En cuanto a los tiempos y las ocasiones, no hace falta, hermanos míos, que yo les escriba.
Ustedes saben perfectamente que el día del Señor llegará como ladrón en la noche.
De repente, cuando la gente diga: «Paz y seguridad», les sobrevendrá la destrucción, como le llegan a la mujer encinta los dolores, y no escaparán.
Pero ustedes, hermanos, no viven en tinieblas, como para que ese día los sorprenda como un ladrón,
sino que todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de la oscuridad,
así que no durmamos como los demás, sino mantengámonos atentos y sobrios.
Los que duermen, de noche duermen; los que se embriagan, de noche se embriagan;
pero nosotros, los que somos del día, debemos ser sobrios, ya que nos hemos revestido de la coraza de la fe y del amor, y tenemos como casco la esperanza de la salvación.
Dios no nos ha puesto para sufrir el castigo, sino para alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo,
quien murió por nosotros para que, despiertos o dormidos, vivamos unidos a él.
Por lo tanto, anímense y edifíquense unos a otros, como en efecto ya lo hacen.
Hermanos, les rogamos que sean considerados con los que trabajan entre ustedes, y que los instruyen y dirigen en el Señor.
Ténganlos en alta estima y ámenlos por causa de su obra. Y ustedes, vivan en paz.
También les rogamos, hermanos, que les llamen la atención a los ociosos, que animen a los de poco ánimo, que apoyen a los débiles, y que sean pacientes con todos.
Tengan cuidado de que nadie pague a otro mal por mal; más bien, procuren siempre hacer el bien, tanto entre ustedes como con los demás.
Estén siempre gozosos.
Oren sin cesar.
Den gracias a Dios en todo, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús.
No apaguen el Espíritu.
No menosprecien las profecías.
Examínenlo todo; retengan lo bueno.
Absténganse de toda especie de mal.