¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! Si me propusiera contarlos, sumarían más que los granos de arena; al despertar, aún estaría contigo. Oh Dios, ¡si tan solo mataras a los malvados! ¡Si de mí se apartara la gente sanguinaria, esos que con malicia te difaman, enemigos que en vano se rebelan contra ti! ¿Acaso no aborrezco, SEÑOR, a los que te odian y me repugnan los que te rechazan? El odio que les tengo no tiene límites; ¡los cuento entre mis enemigos! Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis ansiedades.
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