SEÑOR, ¡oye mi oración! ¡Escucha mi ruego! No te alejes de mí en el tiempo de mi angustia. Inclínate para escuchar y no tardes en responderme cuando te llamo. Pues mis días desaparecen como el humo, y los huesos me arden como carbones al rojo vivo. Tengo el corazón angustiado, marchito como la hierba, y perdí el apetito. Por mi gemir, quedé reducido a piel y huesos. Soy como un búho en el desierto, como un búho pequeño en un lugar remoto y desolado. Me acuesto y sigo despierto, como un pájaro solitario en el tejado. Mis enemigos se burlan de mí día tras día; se mofan de mí y me maldicen. Me alimento de cenizas; las lágrimas corren por mis mejillas y se mezclan con mi bebida, a causa de tu enojo y de tu ira, pues me levantaste y me echaste. Mi vida pasa tan rápido como las sombras de la tarde; voy marchitándome como hierba. Pero tú, oh SEÑOR, te sentarás en tu trono para siempre; tu fama durará por todas las generaciones. Te levantarás y tendrás misericordia de Jerusalén; ya es tiempo de tener compasión de ella, ahora es el momento en que prometiste ayudar. Pues tu pueblo ama cada piedra de sus murallas y atesora hasta el polvo de sus calles.
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