Entonces el rey de Asiria trajo a las ciudades de Samaria gente de Babilonia, de Cutá, de Avá, de Jamat y de Sefarvayin, para que las habitaran en lugar de los israelitas. Y así, estos extranjeros tomaron posesión de Samaria y habitaron en sus ciudades.
Al principio, cuando comenzaron a habitar esas ciudades, como ellos no servían al Señor, el Señor envió contra ellos leones para que los mataran.
Entonces ellos le dijeron al rey de Asiria:
«Las gentes que tú trasladaste y pusiste en las ciudades de Samaria, no reconocen la ley del Dios de aquella tierra, y como no la reconocen, su Dios ha lanzado leones en medio de ellos, y los leones los matan.»
Entonces el rey de Asiria ordenó:
«Lleven de vuelta a alguno de los sacerdotes que trajeron de allá, y déjenlo vivir allí, para que les enseñe la ley del Dios del país.»
Y uno de los sacerdotes que había sido llevado cautivo de Samaria, vino y habitó en Betel, y les enseñó cómo debían servir al Señor.
Pero cada nación se hizo sus dioses, y los pusieron en los santuarios que los de Samaria habían levantado en los montes, cada nación en la ciudad donde habitaba.
Los de Babilonia hicieron imágenes de Sucot Benot, los de Cutá hicieron imágenes de Nergal, y los de Jamat hicieron imágenes de Asima.
Los aveos hicieron imágenes de Nibejaz y de Tartac, y los de Sefarvayin adoraban a Adramelec y a Anamelec, dioses de Sefarvayin, ofreciendo a sus hijos como sacrificios por fuego.
Pero esta gente también rendía culto al Señor, así que del bajo pueblo designaron sacerdotes para que ministraran en los altares de los montes, y estos ofrecían los sacrificios de esa gente en esos santuarios.
Rendían culto al Señor, pero también honraban a sus dioses, como acostumbraban hacerlo las naciones de donde habían sido tomados.
Hasta el día de hoy, esta gente hace lo que siempre hizo: ni temen al Señor, ni cumplen sus estatutos ni sus ordenanzas, ni hacen lo que la ley y los mandamientos del Señor mandan hacer a los hijos de Jacob, cuyo nombre fue cambiado por el de Israel.
Con los israelitas el Señor hizo un pacto, y claramente les ordenó:
«Ustedes no temerán a otros dioses, ni los adorarán, ni les servirán, ni les ofrecerán sacrificios.
Solo me temerán a mí, el Señor, que con gran poder y con brazo extendido los saqué de Egipto. Solo a mí me temerán y adorarán, y ofrecerán sacrificios.
Siempre tendrán cuidado de poner por obra los estatutos, derechos, leyes y mandamientos que yo les di por escrito. No temerán a dioses ajenos.
No olvidarán el pacto que yo hice con ustedes, ni temerán a dioses ajenos;
me temerán a mí, el Señor su Dios, y yo los libraré del poder de todos sus enemigos.»
Pero ellos no escucharon, sino que siguieron practicando sus costumbres antiguas.
Esos pueblos temieron al Señor y, al mismo tiempo, sirvieron a sus ídolos. También sus hijos y sus nietos siguieron las prácticas de sus antepasados, y así lo hacen hasta el día de hoy.