La tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento para salvación, y de esta no hay que arrepentirse, pero la tristeza que proviene del mundo produce muerte. ¡Fíjense! Esta tristeza que provino de Dios, ¡produjo en ustedes preocupación, el deseo de disculparse, indignación, temor, vehemencia, celo, y deseos de hacer justicia! Es evidente que en este asunto ustedes no tuvieron la culpa.
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