Hijo mío, atiende a mi sabiduría; inclina tu oído a mi inteligencia. Así pondrás en práctica mis consejos y tus labios resguardarán el conocimiento. Los labios de la mujer ajena destilan miel; su paladar es más suave que el aceite, pero termina siendo amargo como el ajenjo, y tajante como una espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte; sus pasos se dirigen al sepulcro. No tomes en cuenta sus caminos inestables, porque no conocerás el camino de la vida. Hijos, escúchenme bien ahora: No se aparten de las razones de mi boca. Aleja a esa mujer de tu camino. No te acerques a la puerta de su casa. Así no entregarás tu vida y tu honor a gente extraña y cruel. Así gente extraña no se saciará con tu fuerza, ni se quedarán tus trabajos en casa ajena. Así no tendrás que llorar al final, cuando tu carne y tu cuerpo se consuman
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