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MARCOS 14:1-52

MARCOS 14:1-52 La Palabra (versión española) (BLP)

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los Panes sin levadura, y los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley andaban buscando el modo de tender una trampa a Jesús para prenderlo y matarlo. Decían, sin embargo: —No lo hagamos durante la fiesta, a fin de evitar una alteración del orden público. Estaba Jesús en Betania, en casa de un tal Simón, a quien llamaban el leproso. Mientras se hallaba sentado a la mesa, llegó una mujer que llevaba en un frasco de alabastro un perfume de nardo auténtico y muy valioso. Rompió el frasco y vertió el perfume sobre la cabeza de Jesús. Molestos por ello, algunos comentaban entre sí: «¿A qué viene tal derroche de perfume? Podía haberse vendido este perfume por más de trescientos denarios y haber entregado el importe a los pobres». Así que murmuraban contra aquella mujer. Pero Jesús les dijo: —Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo es bueno. A los pobres los tendréis siempre entre vosotros y podréis hacerles todo el bien que queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ha hecho lo que estaba en su mano preparando por anticipado mi cuerpo para el entierro. Os aseguro que, en cualquier lugar del mundo donde se anuncie el evangelio, se recordará también a esta mujer y lo que hizo. Entonces Judas Iscariote, uno de los doce discípulos, fue a hablar con los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús. Ellos se alegraron al oírlo y prometieron darle dinero a cambio. Así que Judas comenzó a buscar una oportunidad para entregarlo. El primer día de los Panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos le preguntaron a Jesús: —¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles: —Id a la ciudad y encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidlo y, allí donde entre, decid al dueño de la casa: «El Maestro dice: ¿Cuál es la estancia donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?». Él os mostrará en el piso de arriba una sala amplia, ya dispuesta y arreglada. Preparadlo todo allí para nosotros. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad, donde encontraron todo como Jesús les había dicho. Y prepararon la cena de Pascua. Al anochecer llegó Jesús con los Doce, se sentaron a la mesa y, mientras estaban cenando, Jesús dijo: —Os aseguro que uno de vosotros va a traicionarme. Uno que está comiendo conmigo. Se entristecieron los discípulos y uno tras otro comenzaron a preguntarle: —¿Acaso seré yo, Señor? Jesús les dijo: —Es uno de los Doce; uno que ha tomado un bocado de mi propio plato. Es cierto que el Hijo del hombre tiene que seguir su camino, como dicen de él las Escrituras. Sin embargo, ¡ay de aquel que traiciona al Hijo del hombre! Mejor le sería no haber nacido. Durante la cena, Jesús tomó pan, bendijo a Dios, lo partió y se lo dio diciendo: —Tomad, esto es mi cuerpo. Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y la pasó a sus discípulos. Y bebieron todos de ella. Él les dijo: —Esto es mi sangre, la sangre de la alianza, que va a ser derramada en favor de todos. Os aseguro que no volveré a beber de este fruto de la vid hasta el día aquel en que beba un vino nuevo en el reino de Dios. Cantaron después el himno y salieron hacia el monte de los Olivos. Jesús les dijo: —Todos me vais a abandonar, porque así lo dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después de mi resurrección iré delante de vosotros a Galilea. Pedro le dijo: —¡Aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré! Jesús le contestó: —Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, tú me habrás negado tres veces. Pedro insistió, asegurando: —¡Yo no te negaré, aunque tenga que morir contigo! Y lo mismo decían todos los demás. Llegados al lugar llamado Getsemaní, Jesús dijo a sus discípulos: —Quedaos aquí sentados mientras yo voy a orar. Se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentirse atemorizado y angustiado. Les dijo: —Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad. Se adelantó unos pasos más y, postrándose en tierra, oró pidiéndole a Dios que, si era posible, pasara de él aquel trance. Decía: —¡Abba, Padre, todo es posible para ti! Líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Volvió entonces y, al encontrar dormidos a los discípulos, dijo a Pedro: —Simón, ¿duermes? ¿Ni siquiera has podido velar una hora? Velad y orad para que no desfallezcáis en la prueba. Es cierto que tenéis buena voluntad, pero os faltan las fuerzas. Otra vez se alejó de ellos y oró diciendo lo mismo. Regresó de nuevo adonde estaban los discípulos y volvió a encontrarlos dormidos, pues tenían los ojos cargados de sueño. Y no supieron qué contestarle. Cuando volvió por tercera vez, les dijo: —¿Aún seguís durmiendo y descansando? ¡Ya basta! Ha llegado la hora: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. Levantaos, vámonos. Ya está aquí el que me va a entregar. Todavía estaba Jesús hablando cuando se presentó Judas, uno de los Doce. Venía acompañado de un tropel de gente armada con espadas y garrotes, que habían sido enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. Judas, el traidor, les había dado esta contraseña: —Aquel a quien yo bese, ese es. Apresadlo y lleváoslo bien sujeto. Al llegar, se acercó enseguida a Jesús y le dijo: —¡Maestro! Y lo besó. Los otros, por su parte, echando mano a Jesús, lo apresaron. Uno de los que estaban con él sacó la espada y, de un golpe, le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús, entonces, tomó la palabra y les dijo: —¿Por qué habéis venido a arrestarme con espadas y garrotes como si fuera un ladrón? Todos los días he estado entre vosotros enseñando en el Templo, y no me habéis arrestado. Pero así debe ser para que se cumplan las Escrituras. Y todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Un muchacho, cubierto solo con una sábana, iba siguiendo a Jesús. También quisieron echarle mano; pero él, desprendiéndose de la sábana, huyó desnudo.

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MARCOS 14:1-52 Reina Valera 2020 (RV2020)

Dos días después era la Pascua y la fiesta de los Panes sin levadura. Los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo apresarle con engaño y matarle. Y decían: —No durante la fiesta, para que no se alborote el pueblo. Estando él en Betania, sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un vaso de alabastro que contenía perfume de nardo puro de mucho valor y quebrando el vaso lo derramó sobre la cabeza de Jesús. Hubo algunos que se enojaron dentro de sí y dijeron: —¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume? Podía haberse vendido por el equivalente al jornal de todo un año y habérselos dado a los pobres. Y murmuraban contra ella. Pero Jesús dijo: —Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho. Siempre tendréis a los pobres con vosotros y cuando queráis les podréis hacer bien; mas a mí no siempre me tendréis. Esta mujer ha hecho lo que podía, porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro con certeza que en cualquier parte del mundo donde se predique este evangelio se recordará también a esta mujer y lo que hizo. Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los principales sacerdotes para entregarles a Jesús. Ellos se alegraron al oírlo y prometieron darle dinero, y Judas comenzó a buscar una oportunidad para entregárselo. El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando sacrificaban el cordero de la Pascua, sus discípulos le preguntaron: —¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua? Jesús envió a dos de sus discípulos y les dijo: —Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle, y donde entre decid al dueño de la casa: «El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento en el que he de comer la Pascua con mis discípulos?». Él os mostrará en la parte alta un gran aposento, ya dispuesto. Haced allí los preparativos para nosotros. Fueron sus discípulos, entraron en la ciudad, hallaron lo que les había dicho y prepararon la Pascua. Cuando llegó la noche, vino Jesús con los doce. Se sentaron a la mesa y mientras comían les dijo: —Con certeza os digo que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a entregar. Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: —¿Acaso seré yo? Y el otro: —¿Seré yo? Él les respondió: —Uno de los doce, el que moja conmigo en el plato. A la verdad, el Hijo del Hombre se va, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y les dio, diciendo: —Tomad, esto es mi cuerpo. Después tomó la copa y, habiendo dado gracias, se la dio también y bebieron de ella todos. Y les dijo: —Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada. Os aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba nuevo en el reino de Dios. Cantaron el himno y después salieron al monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: —Todos os apartaréis de mí esta noche, pues esto dicen las escrituras: Heriré al pastor y las ovejas serán dispersadas . Pero después que haya resucitado iré delante de vosotros a Galilea. Entonces Pedro le dijo: —Aunque todos se aparten de ti, yo no lo haré. Y le dijo Jesús: —Te aseguro que tú hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces. Mas Pedro insistía diciendo: —Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Los demás también decían lo mismo. Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: —Sentaos aquí, mientras que yo oro. Se llevó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: —Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Y yéndose un poco adelante, se postró en tierra y oró pidiendo que si fuera posible pasara de él aquella hora. Y decía: —Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Vino luego y halló a los discípulos durmiendo, y dijo a Pedro: —Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu, a la verdad, está dispuesto, pero la carne es débil. Jesús otra vez fue y oró con las mismas palabras. Al volver, de nuevo los halló durmiendo: tenían los ojos cargados de sueño y no sabían qué responderle. Vino la tercera vez y les dijo: —Ya podéis dormir y descansar. Ya todo ha terminado. La hora ha llegado: he aquí el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos. Vamos. El que me entrega está cerca. Estando aún hablando, llegó Judas, uno de los doce. Con él venía mucha gente armada con espadas y palos, enviada por los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos. Judas les había dado esta señal: —Al que yo bese, ese es. Apresadle y llevadle bien sujeto. Acercándose a él le dijo: —¡Maestro! ¡Maestro! Y le besó. Quienes venían con él le echaron mano y le prendieron. Pero uno de los que estaban allí sacó la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja. Jesús les dijo: —¿Habéis venido con espadas y con palos para apresarme, como si fuera yo un ladrón? Estuve todos los días con vosotros enseñando en el templo y no me prendisteis. Mas así debe ser, para que se cumplan las Escrituras. Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron. A cierto joven, que cubría el cuerpo con una sábana e iba siguiendo a Jesús, también le prendieron; mas él dejando la sábana se escapó desnudo.

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MARCOS 14:1-52 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua, cuando se come el pan sin levadura. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley buscaban la manera de apresar a Jesús por medio de algún engaño, y matarlo. Pues algunos decían: –No durante la fiesta, para que no se alborote la gente. Había ido Jesús a Betania, a casa de Simón, a quien llamaban el leproso. Y mientras estaba sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un rico perfume de nardo puro, de mucho valor. Rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Algunos de los presentes, indignados, se decían unos a otros: –¿Por qué se desperdicia este perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios, para ayudar a los pobres. Y criticaban a la mujer. Pero Jesús dijo: –Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo es bueno, pues a los pobres siempre los tendréis entre vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis, pero a mí no siempre me tendréis. Esta mujer ha hecho lo que ha podido: ha perfumado de antemano mi cuerpo para mi entierro. Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se anuncie el evangelio, se hablará también de lo que ha hecho este mujer, y así será recordada. Judas Iscariote, uno de los doce discípulos, fue a ver a los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oirlo, se alegraron, y prometieron dinero a Judas, que comenzó a buscar una oportunidad para entregarle. El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura y se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: –¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: –Id a la ciudad. Allí encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle, y al amo de la casa donde entre le decís: ‘El Maestro pregunta: ¿Cuál es la sala donde he de comer con mis discípulos la cena de Pascua?’ Él os mostrará en el piso alto una habitación grande, dispuesta y arreglada. Preparad allí la cena para nosotros. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua. Al anochecer llegó él con los doce discípulos. Mientras estaban a la mesa, cenando, Jesús les dijo: –Os aseguro que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a traicionar. Ellos, llenos de tristeza, comenzaron a preguntarle uno por uno: –¿Soy yo? Jesús les contestó: –Es uno de los doce, que está mojando el pan en el mismo plato que yo. El Hijo del hombre ha de recorrer el camino que dicen las Escrituras, pero ¡ay de aquel que le va a traicionar! Más le valdría no haber nacido. Mientras cenaban, Jesús tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: –Tomad, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa, y habiendo dado gracias a Dios se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: –Esto es mi sangre, con la que se confirma el pacto, la cual es derramada en favor de muchos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, se fueron al monte de los Olivos. Jesús les dijo: –Todos vais a perder vuestra confianza en mí. Así lo dicen las Escrituras: ‘Mataré al pastor y se dispersarán las ovejas.’ Pero cuando resucite, iré a Galilea antes que vosotros. Pedro le dijo: –Aunque todos pierdan su confianza, yo no. Jesús le contestó: –Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces. Pero él insistía: –Aunque tenga que morir contigo no te negaré. Y todos decían lo mismo. Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus discípulos: –Sentaos aquí mientras yo voy a orar. Se llevó a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentirse muy afligido y angustiado. Les dijo: –Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y permaneced despiertos. Adelantándose unos pasos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, a ser posible, no le llegara aquel momento de dolor. En su oración decía: –Padre mío, para ti todo es posible: líbrame de esta copa amarga, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Luego volvió a donde ellos estaban y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: –Simón, ¿estás durmiendo? ¿Ni una hora siquiera has podido permanecer despierto? Permaneced despiertos y orad para no caer en tentación. Vosotros tenéis buena voluntad, pero vuestro cuerpo es débil. Se fue otra vez, y oró repitiendo las mismas palabras. Cuando volvió, encontró de nuevo dormidos a los discípulos, porque los ojos se les cerraban de sueño. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo: –¿Seguís durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vámonos: ya se acerca el que me traiciona. Todavía estaba hablando Jesús, cuando Judas, uno de los doce discípulos, llegó acompañado de mucha gente armada con espadas y palos. Iban enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. Judas, el traidor, les había dado una contraseña, diciéndoles: “Aquel a quien yo bese, ese es. Apresadlo y llevadlo bien sujeto.” Así que se acercó a Jesús y le dijo: –¡Maestro! Y le besó. Entonces echaron mano a Jesús y lo apresaron. Pero uno de los que estaban allí sacó su espada y cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús preguntó a la gente: –¿Por qué venís con espadas y palos a apresarme, como si fuera un bandido? Todos los días he estado entre vosotros enseñando en el templo y nunca me apresasteis. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras. Todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron. Pero un joven le seguía, cubierto solo con una sábana. A este lo atraparon, pero él, soltando la sábana, escapó desnudo.

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MARCOS 14:1-52 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Faltaban solo dos días para la Pascua y para la fiesta de los Panes sin levadura. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley buscaban con artimañas cómo arrestar a Jesús para matarlo. Por eso decían: «No durante la fiesta, no sea que se amotine el pueblo». En Betania, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Simón, llamado el Leproso, llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy costoso, hecho de nardo puro. Rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Algunos de los presentes comentaban indignados: ―¿Para qué este desperdicio de perfume? Podía haberse vendido por muchísimo dinero para dárselo a los pobres. Y la reprendían con severidad. ―Dejadla en paz —dijo Jesús—. ¿Por qué la molestáis? Ella ha hecho una obra buena conmigo. A los pobres siempre los tendréis con vosotros, y podréis ayudarlos cuando queráis; pero a mí no me vais a tener siempre. Ella hizo lo que pudo. Ungió mi cuerpo de antemano, preparándolo para la sepultura. Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo. Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús. Ellos se alegraron al oírlo, y prometieron darle dinero. Así que él buscaba la ocasión propicia para entregarlo. El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se acostumbraba sacrificar el cordero de la Pascua, los discípulos le preguntaron a Jesús: ―¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua? Él envió a dos de sus discípulos con este encargo: ―Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidlo, y allí donde entre decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la sala en la que pueda comer la Pascua con mis discípulos?” Él os mostrará en la planta superior una sala amplia, amueblada y arreglada. Preparad allí nuestra cena. Los discípulos salieron, entraron en la ciudad y encontraron todo tal y como les había dicho Jesús. Así que prepararon la Pascua. Al anochecer llegó Jesús con los doce. Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo: ―Os aseguro que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a traicionar. Ellos se pusieron tristes, y uno tras otro empezaron a preguntarle: ―¿Acaso seré yo? ―Es uno de los doce —contestó—, uno que moja el pan conmigo en el plato. A la verdad, el Hijo del hombre se irá tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido. Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio, diciéndoles: ―Tomad; esto es mi cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la dio, y todos bebieron de ella. ―Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta aquel día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos. ―Todos vosotros me abandonaréis —les dijo Jesús—, porque está escrito: »“Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea». ―Aunque todos te abandonen, yo no —declaró Pedro. ―Te aseguro —le contestó Jesús— que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces. ―Aunque tenga que morir contigo —insistió Pedro con vehemencia—, jamás te negaré. Y los demás dijeron lo mismo. Fueron a un lugar llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras yo oro». Se llevó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a sentir temor y tristeza. «Es tal la angustia que me invade que me siento morir —les dijo—. Quedaos aquí y velad». Yendo un poco más allá, se postró en tierra y empezó a orar que, de ser posible, no tuviera él que pasar por aquella hora. Decía: « Abba , Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Luego volvió a sus discípulos y los encontró dormidos. «Simón —le dijo a Pedro—, ¿estás dormido? ¿No pudiste mantenerte despierto ni una hora? Velad y orad para que no caigáis en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil». Una vez más se retiró e hizo la misma oración. Cuando volvió, los encontró dormidos otra vez, porque se les cerraban los ojos de sueño. No sabían qué decirle. Al volver por tercera vez, les dijo: «¿Seguís durmiendo y descansando? ¡Se acabó! Ha llegado la hora. Mirad, el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona!» Todavía estaba hablando Jesús cuando de repente llegó Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una turba armada con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo dé un beso, ese es; arrestadlo y lleváoslo bien asegurado». Tan pronto como llegó, Judas se acercó a Jesús. ―¡Rabí! —le dijo, y lo besó. Entonces los hombres prendieron a Jesús. Pero uno de los que estaban ahí desenfundó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja. ―¿Acaso soy un bandido —dijo Jesús—, para que vengáis con espadas y palos a arrestarme? Día tras día estaba con vosotros, enseñando en el templo, y no me prendisteis. Pero es preciso que se cumplan las Escrituras. Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Cierto joven que se cubría con solo una sábana iba siguiendo a Jesús. Lo detuvieron, pero él soltó la sábana y escapó desnudo.

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