Logo de YouVersion
Ícono Búsqueda

1 Reyes 18:1-39

1 Reyes 18:1-39 RVC

El tiempo pasó, y tres años después la palabra del Señor vino a Elías y le dijo: «Ve y preséntate ante Ajab. Voy a hacer que llueva sobre la tierra.» Elías se puso en marcha para hablar con Ajab. El hambre que azotaba a Samaria era terrible. Ese día el rey llamó a Abdías, su administrador. Abdías era un hombre profundamente temeroso del Señor, pues cuando Jezabel mandó matar a los profetas del Señor, Abdías salvó a cien de ellos; formó dos grupos de cincuenta profetas, y los escondió en cuevas y les proveyó pan y agua. Ajab le dijo a Abdías: «Ve a recorrer todo el país. Busca manantiales con agua, y arroyos. Tal vez encontremos un poco de pasto para mantener vivos a los caballos y a las mulas. De lo contrario, nos quedaremos sin bestias.» Para recorrer el país, lo dividieron en dos partes; Ajab se fue por un lado, y Abdías se fue por otro. En el camino, Abdías se encontró con Elías y, cuando lo reconoció, se inclinó de cara al suelo y le preguntó: «¿Acaso no eres tú mi señor Elías?» Y Elías respondió: «Sí, yo soy Elías. Ve y dile a tu amo que aquí estoy.» Pero Abdías le preguntó: «¿Cuál es mi pecado? ¿Por qué quieres entregar a este siervo tuyo? Si caigo en manos de Ajab, ¡me matará! Te juro por el Señor, tu Dios, que mi amo no ha dejado de buscarte por todos los reinos y naciones, pero siempre le dicen que allí no estás. Y Ajab los ha obligado a jurar que en verdad no te han visto. Y ahora vienes tú y me ordenas que vaya y le diga al rey: “¡Aquí está Elías!” ¿Sabes qué va a pasar? Que cuando yo vaya y le dé la noticia al rey, el espíritu del Señor te llevará a otro lugar que yo no conozca; y cuando el rey venga a buscarte, si no te halla, ¡seguramente me matará! Este siervo tuyo teme al Señor desde que era joven. ¿Acaso no te han dicho, mi señor, que cuando Jezabel estaba matando a los profetas del Señor, yo escondí a cien de ellos? A cincuenta los puse en una cueva, y a los otros cincuenta los puse en otra, y los alimenté con pan y agua. ¡Y ahora vienes tú y me ordenas que vaya y le diga a mi amo que estás aquí! ¿Acaso quieres que me mate?» Entonces Elías le dijo: «Te juro por el Señor de los ejércitos, en cuya presencia estoy, que hoy mismo me presentaré ante tu amo.» Entonces Abdías fue en busca de Ajab, y cuando lo encontró le dijo que el profeta Elías estaba allí, y Ajab vino al encuentro de Elías. Cuando lo vio, dijo: «¿Qué, no eres tú el que anda perturbando a Israel?» Y Elías le respondió: «Yo no ando perturbando a Israel. Lo perturban tú y la familia de tu padre, al apartarse de los mandamientos del Señor y seguir a las imágenes de Baal. Pero ordena ahora que todo el pueblo se reúna en el monte Carmelo, junto con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Asera que Jezabel alimenta.» Ajab reunió en el monte Carmelo a todos los israelitas y a los profetas. Entonces Elías se paró frente a todo el pueblo, y dijo: «¿Hasta cuándo van a estar titubeando entre dos sentimientos? Si el Señor es Dios, síganlo a él; pero si piensan que Baal es Dios, entonces vayan tras él.» Y como el pueblo se quedó callado, Elías volvió a decirles: «De todos los profetas del Señor, sólo yo he quedado; en cambio, Baal cuenta con cuatrocientos cincuenta profetas. Pero traigan dos toros: uno para los profetas de Baal, y otro para mí. Que corten ellos en pedazos el suyo y lo pongan sobre la leña, pero sin prenderle fuego; por mi parte, yo también cortaré en pedazos mi toro, y lo pondré sobre la leña, pero tampoco le prenderé fuego. Ustedes van a invocar el nombre de sus dioses, y yo también invocaré el nombre del Señor; y el Dios que responda y envíe fuego sobre el altar, que sea reconocido como el verdadero Dios.» Como todo el pueblo aceptó la propuesta, Elías dijo a los profetas de Baal: «Como ustedes son más, escojan uno de los toros y córtenlo en pedazos. Pero no le prendan fuego. Invoquen entonces a sus dioses.» Los profetas tomaron el toro que se les dio y lo prepararon, y luego invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía. Decían: «¡Baal, respóndenos!» Pero aunque saltaban alrededor del altar, el silencio era total. Hacia el mediodía, Elías comenzó a burlarse de ellos, y les decía: «¡Griten más fuerte! Recuerden que es un dios. Tal vez estará meditando; o se encontrará ocupado; ¡o se habrá ido a otro lugar! ¡Tal vez esté dormido, y ustedes tengan que despertarlo!» Ellos gritaban más fuerte, mientras se hacían cortaduras en el cuerpo con cuchillos y con puntas de lanzas, hasta que la sangre les bañaba el cuerpo. Pero pasó el mediodía y los profetas seguían gritando, como en trance, hasta la hora en que se tenía que ofrecer el sacrificio, y no se escuchaba una sola voz; ¡el silencio era total! Entonces Elías llamó a todo el pueblo, y les pidió que se acercaran a él. En cuanto el pueblo se acercó, él se puso a arreglar el altar del Señor, que estaba en ruinas; tomó doce piedras, una por cada tribu de los hijos de Jacob, a quien el Señor le cambió el nombre y le dijo: «Tu nombre será Israel.» Con las doce piedras edificó un altar en honor al nombre del Señor, luego hizo una zanja alrededor del altar, en donde cupieran dos medidas de grano, preparó la leña y destazó el toro, y lo puso sobre la leña; entonces pidió que llenaran cuatro cántaros con agua, y que la derramaran sobre el toro y sobre la leña, y aún pidió que volvieran a mojar el altar. Esto lo hicieron una y otra vez, ¡y el agua corría alrededor del altar, y hasta la zanja se llenó de agua! Cuando llegó el momento de ofrecer el sacrificio, Elías se acercó al altar y dijo: «Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, demuestra hoy que tú eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo, y que solamente hago lo que tú me has ordenado hacer. ¡Respóndeme, Señor, respóndeme! ¡Que tu pueblo reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que tú harás que su corazón se vuelva a ti!» En ese momento cayó fuego de parte del Señor, y consumió el toro que allí se ofrecía, y la leña, las piedras, y hasta el polvo, ¡y aun secó el agua que inundaba la zanja! Cuando todos vieron esto, se arrodillaron y exclamaron: «¡El Señor es Dios, el Señor es Dios!»