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SALMOS 78:38-72

SALMOS 78:38-72 Reina Valera 2020 (RV2020)

Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad y no los destruía; apartó muchas veces su ira y no despertó todo su enojo. Se acordó de que eran carne, soplo que va y no vuelve. ¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, y lo enojaron en el yermo! Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel. No se acordaban de su mano, del día que los redimió de la angustia; cuando manifestó en Egipto sus señales y sus maravillas en el campo de Zoán. Y volvió sus ríos en sangre, y sus corrientes, para que no bebieran. Envió entre ellos enjambres de moscas que los devoraban y ranas que los destruían. Dio también a la oruga sus frutos y sus cosechas a la langosta. Sus viñas destruyó con granizo y sus higuerales con escarcha. Entregó al granizo sus bestias y sus ganados a los rayos. Envió sobre ellos el ardor de su ira; enojo, indignación y angustia, ¡un ejército de ángeles destructores! Dispuso camino a su furor; no eximió la vida de ellos de la muerte, sino que los entregó a mortandad. Hizo morir a todo primogénito en Egipto, las primicias de su fuerza en las tiendas de Cam. Hizo salir a su pueblo como a ovejas y los llevó por el desierto como a un rebaño. Los guio con seguridad, de modo que no tuvieran temor; y el mar cubrió a sus enemigos. Los trajo después a las fronteras de su tierra santa, a este monte que ganó con su mano derecha. Echó las naciones de delante de ellos; con cuerdas repartió sus tierras en heredad e hizo habitar en sus tiendas a las tribus de Israel. Pero ellos tentaron y enojaron al Dios altísimo y no guardaron sus testimonios; más bien, le dieron la espalda, rebelándose como sus padres; se torcieron como arco engañoso. Lo enojaron con sus lugares altos y lo provocaron a celo con sus imágenes de talla. Lo oyó Dios y se enojó, y detestó intensamente a Israel. Dejó, por tanto, el tabernáculo de Silo, la tienda en que habitó entre los hombres. Entregó a cautiverio su poderío; su gloria, en manos del enemigo. Entregó también su pueblo a la espada y se irritó contra su heredad. El fuego devoró a sus jóvenes y sus vírgenes no fueron loadas en cantos nupciales. Sus sacerdotes cayeron a espada y sus viudas no hicieron lamentación. Entonces despertó el Señor como quien duerme, como un valiente aturdido por el vino, e hirió a sus enemigos por la espalda; y los dejó avergonzados para siempre. Desechó a la casa de José y no escogió a la tribu de Efraín, sino que escogió a la tribu de Judá, el monte de Sion, al cual amó. Edificó su santuario como el cielo, como la tierra que cimentó para siempre. Eligió a David su siervo y lo tomó de los rebaños de ovejas; de andar tras las ovejas, lo llevó, a pastorear a Jacob, su pueblo, a Israel su heredad. Y los pastoreó con corazón íntegro, los condujo con mano diestra.

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SALMOS 78:38-72 La Palabra (versión española) (BLP)

Él, misericordioso, perdonaba su pecado y no los destruía; su ira contenía una y otra vez, no desplegaba todo su furor. Recordaba que eran humanos, un soplo que pasa y no vuelve. ¡Cuántas veces se rebelaron en el desierto y en el yermo lo llenaron de tristeza! Una y otra vez provocaban a Dios, enojaban al Santo de Israel. No se acordaban de su poder, del día que los salvó del enemigo, cuando en Egipto hizo prodigios y portentos en los campos de Soán. Él convirtió en sangre sus ríos, sus arroyos para que no bebieran. Les envió plagas que los devoraron, ranas que los destruyeron, entregó a los saltamontes sus cosechas, a las langostas sus tareas campesinas; destruyó con el granizo sus viñedos, con la helada sus higueras; abandonó su ganado al pedrisco, a los rayos sus rebaños. Lanzó contra ellos el furor de su ira, cólera, furia y calamidades, una hueste de aciagos mensajeros. Dio rienda suelta a su ira y no los salvó de la muerte, sino que entregó sus vidas a la peste; a todo primogénito abatió en Egipto, a todo primer nacido en las tiendas de Cam. Como a un rebaño sacó a su pueblo, por el desierto lo condujo como a ovejas; en sosiego los guiaba y no temían, pero a sus enemigos los cubría el mar. Y los llevó hasta su tierra sagrada, al monte que su mano conquistó. Ante ellos expulsó naciones, repartió en lotes su heredad y en sus tiendas alojó a las tribus de Israel. Pero ellos lo pusieron a prueba, se rebelaron contra el Dios Altísimo, no respetaron sus mandamientos. Lo abandonaron, lo traicionaron como sus padres, se desviaron como un arco mal tensado. Lo enfurecieron con sus altares, con sus ídolos le dieron celos. Dios lo oyó y se llenó de furia, detestó intensamente a Israel. Abandonó su morada en Siló, la Tienda que tenía en medio de ellos. Al cautiverio entregó su poder, a manos del enemigo su gloria; abandonó su pueblo a la espada, se enfureció contra su heredad; a sus jóvenes consumió el fuego, no hubo cantos de boda para sus doncellas; sus sacerdotes murieron a espada, sus viudas no los lloraron. Pero el Señor despertó como quien duerme, cual guerrero aturdido por el vino, y atacó a sus enemigos por la espalda, los cubrió de una vergüenza eterna. Rechazó a la casa de José, no eligió a la tribu de Efraín; eligió a la tribu de Judá, al monte Sion que él ama. Erigió su santuario como el cielo, como la tierra que asentó para siempre. Eligió a David su siervo, del redil de las ovejas lo tomó; lo sacó de detrás de las corderas para pastorear a Jacob, su pueblo, y a Israel su heredad. Y los pastoreó con corazón íntegro, los condujo con mano diestra.

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SALMOS 78:38-72 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Sin embargo, él tuvo compasión de ellos; les perdonó su maldad y no los destruyó. Una y otra vez contuvo su enojo, y no se dejó llevar del todo por la ira. Se acordó de que eran simples mortales, un efímero suspiro que jamás regresa. ¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, y lo entristecieron en los páramos! Una y otra vez ponían a Dios a prueba; provocaban al Santo de Israel. Jamás se acordaron de su poder, de cuando los rescató del opresor, ni de sus señales milagrosas en Egipto, ni de sus portentos en la región de Zoán, cuando convirtió en sangre los ríos egipcios y no pudieron ellos beber de sus arroyos; cuando les envió tábanos que los devoraban, y ranas que los destruían; cuando entregó sus cosechas a los saltamontes, y sus sembrados a la langosta; cuando con granizo destruyó sus viñas, y con escarcha sus higueras; cuando entregó su ganado al granizo, y sus rebaños a las centellas; cuando lanzó contra ellos el ardor de su ira, de su furor, indignación y hostilidad: ¡todo un ejército de ángeles destructores! Dio rienda suelta a su enojo y no los libró de la muerte, sino que los entregó a la plaga. Dio muerte a todos los primogénitos de Egipto, a las primicias de su raza en los campamentos de Cam. A su pueblo lo guio como a un rebaño; los llevó por el desierto, como a ovejas, infundiéndoles confianza para que no temieran. Pero a sus enemigos se los tragó el mar. Trajo a su pueblo a su tierra santa, a estas montañas que su diestra conquistó. Al paso de los israelitas expulsó naciones, cuyas tierras dio a su pueblo en heredad; ¡así estableció en sus tiendas a las tribus de Israel! Pero ellos pusieron a prueba a Dios: se rebelaron contra el Altísimo y desobedecieron sus estatutos. Fueron desleales y traidores, como sus padres; ¡tan falsos como un arco defectuoso! Lo irritaron con sus santuarios paganos; con sus ídolos despertaron sus celos. Dios lo supo y se puso muy furioso, por lo que rechazó completamente a Israel. Abandonó el tabernáculo de Siló, que era su santuario aquí en la tierra, y dejó que el símbolo de su poder y gloria cayera cautivo en manos enemigas. Tan furioso estaba contra su pueblo que dejó que los mataran a filo de espada. A sus jóvenes los consumió el fuego, y no hubo cantos nupciales para sus muchachas; a filo de espada cayeron sus sacerdotes, y sus viudas no pudieron hacerles duelo. Despertó entonces el Señor, como quien despierta de un sueño, como un guerrero que, a causa del vino, lanza gritos desaforados. Hizo retroceder a sus enemigos, y los puso en vergüenza para siempre. Rechazó a los descendientes de José, y no escogió a la tribu de Efraín; más bien, escogió a la tribu de Judá y al monte Sión, al cual ama. Construyó su santuario, alto como los cielos, como la tierra, que él afirmó para siempre. Escogió a su siervo David, al que sacó de los apriscos de las ovejas, y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia. Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió.

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