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MARCOS 6:1-56

MARCOS 6:1-56 Reina Valera 2020 (RV2020)

Jesús salió de allí y vino a su tierra acompañado por sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga y muchos, oyéndole, se admiraban y preguntaban: —¿De dónde saca este tales cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que se le ha concedido, y estos milagros que sus manos han realizado? ¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban por él. Pero Jesús les dijo: —No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, entre sus parientes y en su misma casa. No pudo hacer allí ningún milagro, excepto sanar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. La incredulidad de aquella gente le causaba asombro. Recorría las aldeas de las inmediaciones enseñando. Entonces convocó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que no llevaran nada para el camino, excepto el bastón: ni alforja ni pan ni dinero en el bolsillo; que calzaran sandalias y no vistiesen dos túnicas. Y añadió: —Donde quiera que sea, cuando entréis en una casa, permaneced en ella hasta que abandonéis ese lugar. Y si en algún lugar no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, para que les sirva de testimonio. Sin duda os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra que para los de aquella ciudad. Los discípulos, habiendo salido, proclamaban que se arrepintieran. También echaban fuera muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban. La fama de Jesús llegó a oídos del rey Herodes, pues su nombre se había divulgado profusamente. Unos decían: —Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él estos poderes. Otros: «Es Elías». Y otros: «Es un profeta o alguno de los profetas». Al oírlo Herodes, dijo: —Este es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado de entre los muertos. Porque el mismo Herodes había ordenado apresar a Juan y le tuvo encadenado en la cárcel por causa de Herodías, mujer de su hermano Felipe y con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: —No te está permitido tener la mujer de tu hermano. Herodías abrigaba rencor contra él y deseaba matarlo; pero no podía, porque Herodes temía a Juan: sabía que era un hombre justo y santo, y le protegía. Se quedaba muy perplejo cuando le escuchaba, pero lo hacía con agrado. Para Herodías llegó la oportunidad cuando Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus príncipes, tribunos y altos dignatarios de Galilea. Entró la hija de Herodías para danzar, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa de tal manera que el rey dijo a la muchacha: —Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le juró: —Te daré todo lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino. La muchacha salió y preguntó a su madre: —¿Qué pediré? La madre respondió: —La cabeza de Juan el Bautista. Herodías entró apresuradamente y le dijo al rey: —Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista. El rey se entristeció mucho, pero como se había comprometido por el juramento hecho en presencia de los invitados, no quiso desairarla. E inmediatamente ordenó a un miembro de su guardia que le trajeran la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel, lo decapitó, trajo su cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha, y la joven se la entregó a su madre. Cuando sus discípulos se enteraron, vinieron, tomaron su cuerpo y le dieron sepultura. Entonces los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo cuanto habían hecho y enseñado. Él les dijo: —Venid, retirémonos a un lugar solitario y descansad un poco. Eran tantos los que iban y venían que no tenían tiempo ni para comer. Y se fueron solamente ellos en una barca a un lugar apartado. Pero los vieron marchar y los reconocieron. Entonces gentes de todas las ciudades fueron corriendo allí, adelantándose a su llegada, y se juntaron a él. Al desembarcar Jesús y ver la gran multitud, se conmovió profundamente porque parecían ovejas sin pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. El tiempo transcurría y se hizo tarde. Entonces sus discípulos se acercaron a él y le dijeron: —El lugar está desierto y la hora muy avanzada. Despídelos para que vayan a los lugares y aldeas de alrededor y se compren pan para comer. Jesús respondió: —Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: —¿Cómo quieres que compremos la cantidad de pan que es necesaria para darles de comer si el importe supondría doscientos denarios? Él les preguntó: —¿Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron le dijeron: —Cinco, y dos peces. Entonces les mandó que hicieran recostar a los congregados en grupos sobre la hierba verde. Se agruparon de ciento en ciento y de cincuenta en cincuenta. A continuación, Jesús tomó los cinco panes y los dos peces y, levantando los ojos al cielo, bendijo y partió los panes y se los dio a sus discípulos para que los distribuyeran entre la multitud. También repartió los dos peces. Comieron todos y se saciaron. Con los pedazos sobrantes que recogieron llenaron doce cestas, y los que comieron eran cinco mil hombres. Inmediatamente ordenó a sus discípulos que entrasen en la barca y que, precediéndole, se dirigiesen a Betsaida, en la otra orilla, en tanto que él despedía a la multitud. Cuando los hubo despedido se fue al monte a orar. Al llegar la noche, la barca estaba en medio del mar y Jesús, solo, en tierra, pero cerca del amanecer , al verles remar con gran esfuerzo porque el viento les era contrario, fue hacia ellos andando sobre el mar y como queriendo pasar de largo. Ellos, al verle caminar sobre las aguas, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar porque todos le vieron y se asustaron. Pero Jesús en seguida les habló diciendo: —¡Tened valor! Soy yo, no temáis. A continuación subió a la barca. El viento se calmó. Los discípulos se sentían asombrados y se maravillaban: no habían entendido aún el milagro de los panes, porque sus corazones estaban endurecidos. Terminada la travesía, llegaron a Genesaret y arribaron a la orilla. Apenas desembarcaron, la gente del lugar reconoció a Jesús. Según recorrían la región, le llevaban, a donde oían que él estaba, enfermos en camilla, de aquí y de allá. Dondequiera que llegaba, ya fueran aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a los enfermos y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de su manto. Todos cuantos lo tocaban quedaban curados.

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MARCOS 6:1-56 La Palabra (versión española) (BLP)

Jesús se fue de allí y regresó a su pueblo acompañado de sus discípulos. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga; y muchos que lo escuchaban no salían de su asombro y se preguntaban: —¿De dónde ha sacado este todo eso? ¿Quién le ha dado esos conocimientos y de dónde proceden esos milagros que hace? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no son sus hermanas estas que viven aquí? Así que estaban desconcertados a causa de Jesús. Por eso les dijo: —Solo en su propia tierra, en su propia casa y entre sus familiares menosprecian a un profeta. Y no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de curar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. Estaba verdaderamente sorprendido de la falta de fe de aquella gente. Andaba Jesús enseñando por las aldeas de alrededor, cuando reunió a los doce discípulos y empezó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros. Les ordenó que no llevaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni zurrón, ni dinero en el bolsillo; que fueran calzados con sandalias y no llevaran más que lo puesto. Les dio estas instrucciones: —Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que salgáis del lugar. Y si en algún sitio no quieren recibiros ni escucharos, marchaos de allí y sacudid el polvo pegado a vuestros pies, como testimonio contra esa gente. Los discípulos salieron y proclamaron la necesidad de la conversión. También expulsaron muchos demonios y curaban a muchos enfermos ungiéndolos con aceite. La fama de Jesús llegó a oídos del propio rey Herodes. Había algunos que decían: —Este es Juan el Bautista, que ha resucitado. Por eso tiene poder de hacer milagros. Otros, en cambio, decían que era Elías; y otros, que era un profeta semejante a los profetas antiguos. Al oír Herodes todo esto afirmó: —Este es Juan. Yo mandé que lo decapitaran, pero ha resucitado. Y es que el mismo Herodes había hecho arrestar a Juan y lo tuvo encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la esposa de su hermano Filipo, con la que se había casado. Pues Juan había dicho a Herodes: —No te es lícito tener a la mujer de tu hermano. Por eso, Herodías lo odiaba y quería matarlo, pero aún no había encontrado la ocasión propicia, ya que Herodes temía a Juan sabiendo que era un hombre recto y santo; lo protegía y hasta lo escuchaba con agrado, aunque siempre se quedaba desconcertado. Por fin se presentó la oportunidad cuando Herodes, el día de su cumpleaños, dio un banquete a los grandes de su corte, a los jefes militares y a la gente más importante de Galilea. Durante el banquete salió a bailar la hija de Herodías; y tanto les gustó a Herodes y a sus invitados que el rey dijo a la muchacha: —Pídeme lo que quieras y yo te lo daré. Una y otra vez le juró: —¡Te daré todo lo que me pidas; hasta la mitad de mi reino! La muchacha fue entonces a preguntar a su madre: —¿Qué pido? Su madre le dijo: —La cabeza de Juan el Bautista. Volvió a toda prisa la muchacha y pidió al rey: —Quiero que me des ahora mismo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista. El rey se entristeció al oír esta petición; pero, como se había comprometido delante de los invitados con su juramento, no quiso desairarla. Así que el rey envió a un soldado con la orden de traerle la cabeza de Juan. El soldado fue a la cárcel, le cortó la cabeza y la trajo en una bandeja. Luego se la entregó a la muchacha y la muchacha se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan se enteraron de lo ocurrido, fueron a pedir su cadáver y lo pusieron en un sepulcro. Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le comunicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Jesús les dijo: —Venid aparte conmigo. Vamos a descansar un poco en algún lugar solitario. Porque eran tantos los que iban y venían que no les quedaba ni tiempo para comer. Así que subieron a una barca y se dirigieron, ellos solos, a un lugar apartado. Muchos vieron alejarse a Jesús y a los apóstoles y, al advertirlo, vinieron corriendo a pie por la orilla, procedentes de todos aquellos pueblos, y se les adelantaron. Al desembarcar Jesús y ver a toda aquella gente, se compadeció de ellos porque parecían ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas. Como se iba haciendo tarde, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: —Se está haciendo tarde y este es un lugar despoblado. Despídelos para que vayan a los caseríos y aldeas de alrededor a comprarse algo para comer. Jesús les contestó: —Dadles de comer vosotros mismos. Ellos replicaron: —¿Cómo vamos a comprar nosotros la cantidad de pan que se necesita para darles de comer? Jesús les dijo: —Mirad a ver cuántos panes tenéis. Después de comprobarlo, le dijeron: —Cinco panes y dos peces. Jesús mandó que todos se recostaran por grupos sobre la hierba verde. Y formaron grupos de cien y de cincuenta. Luego él tomó los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a sus discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente. Lo mismo hizo con los peces. Todos comieron hasta quedar satisfechos; aun así se recogieron doce cestos llenos de trozos sobrantes de pan y de pescado. Los que comieron de aquellos panes fueron cinco mil hombres. A continuación Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca para que llegaran antes que él a la otra orilla del lago, frente a Betsaida, mientras él despedía a la gente. Cuando los hubo despedido, se fue al monte para orar. Al llegar la noche, la barca ya estaba en medio del lago, mientras Jesús se hallaba solo en tierra firme. Ya en las últimas horas de la noche, viendo que estaban casi agotados de remar, porque el viento les era contrario, Jesús se dirigió hacia ellos andando sobre el lago y haciendo ademán de pasar de largo. Cuando ellos lo vieron caminar sobre el lago, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar. Todos lo vieron y se asustaron; pero Jesús les habló enseguida, diciéndoles: —Tranquilizaos, soy yo. No tengáis miedo. Luego subió a la barca con ellos, y el viento cesó. Ellos no salían de su asombro, pues no habían comprendido lo sucedido con los panes y aún tenían la mente embotada. Cruzaron el lago, tocaron tierra en Genesaret y atracaron allí. Cuando desembarcaron, la gente reconoció enseguida a Jesús y de toda aquella región se apresuraron a llevar en camillas a toda clase de enfermos adonde habían oído que estaba Jesús. Y allí adonde él llegaba, ya fueran aldeas, pueblos o caseríos, ponían a los enfermos en las plazas y le suplicaban que les permitiera tocar aunque solo fuera el borde del manto. Y cuantos lo tocaban recuperaban la salud.

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MARCOS 6:1-56 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Jesús se fue de allí a su propia tierra, y sus discípulos le acompañaron. Cuando llegó el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oir a Jesús, se preguntaba admirada: –¿Dónde ha aprendido este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo: –En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa. No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de sanar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él. Jesús recorría las aldeas cercanas, enseñando. Llamó a los doce discípulos y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros. Les ordenó que, aparte de un bastón, no llevaran nada para el camino: ni pan ni provisiones ni dinero. Podían calzar sandalias, pero no llevar ropa de repuesto. Les dijo: –Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis del lugar. Y si en algún lugar no os reciben ni quieren escucharos, salid de allí y sacudíos el polvo de los pies para que les sirva de advertencia. Entonces salieron los discípulos a decir a la gente que se volviera a Dios. También expulsaron muchos demonios y sanaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite. El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama había corrido por todas partes, y algunos decían: “Juan el Bautista ha resucitado, y por eso tiene este poder milagroso.” Otros decían: “Es el profeta Elías.” Y otros: “Es un profeta como los antiguos profetas.” Pero Herodes decía al oir estas cosas: –Ese es Juan. Yo mandé cortarle la cabeza, pero ha resucitado. Es que Herodes, por causa de Herodías, había mandado apresar a Juan y le había hecho encadenar en la cárcel. Herodías era esposa de Felipe, hermano de Herodes, pero Herodes se había casado con ella. Y Juan le había dicho a Herodes: “No puedes tener por tuya a la mujer de tu hermano.” Herodías odiaba a Juan y quería matarlo; pero no podía, porque Herodes le temía y le protegía sabiendo que era un hombre justo y santo; y aun cuando al oirle se quedaba perplejo, le escuchaba de buena gana. Pero Herodías vio llegar su oportunidad cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea. La hija de Herodías entró en el lugar del banquete y bailó, y tanto gustó el baile a Herodes y a los que estaban cenando con él, que el rey dijo a la muchacha: –Pídeme lo que quieras y yo te lo daré. Y le juró una y otra vez que le daría cualquier cosa que pidiera, aunque fuese la mitad del país que él gobernaba. Ella salió y preguntó a su madre: –¿Qué puedo pedir? Le contestó: –Pide la cabeza de Juan el Bautista. La muchacha entró de prisa donde estaba el rey y le dijo: –Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista. El rey se disgustó mucho, pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, no quiso negarle lo que pedía. Así que envió en seguida a un soldado con la orden de traerle la cabeza de Juan. Fue el soldado a la cárcel, le cortó la cabeza a Juan y la puso en una bandeja. Se la dio a la muchacha y ella se la entregó a su madre. Cuando los seguidores de Juan lo supieron, tomaron el cuerpo y lo pusieron en una tumba. Después de esto, los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Jesús les dijo: –Venid, vosotros solos, a descansar un poco a un lugar apartado. Porque iba y venía tanta gente que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer. Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado. Pero muchos los vieron ir y los reconocieron; entonces, de todos los pueblos, corrieron allá y se les adelantaron. Al bajar Jesús de la barca vio la multitud, y sintió compasión de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas. Por la tarde, sus discípulos se le acercaron y le dijeron: –Ya es tarde, y este es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a los campos y las aldeas de alrededor y se compren algo de comer. Pero Jesús les contestó: –Dadles vosotros de comer. Respondieron: –¿Quieres que vayamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer? Jesús les dijo: –¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo. Cuando lo averiguaron, le dijeron: –Cinco panes y dos peces. Mandó que la gente se recostara en grupos sobre la hierba verde, y se hicieron grupos de cien y de cincuenta. Luego Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, dio gracias a Dios, partió los panes y se los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. Repartió también entre todos los dos peces. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron doce canastas con los trozos sobrantes de pan y pescado. Los que comieron de aquellos panes fueron cinco mil hombres. Después de esto, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca, para que llegaran antes que él a la otra orilla del lago, a Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y cuando la hubo despedido, se fue al monte a orar. Al llegar la noche, la barca ya estaba en medio del lago. Jesús, que se había quedado solo en tierra, vio que remaban con dificultad porque tenían el viento en contra. De madrugada fue Jesús hacia ellos andando sobre el agua, pero hizo como si quisiera pasar de largo. Ellos, al verle andar sobre el agua, pensaron que era un fantasma y gritaron, porque todos le vieron y se asustaron. Pero él les habló en seguida, diciéndoles: –¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Subió a la barca y se calmó el viento. Ellos se quedaron muy asombrados, porque no habían entendido el milagro de los panes y aún tenían la mente embotada. Atravesaron el lago y llegaron a la tierra de Genesaret, donde amarraron la barca a la orilla. Tan pronto como bajaron de la barca, la gente reconoció a Jesús. Recorrieron toda aquella región, y comenzaron a llevar enfermos en camillas a donde sabían que estaba Jesús. Y dondequiera que él entraba, ya fueran aldeas, pueblos o campos, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de su capa. Y todos los que la tocaban quedaban sanados.

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MARCOS 6:1-56 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Salió Jesús de allí y fue a su tierra, en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga. ―¿De dónde sacó este tales cosas? —decían maravillados muchos de los que le oían—. ¿Qué sabiduría es esta que se le ha dado? ¿Cómo se explican estos milagros que vienen de sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban a causa de él. Por tanto, Jesús les dijo: ―En todas partes se honra a un profeta, menos en su tierra, entre sus familiares y en su propia casa. En efecto, no pudo hacer allí ningún milagro, excepto sanar a unos pocos enfermos al imponerles las manos. Y se quedó asombrado de su incredulidad. Jesús recorría los alrededores, enseñando de pueblo en pueblo. Reunió a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus malignos. Les ordenó que no llevaran nada para el camino, ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón, sino solo un bastón. «Llevad sandalias —dijo—, pero no dos mudas de ropa». Y añadió: «Cuando entréis en una casa, quedaos allí hasta que salgáis del pueblo. Y, si en algún lugar no os reciben bien o no os escuchan, al salir de allí sacudíos el polvo de los pies, como un testimonio contra ellos». Los doce salieron y exhortaban a la gente a que se arrepintiera. También expulsaban a muchos demonios y sanaban a muchos enfermos, ungiéndolos con aceite. El rey Herodes se enteró de esto, pues el nombre de Jesús se había hecho famoso. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado, y por eso tiene poder para realizar milagros». Otros decían: «Es Elías». Otros, en fin, afirmaban: «Es un profeta, como los de antes». Pero, cuando Herodes oyó esto, exclamó: «¡Juan, al que yo mandé que le cortaran la cabeza, ha resucitado!» En efecto, Herodes mismo había mandado que arrestaran a Juan y que lo encadenaran en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de Felipe su hermano, y Juan le había estado diciendo a Herodes: «La ley te prohíbe tener a la esposa de tu hermano». Por eso Herodías le guardaba rencor a Juan y deseaba matarlo. Pero no había logrado hacerlo, ya que Herodes temía a Juan y lo protegía, pues sabía que era un hombre justo y santo. Cuando Herodes oía a Juan, se quedaba muy desconcertado, pero lo escuchaba con gusto. Por fin se presentó la oportunidad. En su cumpleaños, Herodes dio un banquete a sus altos oficiales, a los comandantes militares y a los notables de Galilea. La hija de Herodías entró en el banquete y bailó, y esto agradó a Herodes y a los invitados. ―Pídeme lo que quieras y te lo daré —le dijo el rey a la muchacha. Y le prometió bajo juramento: ―Te daré cualquier cosa que me pidas, aun cuando sea la mitad de mi reino. Ella salió a preguntarle a su madre: ―¿Qué debo pedir? ―La cabeza de Juan el Bautista —contestó. En seguida se fue corriendo la muchacha a presentarle al rey su petición: ―Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista. El rey se quedó angustiado, pero, a causa de sus juramentos y en atención a los invitados, no quiso desairarla. Así que en seguida envió a un verdugo con la orden de llevarle la cabeza de Juan. El hombre fue, decapitó a Juan en la cárcel y volvió con la cabeza en una bandeja. Se la entregó a la muchacha, y ella se la dio a su madre. Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cuerpo y le dieron sepultura. Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron lo que habían hecho y enseñado. Y, como no tenían tiempo ni para comer, pues era tanta la gente que iba y venía, Jesús les dijo: ―Venid conmigo aparte vosotros solos, a un lugar tranquilo y descansad un poco. Así que se fueron solos en la barca a un lugar solitario. Pero muchos los vieron salir, los reconocieron y, desde todos los poblados, corrieron por tierra hasta allá y llegaron antes que ellos. Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente, tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Así que comenzó a enseñarles muchas cosas. Cuando ya se hizo tarde, se le acercaron sus discípulos y le dijeron: ―Este es un lugar apartado y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vayan a los campos y pueblos cercanos y se compren algo de comer. ―Dadles vosotros mismos de comer —contestó Jesús. ―¡Eso costaría casi un año de trabajo! —objetaron—. ¿Quieres que vayamos y gastemos todo ese dinero en pan para darles de comer? ―¿Cuántos panes tenéis? —preguntó—. Id a ver. Después de averiguarlo, le dijeron: ―Cinco, y dos pescados. Entonces mandó que hicieran que la gente se sentara por grupos sobre la hierba verde. Así que se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, los bendijo. Después partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente. También repartió los dos pescados entre todos. Comieron todos hasta quedar satisfechos, y los discípulos recogieron doce canastas llenas de pedazos de pan y de pescado. Los que comieron fueron cinco mil. En seguida Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se adelantaran al otro lado, a Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Cuando se despidió, fue a la montaña para orar. Al anochecer, la barca se hallaba en medio del lago, y Jesús estaba en tierra solo. En la madrugada, vio que los discípulos hacían grandes esfuerzos para remar, pues tenían el viento en contra. Se acercó a ellos caminando sobre el lago, e iba a pasarlos de largo. Los discípulos, al verlo caminar sobre el agua, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, llenos de miedo por lo que veían. Pero él habló en seguida con ellos y les dijo: «¡Calmaos! Soy yo. No tengáis miedo». Subió entonces a la barca con ellos, y el viento se calmó. Estaban sumamente asombrados, porque tenían la mente embotada y no habían comprendido lo de los panes. Después de cruzar el lago, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron allí. Al bajar de la barca, la gente en seguida reconoció a Jesús. Lo siguieron por toda aquella región y, adonde oían que él estaba, le llevaban en camillas a los que tenían enfermedades. Y dondequiera que iba, en pueblos, ciudades o caseríos, colocaban a los enfermos en las plazas. Le suplicaban que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos.

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