MARCOS 1:14-45
MARCOS 1:14-45 Reina Valera 2020 (RV2020)
Después que Juan fue encarcelado, Jesús se dirigió a Galilea y predicando el evangelio de Dios, decía: —El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio! Al pasar junto al mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés echando la red en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: —Seguidme y os haré pescadores de hombres. Al instante dejaron sus redes y le siguieron. Un poco más adelante vio a Jacobo, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes y los llamó. Ellos inmediatamente dejaron a su padre en la barca con los jornaleros y también le siguieron. Fueron a Capernaún, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos se admiraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Pero había en la sinagoga un hombre con espíritu inmundo y gritó: —¡Ah! ¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús lo reprendió diciendo: —¡Cállate y sal de él! Y el espíritu inmundo, sacudiéndole con violencia, dio un alarido y salió de él. Todos se asombraron y se preguntaban entre sí: —¿Qué es esto? ¿Qué nueva enseñanza es esta que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen? Muy pronto se difundió su fama por todas las regiones que circundan Galilea. Al salir de la sinagoga, Jesús, acompañado de Jacobo y Juan, fue a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y en seguida se lo dijeron. Entonces él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Inmediatamente le desapareció la fiebre y se puso a servirlos. Cuando se puso el sol y llegó la noche, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. Toda la ciudad se agolpó a la puerta. Jesús sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades y echó fuera muchos demonios; y a estos no les permitía hablar, porque le conocían. Se levantó Jesús muy de mañana. Cuando aún no había amanecido, salió de la ciudad y se fue a un lugar desierto. Allí se puso a orar. Le buscaron Simón y los que con él estaban, y hallándole le dijeron: —Todos te buscan. Él respondió: —Vamos a los lugares vecinos para predicar también allí, porque para esto he venido. Predicaba en las sinagogas por toda Galilea y echaba fuera los demonios. Vino a él un leproso y le rogaba de rodillas diciendo: —Si quieres, puedes limpiarme. Jesús, profundamente conmovido, extendió la mano, le tocó y le dijo: —Quiero, sé limpio. Tan pronto terminó de hablar, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió en seguida y le dijo con severidad: —Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece, por tu purificación, lo que Moisés mandó, para que a ellos les sirva de testimonio. Pero al salir, comenzó a publicar y a divulgar por todas partes el hecho. Así, pues, Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en los lugares desiertos. Pese a todo, venían a él de todas partes.
MARCOS 1:14-45 La Palabra (versión española) (BLP)
Después que Juan fue encarcelado, Jesús se dirigió a Galilea a predicar el evangelio de Dios. Decía: —El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el evangelio. Iba Jesús caminando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red en el lago. Jesús les dijo: —Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al punto sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante vio a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca reparando las redes. Los llamó también, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca junto con los trabajadores contratados, se fueron en pos de él. Se dirigieron a Cafarnaún y, cuando llegó el sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Todos quedaban impresionados por sus enseñanzas, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley. Estaba allí, en la sinagoga, un hombre poseído por un espíritu impuro, que gritaba: —¡Jesús de Nazaret, déjanos en paz! ¿Has venido a destruirnos? ¡Te conozco bien: tú eres el Santo de Dios! Jesús lo increpó, diciéndole: —¡Cállate y sal de él! El espíritu impuro, sacudiéndolo violentamente y dando un gran alarido, salió de él. Todos quedaron asombrados hasta el punto de preguntarse unos a otros: —¿Qué está pasando aquí? Es una nueva enseñanza, llena de autoridad. Además, este hombre da órdenes a los espíritus impuros, y lo obedecen. Y muy pronto se extendió la fama de Jesús por todas partes en la región entera de Galilea. Al salir de la sinagoga, Jesús fue a casa de Simón y Andrés, acompañado también por Santiago y Juan. Le dijeron que la suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Él entonces se acercó, la tomó de la mano e hizo que se levantara. Al instante le desapareció la fiebre y se puso a atenderlos. Al anochecer, cuando ya el sol se había puesto, le llevaron todos los enfermos y poseídos por demonios. Toda la gente de la ciudad se apiñaba a la puerta, y Jesús curó a muchos que padecían diversas enfermedades y expulsó muchos demonios; pero a los demonios no les permitía que hablaran de él, porque lo conocían. De madrugada, antes de amanecer, Jesús se levantó, salió de la ciudad y se dirigió a un lugar apartado a orar. Simón y los que estaban con él fueron en su busca y, cuando lo encontraron, le dijeron: —Todos están buscándote. Jesús les contestó: —Vayamos a otra parte, a las aldeas cercanas, para proclamar también allí el mensaje, pues para eso he venido. Así recorrió toda Galilea proclamando el mensaje en las sinagogas y expulsando demonios. Se acercó entonces a Jesús un leproso y, poniéndose de rodillas, le suplicó: —Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús, conmovido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: —Quiero. Queda limpio. Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. Acto seguido Jesús lo despidió con tono severo y le encargó: —Mira, no le cuentes esto a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita al efecto por Moisés. Así todos tendrán evidencia de tu curación. Pero él, en cuanto se fue, comenzó a proclamar sin reservas lo ocurrido; y como la noticia se extendió con rapidez, Jesús ya no podía entrar libremente en ninguna población, sino que debía permanecer fuera, en lugares apartados. Sin embargo, la gente acudía a él de todas partes.
MARCOS 1:14-45 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. Decía: “Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Volveos a Dios y aceptad con fe sus buenas noticias.” Paseaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: –Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca reparando las redes. Al punto Jesús los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, se fueron con Jesús. Llegaron a Cafarnaún, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga del pueblo, un hombre que tenía un espíritu impuro gritó: –¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco. ¡Sé que eres el Santo de Dios! Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: –¡Cállate y sal de este hombre! El espíritu impuro sacudió con violencia al hombre, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron y se preguntaban unos a otros: –¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta a los espíritus impuros da órdenes, y le obedecen! Muy pronto, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea. Cuando salieron de la sinagoga, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Al momento se le quitó la fiebre y se puso a atenderlos. Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente y expulsó a muchos demonios; pero no dejaba hablar a los demonios, porque ellos le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar apartado. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron: –Todos te están buscando. Él les contestó: –Vayamos a otros lugares cercanos a anunciar también allí el mensaje, porque para esto he salido. Así que Jesús andaba por toda Galilea anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios. Un hombre enfermo de lepra se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas le dijo: –Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús tuvo compasión de él, le tocó con la mano y dijo: –Quiero. ¡Queda limpio! Al momento se le quitó la lepra y quedó limpio. Jesús lo despidió en seguida, recomendándole mucho: –Mira, no se lo digas a nadie. Pero ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación la ofrenda ordenada por Moisés; así sabrán todos que ya estás limpio de tu enfermedad. Sin embargo, en cuanto se fue, comenzó a contar a todos lo que había pasado. Por eso, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, sino que se quedaba fuera, en lugares donde no había nadie; pero de todas partes acudían a verle.
MARCOS 1:14-45 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Después de que encarcelaran a Juan, Jesús se fue a Galilea a anunciar las buenas nuevas de Dios. «Se ha cumplido el tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepentíos y creed las buenas nuevas!» Pasando por la orilla del mar de Galilea, Jesús vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban la red al lago, pues eran pescadores. «Venid, seguidme —les dijo Jesús—, y os haré pescadores de hombres». Al momento dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Jacobo y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en su barca remendando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con Jesús. Entraron en Capernaún y, tan pronto como llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y se puso a enseñar. La gente se asombraba de su enseñanza, porque la impartía como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley. De repente, en la sinagoga, un hombre que estaba poseído por un espíritu maligno gritó: ―¿Por qué te entrometes, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios! ―¡Cállate! —lo reprendió Jesús—. ¡Sal de ese hombre! Entonces el espíritu maligno sacudió al hombre violentamente y salió de él dando un alarido. Todos se quedaron tan asustados que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva, pues lo hace con autoridad! Ordena incluso a los espíritus malignos, y le obedecen». Como resultado, su fama se extendió rápidamente por toda la región de Galilea. Tan pronto como salieron de la sinagoga, Jesús fue con Jacobo y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y en seguida se lo dijeron a Jesús. Él se le acercó, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse. Entonces se le fue la fiebre y se puso a servirles. Al atardecer, cuando ya se ponía el sol, la gente le llevó a Jesús todos los enfermos y endemoniados, de manera que la población entera se estaba congregando a la puerta. Jesús sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades. También expulsó a muchos demonios, pero no los dejaba hablar porque sabían quién era él. Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros salieron a buscarlo. Por fin lo encontraron y le dijeron: ―Todo el mundo te busca. Jesús respondió: ―Vámonos de aquí a otras aldeas cercanas donde también pueda predicar; para esto he venido. Así que recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios. Un hombre que tenía lepra se le acercó y, de rodillas, le suplicó: ―Si quieres, puedes limpiarme. Movido a compasión, Jesús extendió la mano y tocó al hombre, diciéndole: ―Sí, quiero. ¡Queda limpio! Al instante se le quitó la lepra y quedó sano. Jesús lo despidió en seguida con una fuerte advertencia: ―Mira, no se lo digas a nadie; solo ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación lo que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio. Pero él salió y comenzó a hablar sin reserva, divulgando lo sucedido. Como resultado, Jesús ya no podía entrar en ningún pueblo abiertamente, sino que se quedaba afuera, en lugares solitarios. Aun así, gente de todas partes seguía acudiendo a él.