¡Alma mía, ya puedes estar tranquila, porque el Señor me ha tratado con bondad. Tú, Señor, me libraste de la muerte, enjugaste mis lágrimas y no me dejaste caer. Por eso, Señor, mientras tenga vida, viviré según tu voluntad. Yo tenía fe, aun cuando dije: «¡Es muy grande mi aflicción!» Era tal mi desesperación, que exclamé: «¡No hay nadie digno de confianza!»
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