios, no lo hemos obedecido; somos violentos y traicioneros, y engañamos a la gente. Nos hemos burlado de la justicia y Dios no viene a salvarnos. La sinceridad está por los suelos; ya no hay honradez, y al que hace el bien se le quita lo que tiene». Isaías dijo: «Dios se mostró muy disgustado al ver la falta de justicia. Vio con sorpresa que esto a nadie le importaba. Entonces decidió usar su propio poder y así nos dio la salvación. Tomó la justicia como escudo y se puso la salvación como casco; la venganza lo cubrió como una capa y el enojo lo envolvió como un manto, para castigar a sus enemigos y darle a cada cual su merecido.
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