Cuando vayas a la casa de Dios, refrena tus pasos. En vez de acercarte para ofrecer sacrificios de gente necia, que no sabe que hace mal, acércate para oír.
No permitas que tu boca ni tu corazón se apresuren a decir nada delante de Dios, porque Dios está en el cielo y tú estás en la tierra. Por lo tanto, habla lo menos que puedas,
porque si te preocupas mucho, tienes pesadillas; y si hablas mucho, dices tonterías.
Cuando le hagas una promesa a Dios, no tardes en cumplírsela, porque a Dios no le agrada la gente necia. Cumple lo que prometas,
porque es mejor que no prometas, y no que prometas y no cumplas.
No permitas que tus labios te hagan pecar, ni digas delante del ángel que lo hiciste por ignorancia. ¿Para qué provocar que Dios se enoje por tus palabras, y que destruya todo lo que has hecho?
Tú debes temer a Dios. Porque cuando los sueños aumentan, también aumentan las palabras huecas.
Si en tu provincia ves que se oprime a los pobres, y que se tuercen el derecho y la justicia, esto no debe asombrarte, porque sobre un alto oficial hay otro más alto, y por encima de ellos hay uno más alto.
¿Y qué provecho saca la tierra de todo esto? ¿Acaso el rey está al servicio del campo?
Quien ama el dinero, jamás tiene suficiente. Quien ama las riquezas, nunca recibe bastante. ¡Y también esto es vanidad!
Cuando aumentan los bienes, aumentan los comensales. ¿Y qué gana su dueño con esto, aparte de poder contemplar sus bienes?
El que trabaja tiene dulces sueños, aun cuando coma mucho o coma poco. En cambio, al rico tanta abundancia le quita el sueño.
He visto un mal terrible bajo el sol, y es que las riquezas acumuladas acaban por perjudicar a su dueño,
pues las puede perder en un mal negocio, ¡y a los hijos que tuvo no les dejará nada!
Al final, se irá tal como vino, es decir, tan desnudo como cuando salió del vientre de su madre, ¡y nada se llevará de todo su trabajo!
También esto es un mal terrible, que se vaya tal como vino. ¿De qué le habrá servido trabajar tanto para nada?
Para colmo, toda su vida la pasará comiendo a oscuras, y en medio de muchos afanes, dolores y miseria.
Pero algo bueno he visto. Y es que no hay nada mejor que comer y beber y gozar, cada día de nuestra vida, del fruto del trabajo con que nos agobiamos bajo el sol. Esa es la herencia que de Dios hemos recibido.
A cada uno de nosotros Dios nos ha dado riquezas y bienes, y también nos ha dado el derecho de consumirlas. Tomar nuestra parte y disfrutar de nuestro trabajo es un don de Dios.
Y como Dios nos llena de alegría el corazón, no nos preocupamos mucho por los días de nuestra vida.