JOB 29:1-25
JOB 29:1-25 Reina Valera 2020 (RV2020)
Job reanudó su discurso: ¡Quién me volviera como en los meses pasados, como en los días en que Dios me guardaba, cuando hacía resplandecer su lámpara sobre mi cabeza y a su luz caminaba yo en la oscuridad! ¡Así fue en los días de mi juventud, cuando el favor de Dios protegía mi morada; cuando aún estaba conmigo el Omnipotente y mis hijos me rodeaban; cuando yo lavaba mis pies en leche y de las rocas fluían ríos de aceite! Entonces, yo salía a la puerta, a juicio, y en la plaza hacía preparar mi asiento. Al verme, los jóvenes se escondían, los ancianos se levantaban y permanecían en pie, los príncipes dejaban de hablar y se tapaban la boca con la mano, y la voz de los principales se apagaba y se les pegaba la lengua al paladar. Entonces, los que me oían me llamaban dichoso, y los que me veían lo confirmaban, porque yo libraba al pobre que clamaba y al huérfano que carecía de ayudador. La bendición del que estaba a punto de perderse venía sobre mí, y al corazón de la viuda yo procuraba alegría. Iba yo vestido de justicia, cubierto con ella; como manto y diadema era mi rectitud. Yo era ojos para el ciego, pies para el cojo y padre para los necesitados. De la causa que no entendía, me informaba con diligencia; y quebraba los colmillos del malvado; de sus dientes le hacía soltar la presa. Decía yo: «En mi nido moriré. Como arena multiplicaré mis días». Mis raíces se alargaban hasta las aguas, en mis ramas permanecía el rocío, mi honra se renovaba en mí y mi arco se fortalecía en mi mano. Los que me escuchaban, esperaban callados mi consejo; tras mi palabra no replicaban, pues mi razón destilaba sobre ellos. Me esperaban como a la lluvia; abrían su boca como a la lluvia tardía. Si me reía con ellos, no se lo creían; pero no dejaban apagar la luz de mi rostro. Yo les indicaba su camino y me sentaba entre ellos como el jefe. Vivía como un rey en medio de su ejército, o como el que consuela a los que lloran.
JOB 29:1-25 La Palabra (versión española) (BLP)
Job continuó así su discurso: ¡Si pudiera revivir el pasado, cuando Dios se ocupaba de mí, cuando su lámpara brillaba sobre mi cabeza y su luz iluminaba mis tinieblas! ¡Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda, cuando sentía al Todopoderoso conmigo y todos mis hijos me rodeaban! Cuando lavaba mis pies en leche y la roca me daba arroyos de aceite. Cuando iba a la puerta de la ciudad y, al tomar asiento en la plaza, los jóvenes se escondían al verme, los ancianos se ponían de pie; la gente principal callaba, tapándose la boca con la mano; enmudecía la voz de los notables, se les pegaba la lengua al paladar. La gente que me oía me felicitaba, quien lo veía se ponía de mi parte; yo libraba al pobre suplicante, al huérfano carente de ayuda; recibía la gratitud del moribundo, devolvía la alegría a las viudas. La justicia me cubría como un vestido, me arropaba lo mismo que un manto, y el derecho me servía de turbante. Yo era ojos para el ciego, era pies para los cojos; era padre de los pobres, abogado de extranjeros. Rompía los colmillos del malvado y arrancaba la pieza de sus dientes. Pensaba: «Moriré en mi nido, prolongaré mi vida como el Fénix, con mis raíces a la orilla del agua y el rocío de la noche en mi ramaje; mi prestigio irá en aumento y mi arco se reafirmará en mi mano». La gente me escuchaba expectante, en silencio, esperando mi consejo; nada añadían cuando yo terminaba, recibían mis palabras como rocío; me esperaban como a lluvia temprana, boquiabiertos al agua de primavera. Les sonreía y no daban crédito, los animaba la luz de mi rostro. Les mostraba el camino y los guiaba, lo mismo que un rey ante sus tropas; los guiaba y se dejaban conducir.
JOB 29:1-25 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
¡Ojalá pudiera yo volver a aquellos tiempos en que Dios me protegía! Cuando él me iluminaba con su luz y yo podía andar en la oscuridad; cuando en mi plena madurez Dios cuidaba de mi hogar; cuando el Todopoderoso estaba a mi lado y mis hijos me hacían compañía; cuando la leche corría por el suelo y el aceite brotaba de las rocas; cuando yo tomaba asiento en el lugar de reunión de la ciudad. Los jóvenes, al verme, se hacían a un lado, y los ancianos se ponían en pie. Aun los hombres importantes dejaban de hablar y hacían señas de guardar silencio. Los gobernantes bajaban la voz; se les pegaba la lengua al paladar. La gente, al verme o al oirme, me felicitaba y hablaba bien de mí, pues yo socorría al huérfano y al pobre, gente a la que nadie ayudaba. El que estaba en la ruina me daba las gracias; mi ayuda era para las viudas motivo de alegría. La justicia y la honradez formaban parte de mí mismo: eran mi ropa de todos los días. ¡Yo era ojos para el ciego y pies para el lisiado, padre de los necesitados y defensor de los extranjeros! Yo rompía la quijada a los malvados y les quitaba la presa de los dientes. Yo pensaba: “Mis días serán tantos como la arena; moriré anciano y en mi propio hogar. Soy como un árbol plantado junto al agua, cuyas ramas baña el rocío de la noche. Mi esplendor se renovará conmigo y no me faltarán las fuerzas.” Todos me escuchaban y esperaban en silencio mis consejos. Después de hablar yo, ninguno replicaba. Mis palabras caían gota a gota sobre ellos, y ellos las esperaban ansiosos, como se espera la lluvia en tiempo de calor. Cuando yo les sonreía, apenas lo creían, y no dejaban de mirar mi rostro alegre. Yo establecía mi autoridad sobre ellos y decidía lo que debían hacer, como un rey al frente de sus tropas. Cuando estaban tristes, yo los consolaba.
JOB 29:1-25 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Job, retomando la palabra, dijo: «¡Cómo añoro los meses que se han ido, los días en que Dios me cuidaba! Su lámpara alumbraba sobre mi cabeza, y por su luz podía andar entre tinieblas. ¡Qué días aquellos, cuando yo estaba en mi apogeo y Dios bendecía mi casa con su íntima amistad! »Cuando aún estaba conmigo el Todopoderoso, y mis hijos me rodeaban; cuando ante mí corrían ríos de crema, y de las rocas fluían arroyos de aceite; cuando ocupaba mi puesto en el concejo de la ciudad, y en la plaza pública tomaba asiento, los jóvenes al verme se hacían a un lado, y los ancianos se ponían de pie; los jefes se abstenían de hablar y se tapaban la boca con las manos; los nobles bajaban la voz, y la lengua se les pegaba al paladar. Los que me oían, hablaban bien de mí; los que me veían, me alababan. Si el pobre recurría a mí, yo lo ponía a salvo, y también al huérfano si no tenía quien lo ayudara. Me bendecían los desahuciados; ¡por mí gritaba de alegría el corazón de las viudas! De justicia y rectitud me revestía; ellas eran mi manto y mi turbante. Para los ciegos fui sus ojos; para los tullidos, sus pies. Fui padre de los necesitados y defensor de los extranjeros. A los malvados destroné; ¡de sus fauces les arrebaté la presa! »Llegué a pensar: “Moriré en mi propia casa; mis días serán incontables como la arena del mar. Mis raíces llegarán hasta las aguas; el rocío de la noche se quedará en mis ramas. Mi gloria mantendrá en mí su lozanía, y el arco en mi mano se mantendrá firme”. »La gente me escuchaba expectante, y en silencio aguardaba mi consejo. Hablaba yo, y nadie replicaba; mis palabras hallaban cabida en sus oídos. Expectantes, absorbían mis palabras como quien espera las lluvias tardías. Si yo les sonreía, no podían creerlo; mi rostro sonriente los reanimaba. Yo les indicaba el camino a seguir; me sentaba a la cabecera; habitaba entre ellos como un rey entre su tropa, como quien consuela a los que están de luto.