No es un enemigo el que me hostiga; eso podría soportarlo. No son mis adversarios los que me insultan con tanta arrogancia; de ellos habría podido esconderme. En cambio, eres tú, mi par, mi compañero y amigo íntimo. ¡Cuánto compañerismo disfrutábamos cuando caminábamos juntos hacia la casa de Dios! Que la muerte aceche a mis enemigos; que la tumba se los trague vivos, porque la maldad habita en ellos. Pero clamaré a Dios, y el SEÑOR me rescatará. Mañana, tarde y noche clamo en medio de mi angustia, y el SEÑOR oye mi voz. Él me rescata y me mantiene a salvo de la batalla que se libra en mi contra, aunque muchos todavía se me oponen. Dios, quien siempre ha gobernado, me oirá y los humillará. Interludio Pues mis enemigos se niegan a cambiar de rumbo; no tienen temor de Dios. En cuanto a mi compañero, él traicionó a sus amigos; no cumplió sus promesas. Sus palabras son tan suaves como la mantequilla, pero en su corazón hay guerra. Sus palabras son tan relajantes como una loción, ¡pero por debajo son dagas! Entrégale tus cargas al SEÑOR, y él cuidará de ti; no permitirá que los justos tropiecen y caigan. Pero tú, oh Dios, mandarás a los perversos a la fosa de destrucción; los asesinos y los mentirosos morirán jóvenes, pero yo confío en que tú me salves.
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