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LAMENTACIONES 3:21-66

LAMENTACIONES 3:21-66 Reina Valera 2020 (RV2020)

Pero esto consideraré en mi corazón, y por esto esperaré: Que por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias; nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad! «Mi porción es el Señor; por tanto, en él esperaré», dice mi alma. Bueno es el Señor a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor. Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud. Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso; ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza; dé la mejilla al que lo hiere y sea colmado de afrentas. El Señor no rechaza para siempre; antes bien, si aflige, también se compadece según su gran misericordia, pues no se complace en afligir o entristecer a los hijos de los hombres. Desmenuzar bajo los pies a todos los encarcelados de la tierra, torcer el derecho del hombre ante la presencia del Altísimo o trastornar al hombre en un proceso, son cosas que el Señor no aprueba. ¿Quién puede decir que algo sucede sin que el Señor lo mande? ¿Acaso no proceden de la boca del Altísimo los bienes y los males? ¿Por qué se lamenta el hombre, si está vivo a pesar de su pecado? Escudriñemos nuestros caminos, busquemos y volvámonos al Señor; levantemos corazón y manos al Dios de los cielos. Nosotros nos rebelamos y fuimos desleales, y tú no perdonaste. Desplegada tu ira, nos perseguiste; mataste, y no perdonaste; te ocultaste en una nube para que no te llegara nuestra oración; nos convertiste en oprobio y abominación en medio de los pueblos. Todos nuestros enemigos abrieron su boca contra nosotros; Temor y lazo vinieron sobre nosotros, asolamiento y quebranto. Ríos de lágrimas brotan de mis ojos por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo. Mis ojos destilan sin cesar, porque no habrá alivio hasta que el Señor mire y vea desde los cielos. Mis ojos me han entristecido el alma a causa de todas las hijas de mi ciudad. Mis enemigos, sin tener por qué, me han dado caza como a un ave; me ataron vivo en una cisterna, y la cerraron con una piedra. Las aguas cubrieron mi cabeza, y dije: «¡Muerto soy!». Señor, tu nombre invoqué desde la cárcel profunda, y oíste mi voz. ¡No escondas tu oído del clamor de mis suspiros!, pues te acercaste el día que te invoqué y dijiste: «No temas». Abogaste, Señor, la causa de mi alma, redimiste mi vida. Señor, tú que has visto el agravio que me hacen, ¡defiende mi causa! Tú has visto toda su venganza, todos sus pensamientos contra mí. Has oído, Señor, sus ultrajes, todas sus maquinaciones contra mí, los dichos de quienes contra mí se levantaron, y su designio contra mí todo el día. Su sentarse y su levantarse observa, porque yo soy su canción. ¡Dales el pago, Señor, que merece la obra de sus manos! ¡Entrégalos al endurecimiento de corazón y caiga tu maldición sobre ellos! ¡Persíguelos, Señor, en tu furor y quebrántalos debajo de los cielos!

LAMENTACIONES 3:21-66 La Palabra (versión española) (BLP)

Pero algo viene a mi mente que me llena de esperanza: que tu amor, Señor, no cesa, ni tu compasión se agota; ¡se renuevan cada día por tu gran fidelidad! Tú eres mi herencia, Señor, por eso confío en ti. Es bueno el Señor con quien confía en él y lo busca. Es bueno esperar callado la salvación del Señor. Es bueno que el ser humano cargue el yugo desde niño, que aguante solo y callado pues el Señor se lo ha impuesto; que su boca bese el polvo por si aún queda esperanza; y que ofrezca su mejilla al que lo hiere y lo afrenta. Porque no ha de rechazarnos eternamente mi Dios: pues, aunque aflige, se apiada porque es inmenso su amor; que no disfruta afligiendo o humillando al ser humano. Si alguien pisotea a todos los cautivos de un país, si se agravia a un ser humano en presencia del Altísimo, o si se altera un proceso, ¿es que mi Dios no lo ve? ¿Quién dice algo y sucede si mi Dios no lo ha ordenado? ¿No salen males y bienes de la boca del Altísimo? ¿Por qué alguno se lamenta, si vive aunque haya pecado? Revisemos nuestras sendas y volvamos al Señor. Alcemos al Dios del cielo nuestras plegarias sinceras. Fuimos rebeldes e infieles, ¡por eso no perdonaste! Airado nos perseguiste, nos mataste sin piedad. Te ocultaste en una nube para no escuchar las súplicas. Nos convertiste en basura y desecho entre los pueblos. Nos provocan con insultos todos nuestros enemigos. Miedo y pánico es lo nuestro, desolación y fracaso. Mis ojos son ríos de lágrimas por la capital en ruinas. Mis ojos lloran sin tregua y no sentirán alivio hasta que el Señor se asome y mire desde los cielos. Siento dolor en mis ojos por mi ciudad y sus hijas. Los que me odian sin motivo me cazaron como a un pájaro. Me arrojaron vivo a un pozo, echándome encima piedras. Me sumergieron las aguas y me dije: «¡Estoy perdido!». Invoqué, Señor, tu nombre desde lo hondo del pozo. ¡Escucha mi voz, no cierres tu oído al grito de auxilio! Cuando llamé te acercaste y me dijiste: «¡No temas!». Me has defendido, Dios mío, y me has salvado la vida. Ya ves que sufro injusticia: ¡hazme justicia, Señor! Ya ves todas sus intrigas de venganza contra mí. Tú oyes, Señor, sus insultos y sus planes contra mí; mi adversario cuchichea todo el día contra mí. Míralos: de pie o sentados, me hacen tema de sus coplas. Págales, Señor, a todos como merecen sus obras. Enduréceles la mente, échales tu maldición. Persíguelos con tu cólera y bórralos bajo el cielo.

LAMENTACIONES 3:21-66 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Pero una cosa quiero tener presente y poner en ella mi esperanza: El amor del Señor no tiene fin ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan; ¡qué grande es su fidelidad! Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí; por eso en él confío! El Señor es bueno con los que en él confían, con los que a él recurren. Es mejor esperar en silencio que el Señor nos ayude. Es mejor que el hombre se someta desde su juventud. El hombre debe quedarse solo y callado cuando el Señor se lo impone; debe, humillado, besar el suelo, pues tal vez aún haya esperanza; debe ofrecer la mejilla a quien le hiera, y recibir el máximo de ofensas. El Señor no ha de abandonarnos para siempre. Aunque hace sufrir, también se compadece, porque su amor es inmenso. Realmente no le agrada afligir ni causar dolor a los hombres. El pisotear sin compasión a los prisioneros del país, el violar los derechos de un hombre en la propia cara del Altísimo, el torcer la justicia de un proceso, son cosas que el Señor condena. Cuando algo se dice, cuando algo ocurre, es porque el Señor lo ha ordenado. Tanto los bienes como los males vienen porque el Altísimo así lo dispone. Siendo el hombre un pecador, ¿de qué se queja en esta vida? Reflexionemos seriamente en nuestra conducta y volvamos nuevamente al Señor. Elevemos al Dios del cielo nuestros pensamientos y oraciones. Nosotros pecamos y fuimos rebeldes, y tú no perdonaste. Nos rodeaste con tu furia, nos perseguiste, ¡nos quitaste la vida sin miramientos! Te envolviste en una nube para no escuchar nuestros ruegos. Nos has tratado como a vil basura delante de toda la gente. Todos nuestros enemigos abren la boca en contra nuestra; temores, trampas, destrucción y ruina, ¡eso es lo que nos ha tocado! Ríos de lágrimas brotan de mis ojos ante la destrucción de mi amada ciudad. Lloran mis ojos sin descanso, pues no habrá alivio hasta que el Señor del cielo nos mire desde lo alto. Me duelen los ojos hasta el alma, por lo ocurrido a las hijas de mi ciudad. Sin tener motivo alguno, mis enemigos me han cazado como a un ave; me enterraron vivo en un pozo y taparon la boca con una piedra. El agua me ha cubierto por completo, y he pensado: “Estoy perdido.” Yo, Señor, invoco tu nombre desde lo más profundo del pozo; y tú oyes mi voz y no dejas de escuchar mis ruegos. El día que te llamo, vienes a mí y me dices: “No tengas miedo.” Tú me defiendes, Señor, en mi lucha; tú rescatas mi vida. Tú ves, Señor, las injusticias que padezco: ¡hazme justicia! Tú ves sus deseos de venganza y todos los planes que hacen contra mí. Escucha, Señor, sus ofensas y todos los planes que hacen contra mí; lo que dicen mis enemigos, que a todas horas hablan en contra mía. ¡Mira cómo en todas sus acciones soy objeto de sus burlas! Dales, Señor, su merecido; dales lo que sus hechos merecen. Enduréceles el entendimiento y pon sobre ellos tu maldición. Persíguelos con furia, Señor, ¡haz que desaparezcan de este mundo!

LAMENTACIONES 3:21-66 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Pero algo más me viene a la memoria, lo cual me llena de esperanza: El gran amor del SEÑOR nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad! Por tanto, digo: «El SEÑOR es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!» Bueno es el SEÑOR con quienes en él confían, con todos los que lo buscan. Bueno es esperar calladamente que el SEÑOR venga a salvarnos. Bueno es que el hombre aprenda a llevar el yugo desde su juventud. ¡Dejadle estar solo y en silencio, porque así el SEÑOR se lo impuso! ¡Que hunda el rostro en el polvo! ¡Tal vez haya esperanza todavía! ¡Que dé la otra mejilla a quien lo hiera, y quede así cubierto de oprobio! El Señor nos ha rechazado, pero no será para siempre. Nos hace sufrir, pero también nos compadece, porque es muy grande su amor. El Señor nos hiere y nos aflige, pero no porque sea de su agrado. Cuando se aplasta bajo el pie a todos los prisioneros de la tierra, cuando en presencia del Altísimo se le niegan al hombre sus derechos y no se le hace justicia, ¿el Señor no se da cuenta? ¿Quién puede anunciar algo y hacerlo realidad sin que el Señor dé la orden? ¿No es acaso por mandato del Altísimo por lo que acontece lo bueno y lo malo? ¿Por qué habría de quejarse en vida quien es castigado por sus pecados? Hagamos un examen de conciencia y volvamos al camino del SEÑOR. Elevemos al Dios de los cielos nuestro corazón y nuestras manos. Hemos pecado, hemos sido rebeldes, y tú no has querido perdonarnos. Ardiendo en ira nos persigues; nos masacras sin piedad. Te envuelves en una nube para no escuchar nuestra oración. Como a escoria despreciable, nos has arrojado entre las naciones. Todos nuestros enemigos abren la boca para hablar mal de nosotros. Hemos sufrido terrores, caídas, ruina y destrucción. Ríos de lágrimas corren por mis mejillas porque ha sido destruida la capital de mi pueblo. Se inundarán de lágrimas mis ojos, sin cesar y sin consuelo, hasta que desde el cielo el SEÑOR se digne mirarnos. Me duele en lo más profundo del alma ver sufrir a las mujeres de mi ciudad. Mis enemigos me persiguen sin razón, y quieren atraparme como a un ave. Me quieren enterrar vivo y taparme con piedras la salida. Las aguas me han cubierto la cabeza; parece que me ha llegado el fin. Desde lo más profundo de la fosa invoqué, SEÑOR, tu nombre, y tú escuchaste mi plegaria; no cerraste tus oídos a mi clamor. Te invoqué, y viniste a mí; «No temas», me dijiste. Tú, Señor, te pusiste de mi parte y me salvaste la vida. Tú, SEÑOR, viste el mal que me causaron; ¡hazme justicia! Tú notaste su sed de venganza y todas sus maquinaciones en mi contra. SEÑOR, tú has escuchado sus insultos y todas sus maquinaciones en mi contra; tú sabes que todo el día mis enemigos murmuran y se confabulan contra mí. ¡Míralos! Hagan lo que hagan, se burlan de mí en sus canciones. ¡Dales, SEÑOR, su merecido por todo lo que han hecho! Oscurece su entendimiento, ¡y caiga sobre ellos tu maldición! Persíguelos, SEÑOR, en tu enojo, y bórralos de este mundo.