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SALMOS 18:1-20

SALMOS 18:1-20 La Palabra (versión española) (BLP)

Te quiero, Señor, eres mi fuerza. El Señor es mi bastión, mi baluarte, el que me salva; mi Dios es la fortaleza en que me resguardo; es mi escudo, mi refugio y mi defensa. Yo invoco al Señor, digno de alabanza, y quedo a salvo de mis enemigos. Me rodeaban las cadenas de la muerte, me aterraban torrentes devastadores, me envolvían las redes del abismo, me acosaban trampas mortales. En mi angustia invoqué al Señor, a mi Dios le pedí ayuda. Desde su santuario escuchó mi grito, a sus oídos llegó mi clamor. La tierra tembló y se estremeció, se conmovieron los cimientos del mundo, retemblaron por su furia. Salió humo de su nariz, fuego devorador de su boca, despedía brasas ardientes. Inclinó los cielos y descendió, caminando sobre la niebla. Montó en un querubín, emprendió el vuelo y se elevó sobre las alas del viento. De las tinieblas hizo su refugio, de aguaceros y densas nubes una tienda que lo cubría. Ante su resplandor las nubes se deshicieron en granizo y chispas de fuego. El Señor tronó desde el cielo, el Altísimo alzó su voz, granizo y fuego abrasador; disparó sus flechas y los dispersó, con rayos incontables los dejó aturdidos. Emergieron los lechos de las aguas, se mostraron los cimientos del mundo por tu estruendo, Señor, por el soplo de tu ira. Desde la altura me asió con su mano, me sacó de las aguas turbulentas. Me salvó de un enemigo poderoso, de adversarios más fuertes que yo. En un día aciago me atacaron, pero el Señor fue mi apoyo, me puso a salvo, me libró porque me amaba. El Señor me premia por mi buena conducta, me recompensa por la inocencia de mis manos

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SALMOS 18:1-20 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

¡Cuánto te amo, SEÑOR, fuerza mía! El SEÑOR es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite! Invoco al SEÑOR, que es digno de alabanza, y quedo a salvo de mis enemigos. Los lazos de la muerte me envolvieron; los torrentes destructores me abrumaron. Me enredaron los lazos del sepulcro, y me encontré ante las trampas de la muerte. En mi angustia invoqué al SEÑOR; clamé a mi Dios, y él me escuchó desde su templo; ¡mi clamor llegó a sus oídos! La tierra tembló, se estremeció; se sacudieron los cimientos de los montes; ¡retemblaron a causa de su enojo! Por la nariz echaba humo, por la boca, fuego consumidor; ¡lanzaba carbones encendidos! Rasgando el cielo, descendió, pisando sobre oscuros nubarrones. Montando sobre un querubín, surcó los cielos y se remontó sobre las alas del viento. Hizo de las tinieblas su escondite, de los oscuros y cargados nubarrones un pabellón que lo rodeaba. De su radiante presencia brotaron nubes, granizos y carbones encendidos. En el cielo, entre granizos y carbones encendidos, se oyó el trueno del SEÑOR, resonó la voz del Altísimo. Lanzó sus flechas, sus grandes centellas; dispersó a mis enemigos y los puso en fuga. A causa de tu reprensión, oh SEÑOR, y por el resoplido de tu enojo, las cuencas del mar quedaron a la vista; ¡al descubierto quedaron los cimientos de la tierra! Extendiendo su mano desde lo alto, tomó la mía y me sacó del mar profundo. Me libró de mi enemigo poderoso, y de aquellos que me odiaban y eran más fuertes que yo. En el día de mi desgracia me salieron al encuentro, pero mi apoyo fue el SEÑOR. Me sacó a un amplio espacio; me libró porque se agradó de mí. El SEÑOR me ha pagado conforme a mi justicia; me ha premiado conforme a la limpieza de mis manos

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