Hechos 20:4-38
Hechos 20:4-38 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)
Lo acompañaron Sópater, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Derbe; Timoteo; y por último, Tíquico y Trófimo, de la provincia de Asia. Estos se adelantaron y nos esperaron en Troas. Pero nosotros zarpamos de Filipos después de la fiesta de los Panes sin levadura, y a los cinco días nos reunimos con los otros en Troas, donde pasamos siete días. El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan. Como iba a salir al día siguiente, Pablo estuvo hablando a los creyentes y prolongó su discurso hasta la medianoche. En el cuarto del piso superior donde estábamos reunidos había muchas lámparas. Un joven llamado Eutico, que estaba sentado en una ventana, comenzó a dormirse mientras Pablo alargaba su discurso. Cuando se quedó profundamente dormido, se cayó desde el tercer piso y lo recogieron muerto. Pablo bajó, se echó sobre el joven y lo abrazó. «¡No se alarmen! —dijo—. ¡Está vivo!». Luego volvió a subir, partió el pan y comió. Siguió hablando hasta el amanecer y entonces se fue. Al joven se lo llevaron vivo a su casa, para gran consuelo de todos. Nosotros, por nuestra parte, nos embarcamos anticipadamente y zarpamos para Asón, donde íbamos a recoger a Pablo. Así se había planeado, ya que él iba a hacer esa parte del viaje por tierra. Cuando se encontró con nosotros en Asón, lo tomamos a bordo y fuimos a Mitilene. Desde allí zarpamos al día siguiente y llegamos frente a Quío. Al otro día cruzamos en dirección a Samos y un día después llegamos a Mileto. Pablo había decidido pasar de largo a Éfeso para no demorarse en la provincia de Asia, porque tenía prisa por llegar a Jerusalén para el día de Pentecostés, si fuera posible. Desde Mileto, Pablo mandó llamar a los líderes religiosos de la iglesia de Éfeso. Cuando llegaron, les dijo: «Ustedes saben cómo me porté todo el tiempo que estuve con ustedes, desde el primer día que vine a la provincia de Asia. He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, a pesar de haber sido sometido a duras pruebas por las maquinaciones de los judíos. Ustedes saben que no he vacilado en predicar todo lo que les fuera de provecho, sino que les he enseñado públicamente y en las casas. A los judíos y a los que no son judíos les he instado a arrepentirse ante Dios y a creer en nuestro Señor Jesús. »Y ahora tengan en cuenta que voy a Jerusalén obligado por el Espíritu, sin saber lo que allí me espera. Lo único que sé es que en todas las ciudades el Espíritu Santo me asegura que me esperan prisiones y sufrimientos. Sin embargo, considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. »Escuchen, yo sé que ninguno de ustedes, entre quienes he andado predicando el reino de Dios, volverá a verme. Por tanto, hoy declaro que soy inocente de la sangre de todos, porque sin vacilar les he proclamado todo el propósito de Dios. Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Sé que después de mi partida entrarán en medio de ustedes lobos feroces que procurarán acabar con el rebaño. Aun de entre ustedes mismos se levantarán algunos que enseñarán falsedades para arrastrar a los discípulos que los sigan. Así que estén alerta. Recuerden que día y noche, durante tres años, no he dejado de amonestar con lágrimas a cada uno en particular. »Ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificarlos y darles herencia entre todos los santificados. No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir”». Después de decir esto, Pablo se puso de rodillas con todos ellos y oró. Todos lloraban inconsolablemente mientras lo abrazaban y lo besaban. Lo que más los entristecía era su declaración de que ellos no volverían a verlo. Luego lo acompañaron hasta el barco.
Hechos 20:4-38 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
Varios hombres lo acompañaron: Sópatro, que era hijo de Pirro y vivía en la ciudad de Berea; Aristarco y Segundo, que eran de la ciudad de Tesalónica; Gayo, del pueblo de Derbe; y Timoteo, Tíquico y Trófimo, que eran de la provincia de Asia. Todos ellos viajaron antes que nosotros y nos esperaron en la ciudad de Tróade. Cuando terminó la fiesta de los panes sin levadura, Pablo y los que estábamos con él salimos en barco, desde el puerto de Filipos hacia la ciudad de Tróade. Después de cinco días de viaje, llegamos y encontramos a aquellos hombres, y nos quedamos allí siete días. El domingo nos reunimos en uno de los pisos altos de una casa, para celebrar la Cena del Señor. Había muchas lámparas encendidas. Como Pablo saldría de viaje al día siguiente, estuvo hablando de Jesús hasta la media noche. Mientras Pablo hablaba, un joven llamado Eutico, que estaba sentado en el marco de la ventana, se quedó profundamente dormido y se cayó desde el tercer piso. Cuando fueron a levantarlo, ya estaba muerto. Pero Pablo bajó, se inclinó sobre él, y tomándolo en sus brazos dijo: «¡No se preocupen! Está vivo.» Luego, Pablo volvió al piso alto y celebró la Cena del Señor, y siguió hablándoles hasta que salió el sol. Después continuó su viaje. En cuanto a Eutico, los miembros de la iglesia lo llevaron sano y salvo a su casa, y eso los animó mucho. Pablo había decidido ir por tierra hasta Aso, pero nosotros tomamos un barco para recogerlo allá. Cuando llegamos, él se nos unió en el barco y nos fuimos al puerto de Mitilene. Al día siguiente, el barco pasó frente a la isla Quío, y un día más tarde llegamos al puerto de Samos, porque Pablo no quería pasar a Éfeso ni perder mucho tiempo en la provincia de Asia. Lo que deseaba era llegar lo más pronto posible a la ciudad de Jerusalén, para estar allá en el día de Pentecostés. Seguimos navegando, y un día después llegamos al puerto de Mileto. Estando en la ciudad de Mileto, Pablo mandó llamar a los líderes de la iglesia de Éfeso para hablar con ellos. Cuando llegaron, les dijo: «Ustedes saben muy bien cómo me he portado desde el primer día que llegué a la provincia de Asia. Aunque he sufrido mucho por los problemas que me han causado algunos judíos, con toda humildad he cumplido con lo que el Señor Jesús me ha ordenado. Nunca he dejado de anunciarles a ustedes todas las cosas que les ayudarían a vivir mejor, ni de enseñarles en las calles y en sus casas. A los judíos y a los que no son judíos les he dicho que le pidan perdón a Dios y crean en nuestro Señor Jesucristo. »Ahora debo ir a Jerusalén, pues el Espíritu Santo me lo ordena. No sé lo que me va a pasar allá. A dondequiera que voy, el Espíritu Santo me dice que en Jerusalén van a meterme a la cárcel, y que van a maltratarme mucho. No me preocupa si tengo que morir. Lo que sí quiero es tener la satisfacción de haber anunciado la buena noticia del amor de Dios, como me lo ordenó el Señor Jesús. »Estoy seguro de que no volverá a verme ninguno de ustedes, a los que he anunciado el mensaje del reino de Dios. Por eso quiero decirles que no me siento responsable por ninguno de ustedes, pues ya les he anunciado los planes de Dios. No les he ocultado nada. »Ustedes deben cuidarse a sí mismos, y cuidar a los miembros de la iglesia de Dios. Recuerden que el Espíritu Santo los puso como líderes de la iglesia, para que cuiden a todos los que Dios salvó por medio de la sangre de su propio Hijo. »Cuando yo muera, vendrán otros que, como si fueran lobos feroces, atacarán a todos los de la iglesia. También algunos, que ahora son seguidores de Jesús, comenzarán a enseñar mentiras, para que todos en la iglesia los sigan y los obedezcan. »Por eso, tengan mucho cuidado. Recuerden los consejos que les he dado durante tres años, a pesar de tantos problemas y dificultades. »Ahora le pido a Dios que los cuide con mucho amor. Su amoroso mensaje puede ayudarles a ser cada día mejores. Si lo obedecen, Dios cumplirá las promesas que ha hecho a todos los que ha elegido para ser su pueblo. »Nunca he querido que me den dinero ni ropa. Ustedes bien saben que con mis propias manos he trabajado, para conseguir todo lo que mis ayudantes y yo hemos necesitado para vivir. Les he enseñado que deben trabajar y ayudar a los que nada tienen. Recuerden lo que nos dijo el Señor Jesús: “Dios bendice más al que da que al que recibe.”» Cuando Pablo terminó de hablar, se arrodilló con todos los líderes y oró por ellos. Todos comenzaron a llorar, y abrazaron y besaron a Pablo. Estaban muy tristes porque Pablo les había dicho que jamás lo volverían a ver. Después, todos acompañaron a Pablo hasta el barco.
Hechos 20:4-38 Reina Valera Contemporánea (RVC)
Lo acompañaron Sópater de Berea, Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Derbe; Timoteo, y Tíquico y Trófimo, de Asia. Pero ellos se adelantaron y nos esperaron en Troas. Nosotros salimos de Filipos en barco, después de la fiesta de los panes sin levadura, y cinco días después nos reunimos con ellos en Troas. Allí nos quedamos siete días. El primer día de la semana los discípulos se reunieron para partir el pan, y Pablo estuvo enseñándoles. Pero como tenía que salir al día siguiente, alargó su discurso hasta la medianoche. En el aposento alto donde se habían reunido había muchas lámparas. Un joven que se llamaba Eutico estaba sentado en la ventana del tercer piso. Como Pablo se extendió demasiado en su predicación, a Eutico lo venció el sueño y se cayó, así que cuando lo levantaron estaba muerto. Entonces Pablo bajó y se echó sobre él, lo abrazó y dijo: «No se alarmen. Está vivo.» Después volvió a subir, y partió el pan y comió; luego siguió hablando hasta que amaneció, y entonces se fue. Para consuelo de todos, al joven se lo llevaron vivo. Nosotros nos embarcamos antes, y navegamos hasta Asón, donde teníamos que recoger a Pablo, pues él había decidido ir allá por tierra. Cuando se reunió con nosotros en Asón, subió a bordo y nos fuimos a Mitilene. Partimos de allí, y al día siguiente estábamos frente a Quío. Al otro día tocamos puerto en Samos, y un día después llegamos a Mileto. Pablo se apresuraba porque, de ser posible, quería estar en Jerusalén el día de Pentecostés, así que había decidido pasar de largo a Éfeso y no detenerse en Asia. Desde Mileto Pablo envió un mensaje a los ancianos de la iglesia de Éfeso, para que se reunieran con él. Cuando los ancianos llegaron, les dijo: «Ustedes saben cómo me he comportado todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia. Saben que he servido al Señor con toda humildad y con muchas lágrimas, y que he sido puesto a prueba por las intrigas de los judíos. También saben que no me he negado a serles útil, y que en público y en las casas he anunciado y enseñado a los judíos y a los no judíos que deben volverse a Dios, y tener fe en nuestro Señor Jesucristo. Ahora voy a Jerusalén, llevado por el Espíritu, pero no sé lo que allá me espera, a no ser lo que el Espíritu Santo me ha confirmado en todas las ciudades, de que me esperan cárceles y tribulaciones. Pero eso a mí no me preocupa, pues no considero mi vida de mucho valor, con tal de que pueda terminar con gozo mi carrera y el ministerio que el Señor Jesús me encomendó, de hablar del evangelio y de la gracia de Dios. Yo sé que no me volverá a ver ninguno de ustedes, entre quienes he estado proclamando el reino de Dios; por lo tanto, puedo asegurarles que estoy limpio de la sangre de todos, pues no me he negado a anunciarles el plan de Dios. Yo les ruego que piensen en ustedes mismos, y que velen por el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos, para que cuiden de la iglesia del Señor, que él ganó por su propia sangre. Yo sé bien que después de mi partida vendrán lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Aun entre ustedes mismos, algunos se levantarán y con sus mentiras arrastrarán tras de sí a los discípulos. Por lo tanto, manténganse atentos y recuerden que noche y día, durante tres años, con lágrimas en los ojos siempre he aconsejado a cada uno de ustedes. Ahora los encomiendo a Dios y a su palabra de bondad, la cual puede edificarlos y darles la herencia prometida con todos los que han sido santificados. Nunca he codiciado la plata ni el oro ni el vestido de nadie. Bien saben ustedes que mis manos me han servido para ganar lo que nos faltaba a mí y a los que están conmigo. Siempre les enseñé, y ustedes lo aprendieron, que a los necesitados se les ayuda trabajando como he trabajado yo, y recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más bendición en dar que en recibir.”» Dicho esto, Pablo se puso de rodillas y oró con ellos. Todos comenzaron a llorar y, echándose al cuello de Pablo, lo besaron, pues les dolió mucho el que dijera que no lo volverían a ver. Después de eso, lo acompañaron hasta el barco.
Hechos 20:4-38 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)
Lo acompañaron Sópatro de Berea, hijo de Pirro; y Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, Timoteo, y también Tíquico y Trófimo, que eran de la provincia de Asia. Estos hermanos se adelantaron y nos esperaron en Tróade. Nosotros, pasados los días en que se come el pan sin levadura, salimos de Filipos en barco, y a los cinco días los alcanzamos en Tróade, donde nos quedamos siete días. El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan, y Pablo estuvo hablando a los creyentes. Como tenía que salir al día siguiente, prolongó su discurso hasta la medianoche. Nos hallábamos reunidos en un cuarto del piso alto, donde había muchas lámparas encendidas; y un joven que se llamaba Eutico estaba sentado en la ventana. Como Pablo habló por largo tiempo, le entró sueño al muchacho, que al fin, profundamente dormido, cayó desde el tercer piso; y lo levantaron muerto. Entonces Pablo bajó, se tendió sobre el muchacho y lo abrazó. Y dijo a los hermanos: —No se asusten; está vivo. Luego Pablo volvió a subir, partió el pan, comió y siguió hablando hasta el amanecer. Entonces se fue. En cuanto al muchacho, se lo llevaron vivo, y eso los animó mucho. Nosotros nos adelantamos y fuimos en barco hasta Aso para recoger a Pablo, según se había convenido, porque él quiso ir por tierra. Cuando nos encontramos con él en Aso, se embarcó con nosotros y fuimos a Mitilene. Salimos de allí, y al día siguiente pasamos frente a Quío, llegando un día después al puerto de Samos. Al cabo de otro día de viaje, llegamos a Mileto. Se hizo así porque Pablo, para no retrasarse mucho en Asia, no quiso ir a Éfeso; pues quería llegar pronto a Jerusalén y, de ser posible, estar allí para el día de Pentecostés. Estando en Mileto, Pablo mandó llamar a los ancianos de la iglesia de Éfeso. Cuando llegaron les dijo: «Ustedes saben cómo me he portado desde el primer día que vine a la provincia de Asia. Todo el tiempo he estado entre ustedes sirviendo al Señor con toda humildad, con muchas lágrimas y en medio de muchas pruebas que me vinieron por lo que me querían hacer los judíos. Pero no dejé de anunciarles a ustedes nada de lo que era para su bien, enseñándoles públicamente y en sus casas. A judíos y a no judíos les he dicho que se vuelvan a Dios y crean en nuestro Señor Jesús. Y ahora voy a Jerusalén, obligado por el Espíritu, sin saber lo que allí me espera. Lo único que sé es que, en todas las ciudades a donde voy, el Espíritu Santo me dice que me esperan la cárcel y muchos sufrimientos. Para mí, sin embargo, mi propia vida no cuenta, con tal de que yo pueda correr con gozo hasta el fin de la carrera y cumplir el encargo que el Señor Jesús me dio de anunciar la buena noticia del amor de Dios. »Y ahora estoy seguro de que ninguno de ustedes, entre quienes he anunciado el reino de Dios, me volverá a ver. Por esto quiero decirles hoy que no me siento culpable respecto de ninguno, porque les he anunciado todo el plan de Dios, sin ocultarles nada. Por lo tanto, estén atentos y cuiden de toda la congregación, en la cual el Espíritu Santo los ha puesto como pastores para que cuiden de la iglesia de Dios, que él compró con su propia sangre. Sé que cuando yo me vaya vendrán otros que, como lobos feroces, querrán acabar con la iglesia. Aun entre ustedes mismos se levantarán algunos que enseñarán mentiras para que los creyentes los sigan. Estén alerta; acuérdense de que durante tres años, de día y de noche, no dejé de aconsejar con lágrimas a cada uno de ustedes. »Ahora, hermanos, los encomiendo a Dios y al mensaje de su amor. Él tiene poder para hacerlos crecer espiritualmente y darles todo lo que ha prometido a su pueblo santo. No he querido para mí mismo ni el dinero ni la ropa de nadie; al contrario, bien saben ustedes que trabajé con mis propias manos para conseguir lo necesario para mí y para los que estaban conmigo. Siempre les he enseñado que así se debe trabajar y ayudar a los que están en necesidad, recordando aquellas palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”» Después de decir esto, Pablo se puso de rodillas y oró con todos ellos. Todos lloraron, y abrazaron y besaron a Pablo. Y estaban muy tristes, porque les había dicho que no volverían a verlo. Luego lo acompañaron hasta el barco.
Hechos 20:4-38 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)
Y le acompañaron hasta Asia, Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo. Estos, habiéndose adelantado, nos esperaron en Troas. Y nosotros, pasados los días de los panes sin levadura, navegamos de Filipos, y en cinco días nos reunimos con ellos en Troas, donde nos quedamos siete días. El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche. Y había muchas lámparas en el aposento alto donde estaban reunidos; y un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, rendido de un sueño profundo, por cuanto Pablo disertaba largamente, vencido del sueño cayó del tercer piso abajo, y fue levantado muerto. Entonces descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándole, dijo: No os alarméis, pues está vivo. Después de haber subido, y partido el pan y comido, habló largamente hasta el alba; y así salió. Y llevaron al joven vivo, y fueron grandemente consolados. Nosotros, adelantándonos a embarcarnos, navegamos a Asón para recoger allí a Pablo, ya que así lo había determinado, queriendo él ir por tierra. Cuando se reunió con nosotros en Asón, tomándole a bordo, vinimos a Mitilene. Navegando de allí, al día siguiente llegamos delante de Quío, y al otro día tomamos puerto en Samos; y habiendo hecho escala en Trogilio, al día siguiente llegamos a Mileto. Porque Pablo se había propuesto pasar de largo a Éfeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén. Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir. Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro. Y le acompañaron al barco.
Hechos 20:4-38 La Biblia de las Américas (LBLA)
Y lo acompañaban Sópater de Berea, hijo de Pirro; Aristarco y Segundo de los tesalonicenses; Gayo de Derbe, y Timoteo; Tíquico y Trófimo de Asia. Pero estos se habían adelantado y nos esperaban en Troas. Nos embarcamos en Filipos después de los días de los panes sin levadura, y en cinco días llegamos adonde ellos estaban en Troas; y allí nos quedamos siete días. Y el primer día de la semana, cuando estábamos reunidos para partir el pan, Pablo les hablaba, pensando partir al día siguiente, y prolongó su discurso hasta la medianoche. Había muchas lámparas en el aposento alto donde estábamos reunidos; y estaba sentado en la ventana un joven llamado Eutico; y como Pablo continuaba hablando, Eutico fue cayendo en un profundo sueño hasta que, vencido por el sueño, cayó desde el tercer piso y lo levantaron muerto. Pero Pablo bajó y se tendió sobre él, y después de abrazarlo, dijo: No os alarméis, porque está vivo. Y volviendo arriba, después de partir el pan y de comer, conversó largamente con ellos hasta el amanecer, y entonces se marchó. Y se llevaron vivo al muchacho, y quedaron grandemente consolados. Entonces nosotros, adelantándonos a tomar la nave, zarpamos para Asón, con el propósito de recoger allí a Pablo, pues así lo había decidido, deseando ir por tierra hasta Asón. Cuando nos encontró en Asón, lo recibimos a bordo y nos dirigimos a Mitilene. Y zarpando de allí, al día siguiente llegamos frente a Quío; y al otro día atracamos en Samos; habiendo hecho escala en Trogilio, al día siguiente llegamos a Mileto. Porque Pablo había decidido dejar a un lado a Efeso para no detenerse en Asia, pues se apresuraba para estar, si le era posible, el día de Pentecostés en Jerusalén. Y desde Mileto mandó mensaje a Efeso y llamó a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: V osotros bien sabéis cómo he sido con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que estuve en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con lágrimas y con pruebas que vinieron sobre mí por causa de las intrigas de los judíos; cómo no rehuí declarar a vosotros nada que fuera útil, y de enseñaros públicamente y de casa en casa, testificando solemnemente, tanto a judíos como a griegos, del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Y ahora, he aquí que yo, atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá, salvo que el Espíritu Santo solemnemente me da testimonio en cada ciudad, diciendo que me esperan cadenas y aflicciones. Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios. Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de vosotros, entre quienes anduve predicando el reino, volverá a ver mi rostro. Por tanto, os doy testimonio en este día de que soy inocente de la sangre de todos, pues no rehuí declarar a vosotros todo el propósito de Dios. Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre. Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos. Por tanto, estad alerta, recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas. Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados. Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado. Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir». Cuando terminó de hablar, se arrodilló y oró con todos ellos. Y comenzaron a llorar desconsoladamente, y abrazando a Pablo, lo besaban, afligidos especialmente por la palabra que había dicho de que ya no volverían a ver su rostro. Y lo acompañaron hasta el barco.
Hechos 20:4-38 Nueva Traducción Viviente (NTV)
Varios hombres viajaban con él. Sus nombres eran Sópater, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Derbe; Timoteo; también Tíquico y Trófimo, de la provincia de Asia. Ellos se adelantaron y nos esperaron en Troas. Finalizada la Pascua, subimos a un barco en Filipos de Macedonia y, cinco días después, nos reencontramos con ellos en Troas, donde nos quedamos una semana. El primer día de la semana, nos reunimos con los creyentes locales para participar de la Cena del Señor. Pablo les estaba predicando y, como iba a viajar el día siguiente, siguió hablando hasta la medianoche. El cuarto de la planta alta, donde nos reuníamos, estaba iluminado con muchas lámparas que titilaban. Como Pablo hablaba y hablaba, a un joven llamado Eutico, que estaba sentado en el borde de la ventana, le dio mucho sueño. Finalmente se quedó profundamente dormido y se cayó desde el tercer piso y murió. Pablo bajó, se inclinó sobre él y lo tomó en sus brazos. «No se preocupen —les dijo—, ¡está vivo!». Entonces todos regresaron al cuarto de arriba, participaron de la Cena del Señor y comieron juntos. Pablo siguió hablándoles hasta el amanecer y luego se fue. Mientras tanto, llevaron al joven a su casa vivo y sano, y todos sintieron un gran alivio. Pablo viajó por tierra hasta Asón, donde había arreglado que nos encontráramos con él, y nosotros viajamos por barco. Allí él se unió a nosotros, y juntos navegamos a Mitilene. Al otro día, navegamos frente a la isla de Quío. Al día siguiente, cruzamos hasta la isla de Samos y, un día después, llegamos a Mileto. Pablo había decidido navegar sin detenerse en Éfeso porque no quería pasar más tiempo en la provincia de Asia. Se apresuraba a llegar a Jerusalén, de ser posible, para el Festival de Pentecostés. Cuando llegamos a Mileto, Pablo envió un mensaje a los ancianos de la iglesia de Éfeso para pedirles que vinieran a su encuentro. Cuando llegaron, Pablo declaró: «Ustedes saben que desde el día que pisé la provincia de Asia hasta ahora, he hecho el trabajo del Señor con humildad y con muchas lágrimas. He soportado las pruebas que me vinieron como consecuencia de las conspiraciones de los judíos. Nunca me eché para atrás a la hora de decirles lo que necesitaban oír, ya fuera en público o en sus casas. He tenido un solo mensaje para los judíos y los griegos por igual: la necesidad de arrepentirse del pecado, de volver a Dios y de tener fe en nuestro Señor Jesús. »Ahora estoy obligado por el Espíritu a ir a Jerusalén. No sé lo que me espera allí, solo que el Espíritu Santo me dice en ciudad tras ciudad que me esperan cárcel y sufrimiento; pero mi vida no vale nada para mí a menos que la use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios. »Y ahora sé que ninguno de ustedes, a quienes les he predicado del reino, volverá a verme. Declaro hoy que he sido fiel. Si alguien sufre la muerte eterna, no será mi culpa, porque no me eché para atrás a la hora de declarar todo lo que Dios quiere que ustedes sepan. »Entonces cuídense a sí mismos y cuiden al pueblo de Dios. Alimenten y pastoreen al rebaño de Dios —su iglesia, comprada con su propia sangre— sobre quien el Espíritu Santo los ha designado líderes. Sé que, después de mi salida, vendrán en medio de ustedes falsos maestros como lobos rapaces y no perdonarán al rebaño. Incluso algunos hombres de su propio grupo se levantarán y distorsionarán la verdad para poder juntar seguidores. ¡Cuidado! Recuerden los tres años que pasé con ustedes —de día y de noche mi constante atención y cuidado— así como mis muchas lágrimas por cada uno de ustedes. »Y ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, que tiene poder para edificarlos y darles una herencia junto con todos los que él ha consagrado para sí mismo. »Yo nunca he codiciado la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes saben que mis dos manos han trabajado para satisfacer mis propias necesidades e incluso las necesidades de los que estuvieron conmigo. Y he sido un ejemplo constante de cómo pueden ayudar con trabajo y esfuerzo a los que están en necesidad. Deben recordar las palabras del Señor Jesús: “Hay más bendición en dar que en recibir”». Cuando Pablo terminó de hablar, se arrodilló y oró con ellos. Todos lloraban mientras lo abrazaban y le daban besos de despedida. Estaban tristes principalmente porque les había dicho que nunca más volverían a verlo. Luego lo acompañaron hasta el barco.