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Josué JOSUÉ

JOSUÉ
INTRODUCCIÓN
El libro
Josué (Jos) es el primero de los seis escritos que integran la serie de los Profetas anteriores (véase la Introducción a los libros históricos). En las historias narradas en este libro, el protagonista no es propiamente Josué. Esa función le corresponde, más bien, al escenario donde tienen lugar los nuevos actos del drama de Israel: el país de Canaán, en el que penetra el pueblo cuarenta años después de haber sido liberado de su cautividad en Egipto. Canaán es la meta, el punto final de aquella larga peregrinación. En la entrada a Canaán y en la posesión del país ven los israelitas el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham, Isaac y Jacob, de darlo a sus descendientes para siempre (Gn. 13.14-17; 26.3-5; 28.13-14). Ellos, pues, herederos de las promesas divinas, tomaron posesión de Canaán, y «no faltó ni una palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel. Todo se cumplió» (21.45).
Canaán es el signo de la fidelidad de Dios a su palabra, de una lealtad cuya contrapartida había de ser la conducta fiel del pueblo escogido. Porque, si bien en la posesión de aquella tierra se contemplaba el don de Dios, el permanecer en ella dependía de la fidelidad y rectitud con que los israelitas observaran la ley transmitida por Moisés. Pronto ellos habrían de comprenderlo, al ver que, empeñados en acciones de guerra, sus triunfos o derrotas dependían del ser o no ser fieles a su Señor (7.1-5). Eso mismo ya lo habían visto cuando, en vida de Moisés, vencieron a los amalecitas en Refidim (Ex. 17.8-16), o cuando, por el contrario, los amalecitas y los cananeos «los hirieron y los derrotaron, persiguiéndolos hasta Horma» (Nm. 14.20-23,40-45).
Una primera lectura del libro de Josué puede dar la impresión de que la conquista de Canaán consistió en un rápido movimiento estratégico; que los israelitas, dirigidos por Josué, penetraron con facilidad en el país, y que una serie de acciones militares de prodigiosa eficacia les permitió apoderarse en poco tiempo y por completo del territorio que de antemano tenían por suyo. En realidad, el asunto no fue tan simple, pues ni ellos lograron conquistar rápidamente los territorios cananeos, ni los anteriores habitantes del país fueron del todo exterminados. De hecho, muchos de ellos se mantuvieron firmes en sus posiciones (15.63; 17.12-13); e incluso a veces establecieron alianzas con los invasores, y entonces unos y otros tuvieron que aprender a convivir en paz (9.1-27; 16.10). La conquista de Canaán no fue, pues, el resultado de una guerra relámpago de exterminio, sino un avance lento y sostenido en medio de no escasas dificultades, entre las que tuvo probablemente gran importancia la inexistencia en Israel de una estructura política de índole nacional, que solo llegó más tarde, con la instauración del reino de David. En la época de Josué, puesto que las tribus no tenían unidad de gobierno, se desempeñaban cada una por su propia cuenta, tanto en la paz como en la guerra.
Contenido del libro
Josué se divide en dos grandes secciones, formadas respectivamente por los caps. 1—12 y 13—22, y una menor que incluye los caps. 23—24 a modo de conclusión.
Tras la muerte de Moisés, Josué toma la dirección del pueblo (1.1-2; cf. Dt. 31.7-8), cuya entrada y asentamiento en Canaán relata la primera sección del libro. Los israelitas, que se encontraban reunidos en las llanuras de Moab, atraviesan el Jordán y acampan en su ribera occidental, puestos ya los pies en Canaán. A partir de aquel momento, Josué organiza diversas campañas militares destinadas a adueñarse de la totalidad del país. Primero ataca localidades del centro de Palestina, y más tarde se extiende hacia los territorios del norte y del sur. Estas acciones aparecen en el libro precedidas de un discurso introductorio del propio Josué, que sitúa la narración histórica en su contexto teológico: «Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie» (1.3). Esta manifestación ratifica la idea de que el establecimiento en Canaán no es una mera conquista humana, sino un don que Israel recibe del Señor. La sección concluye en 12.24, con la relación de los reyes que fueron vencidos en batallas a ambos lados del Jordán.
La segunda sección (caps. 13—22) se ocupa de las varias incidencias relacionadas con la asignación de tierras a las tribus de Israel. La lectura de estos capítulos, con sus estadísticas y sus largas listas de ciudades importantes y de pequeñas poblaciones, resulta en general árida y poco gratificadora. Pero también es cierto que aquí hay datos de un interés histórico evidente, gracias a los cuales han podido conocerse los límites territoriales de las tribus y se ha logrado la identificación de diversos puntos geográficos citados aquí y allá en el AT. Por otro lado, la descripción que hace Josué del reparto del país invadido revela la atención que los israelitas prestaron a la justicia distributiva, a fin de que cada una de las tribus dispusiera de un espacio donde establecerse: «dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres, y la poseyeron y habitaron en ella» (21.43). También la tribu sacerdotal de Leví –a la cual no se le había asignado propiedad territorial (13.14; véase Introducción a Levítico y cf. Nm. 18.20; Dt. 18.1-2)– había de contar con lugares de residencia.
Los dos últimos capítulos del libro (23—24) recogen el discurso de despedida de Josué (cap. 23), la renovación del pacto y, finalmente, la muerte y sepultura de aquel fiel servidor de Dios que supo acaudillar al pueblo después de Moisés, y guiarlo hasta su anhelado destino (cap. 24).
Esquema del contenido:
1. La conquista de Canaán (1.1—12.24)
2. Distribución del territorio entre las tribus de Israel (13.1—22.34)
3. Últimas palabras de Josué. Renovación del pacto (23.1—24.33)

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