Isaías dijo: «¡Dios va a convertir la tierra en un desierto! ¡Todos sus habitantes se dispersarán! A todos les pasará lo mismo: al sacerdote y al pueblo, a los amos y a los esclavos, al que compra y al que vende, al que presta y al que pide prestado, al rico y al pobre. ¡La tierra quedará totalmente arruinada! El Dios de Israel ha jurado que así lo hará. »La tierra se ha secado y marchitado; la gente más poderosa se ha quedado sin fuerzas. La tierra se ha llenado de maldad, porque sus habitantes no han cumplido las leyes de Dios. Se habían comprometido a obedecerlo por siempre, pero ninguno cumplió con ese pacto. Todos han pecado; por eso la tierra está bajo maldición y muy pocos han quedado con vida. La ciudad está desierta. »Los viñedos se han secado; ya casi no hay vino. Los que antes cantaban de alegría ahora mueren de tristeza. Ya no suenan los alegres tambores y el arpa ha quedado en silencio; ¡se acabó la fiesta! »El vino se ha vuelto vinagre y nadie entona una canción. La ciudad está en ruinas, todo es un desorden, y las casas se han cerrado. Por las calles la gente pide a gritos un poco de vino. »¡La alegría abandonó la tierra! La ciudad quedó destruida, y sus portones, hechos pedazos. Las naciones quedaron vacías, como un árbol de olivo después de la cosecha. »Los pocos que se salven gritarán y saltarán de alegría. ¡Por todos los rincones del mundo se oirán cantos de alabanza para el Dios que ama la justicia!»
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