Pero no es que las promesas de Dios a Israel hayan perdido su validez; más bien es que no todos los descendientes de Israel son verdadero pueblo de Israel. No todos los descendientes de Abraham son verdaderamente sus hijos, sino que Dios le había dicho: «Tu descendencia vendrá por medio de Isaac.» Esto nos da a entender que nadie es hijo de Dios solamente por pertenecer a cierta raza; al contrario, solo a quienes son hijos en cumplimiento de la promesa de Dios, se les considera verdaderos descendientes. Porque esta es la promesa que Dios hizo a Abraham: «Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo.» Pero eso no es todo. Los dos hijos de Rebeca eran de un mismo padre, nuestro antepasado Isaac, y antes que ellos nacieran, cuando aún no habían hecho nada, ni bueno ni malo, Dios anunció a Rebeca: «El mayor será siervo del menor.» Lo cual también está de acuerdo con la Escritura que dice: «Amé a Jacob y aborrecí a Esaú.» Así quedó confirmado el derecho que Dios tiene de escoger, de acuerdo con su propósito, a los que quiere llamar, sin tomar en cuenta lo que hayan hecho.
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