Todos los reyes de las naciones descansan con honor, cada uno en su tumba; a ti, en cambio, te arrojan lejos del sepulcro como basura repugnante, como cadáver pisoteado, entre gente asesinada, degollada, arrojada al abismo lleno de piedras. No te enterrarán como a los otros reyes, porque arruinaste a tu país y asesinaste a la gente de tu pueblo. La descendencia de los malhechores no durará para siempre. Prepárense para matar a los hijos por los crímenes que sus padres cometieron, para que no piensen más en dominar la tierra ni en llenar el mundo de ciudades.» El Señor todopoderoso afirma: «Voy a entrar en acción contra ellos, voy a acabar con el nombre de Babilonia y con lo que quede de ella, con sus hijos y sus nietos. La convertiré en un pantano, en región plagada de lechuzas. La barreré con la escoba de la destrucción.» Es el Señor todopoderoso quien lo afirma. El Señor todopoderoso ha jurado: «Sin duda alguna, lo que yo he decidido, se hará; lo que yo he resuelto, se cumplirá. Destruiré al pueblo asirio en mi país, lo aplastaré en mis montañas. Su yugo dejará de oprimir a mi pueblo, su tiranía no pesará más sobre sus hombros. Esta es mi decisión en cuanto a toda la tierra. Mi mano amenaza a todas las naciones.» El Señor todopoderoso lo ha decidido, y nadie podrá oponérsele. Su mano está amenazando, y nadie lo hará cambiar de parecer.
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