Y se decían el uno al otro: «¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo instante se levantaron y volvieron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos,
los cuales decían: «¡En verdad el Señor ha resucitado, y se le ha aparecido a Simón!»
Los dos, por su parte, les contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban ellos hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz sea con ustedes!»
Ellos se espantaron y se atemorizaron, pues creían estar viendo un espíritu;
pero Jesús les dijo: «¿Por qué se asustan? ¿Por qué dan cabida a esos pensamientos en su corazón?
¡Miren mis manos y mis pies! ¡Soy yo! Tóquenme y véanme: un espíritu no tiene carne ni huesos, como pueden ver que los tengo yo.»
Y al decir esto, les mostró las manos y los pies.
Y como ellos, por el gozo y la sorpresa que tenían, no le creían, Jesús les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?»
Entonces ellos le dieron parte de un pescado asado,
y él lo tomó y se lo comió delante de ellos.
Luego les dijo: «Lo que ha pasado conmigo es lo mismo que les anuncié cuando aún estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.»
Entonces les abrió el entendimiento para que pudieran comprender las Escrituras,
y les dijo: «Así está escrito, y así era necesario, que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día,
y que en su nombre se predicara el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando por Jerusalén.
De esto, ustedes son testigos.
Yo voy a enviar sobre ustedes la promesa de mi Padre; pero ustedes, quédense en la ciudad de Jerusalén hasta que desde lo alto sean investidos de poder.»
Luego los llevó de allí a Betania, y levantando sus manos los bendijo.
Pero sucedió que, mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado a las alturas del cielo.
Ellos lo adoraron, y después volvieron muy felices a Jerusalén;
y siempre estaban en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Amén.