Eso lo dijo cuando eran unos pocos, un pequeño grupo de extranjeros en Canaán. Anduvieron de nación en nación, de un reino a otro. Sin embargo, él no permitió que nadie los oprimiera. A favor de ellos, les advirtió a los reyes: «No toquen a mi pueblo elegido ni hagan daño a mis profetas». Mandó hambre a la tierra de Canaán, y cortó la provisión de alimentos. Luego envió a un hombre a Egipto delante de ellos: a José, quien fue vendido como esclavo. Le lastimaron los pies con grilletes y en el cuello le pusieron un collar de hierro. Hasta que llegó el momento de cumplir sus sueños, el SEÑOR puso a prueba el carácter de José. Entonces el faraón mandó a buscarlo y lo puso en libertad; el gobernante de la nación le abrió la puerta de la cárcel. José quedó a cargo de toda la casa del rey; llegó a ser el administrador de todas sus posesiones. Con total libertad instruía a los asistentes del rey y enseñaba a los consejeros del rey.
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