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Adiós miedos

Todos tenemos miedos. Adán tuvo miedo cuando se escondió de Dios en el Edén, Moisés tuvo miedo de volver a Egipto, Jonás tuvo miedo de ir a Nínive cuando navegó en dirección contraria, María tuvo miedo cuando se le apareció el ángel Gabriel. Incluso Jesús tuvo miedo cuando le pidió al Padre “pasa de mí esta copa.” Tener miedo es normal, lo importante es la forma en la que afrontamos esos temores. 

Lee Lucas 1 y compara como Zacarías afronta el miedo y como lo afronta María. 

¿De dónde crees que provienen los miedos e inseguridades? ¿Quién crees que es el que viene a susurrarnos al oído “tú no vales”? O, “mira ese que bien lo hace, tú jamás podrías hacerlo así.” El enemigo es el que quiere que vivas atemorizado para que no te atrevas a saltar al agua y obedecer a Jesús. El enemigo es el que disfruta cuando a la hora de evangelizar tú te quedas parado, pensando si deberías acercarte a esa persona o no. Él es el que disfruta cuando decides no hablar de Jesús porque crees que va a resultar demasiado chocante. Él es el que disfruta cuando te miras al espejo y no ves nada más que defectos. Él es el que disfruta cuando te comparas con aquella persona y sales perdiendo. Él es el que disfruta cuando decides dudar de Jesús y confiar solamente en tu lógica. 

¿Cuáles son tus mayores inseguridades, esas que te bloquean cuando te miras al espejo? ¿O te dejan paralizado cuando vas a hablar a tu amigo acerca de Dios? Dedica unos minutos en oración para entregar estos miedos al Señor y dejar todas tus inseguridades en sus manos. 

Felicidades, ya has dado un gran paso. Ahora, comenzarás un largo proceso de confiar en el Señor. Muchos de nuestros miedos conviven con nosotros durante décadas y tenemos que ponerlos en las manos de Dios continuamente para que él nos ayude a saltar incluso cuando no veamos si hay rocas en el agua o será una caída gloriosa.