Nadie remienda un vestido viejo con un paño de tela nueva, porque la tela nueva estira la tela vieja, y la rotura se hace peor.
Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo revienta los odres, y entonces el vino se derrama y los odres se echan a perder. Más bien, el vino nuevo debe echarse en odres nuevos, y tanto lo uno como lo otro se conserva juntamente.»
Mientras él les decía estas cosas, un magistrado vino y se arrodilló ante él, y le dijo: «Mi hija acaba de morir; pero ven y pon tu mano sobre ella, y ella volverá a la vida.»
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
En eso, una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto,
pues pensaba: «Si alcanzo a tocar tan solo su manto, me sanaré.»
Pero Jesús se volvió a mirarla y le dijo: «Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado.» Y a partir de ese momento la mujer quedó sana.
Cuando Jesús entró en la casa del magistrado, vio a los que tocaban flautas y a la gente que hacía alboroto,
y les dijo: «Váyanse, porque la niña no está muerta, sino dormida.» Ellos se burlaron de él.
Pero luego de despedir a la gente, él entró y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.
Esta noticia se difundió por toda aquella región.
Cuando Jesús salió de allí, dos ciegos lo siguieron, y a gritos le decían: «¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!»
Cuando Jesús llegó a la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: «¿Creen que puedo hacer esto?» Ellos dijeron: «Sí, Señor.»
Entonces les tocó los ojos, y les dijo: «Que se haga con ustedes conforme a su fe.»
Y los ojos de ellos fueron abiertos. Pero Jesús les encargó con mucha firmeza: «Asegúrense de que nadie sepa esto.»
Sin embargo, en cuanto ellos salieron, divulgaron la fama de él por toda aquella región.
En el momento en que salían, le trajeron a Jesús un mudo que estaba endemoniado.
En cuanto el demonio fue expulsado, el mudo comenzó a hablar. Y la gente se asombraba y decía: «¡Nunca se ha visto nada igual en Israel!»
Pero los fariseos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder del príncipe de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, y enseñaba en las sinagogas de ellos, predicaba el evangelio del reino y sanaba toda enfermedad y toda dolencia del pueblo.
Al ver las multitudes, Jesús tuvo compasión de ellas porque estaban desamparadas y dispersas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «Ciertamente, es mucha la mies, pero son pocos los segadores.
Por tanto, pidan al Señor de la mies que envíe segadores a cosechar la mies.»