JUAN 9:1-38
JUAN 9:1-38 Reina Valera 2020 (RV2020)
Iba caminando Jesús y vio a un hombre ciego de nacimiento. Entonces le preguntaron sus discípulos: —Rabí, ¿quién pecó para que este haya nacido ciego, él o sus padres? Respondió Jesús: —Ni pecó él ni pecaron sus padres. Ha ocurrido así para que las obras de Dios se manifiesten en él. Mientras sea de día, nos es necesario hacer las obras del que me envió, porque cuando viene la noche, ya nadie puede trabajar. Mientras que estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, hizo lodo con la saliva, untó con él los ojos del ciego y le dijo: —Ve a lavarte en el estanque de Siloé —que traducido significa «enviado»—. El ciego fue, se lavó y regresó viendo. Los vecinos y quienes antes habían visto que era ciego decían: —¿No es este el que sentado, pide limosna? Unos decían: —Sí, es él. Otros: —Se le parece. Y él mismo afirmaba: —Yo soy. Entonces le preguntaron: —¿Cómo has recobrado la vista? Y respondió: —Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: «Ve a Siloé y lávate». Y yo fui, me lavé y recobré la vista. Le dijeron: —¿Dónde está él? Él respondió: —No sé. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús había hecho el lodo y le había dado la vista. Los fariseos, pues, volvieron a preguntarle también cómo había recibido la vista. Les respondió: —Me puso lodo sobre los ojos, me lavé y ahora veo. Entonces algunos de los fariseos decían: —Ese hombre no procede de Dios porque no respeta el sábado. Otros se preguntaban: —¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Como había división entre ellos, preguntaron otra vez al ciego: —¿Tú qué opinas del que te ha dado la vista? Él contestó: —Que es un profeta. Los judíos no creían que quien decía haber recuperado la vista hubiese sido realmente ciego, así que llamaron a sus padres y les preguntaron: —¿Es este vuestro hijo, de quien vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo se explica que ahora vea? Los padres respondieron: —Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego, pero no sabemos cómo ha llegado a ver ahora. Tampoco sabemos quién le ha dado la vista. Preguntádselo a él; tiene edad suficiente para responder por sí mismo. Los padres respondieron de este modo porque tenían miedo de los judíos, pues estos ya habían acordado que si alguno confesaba que Jesús era el Mesías, sería expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Ya tiene edad suficiente. Preguntadle a él». Llamaron nuevamente al hombre que había sido ciego y le dijeron: —¡Da gloria a Dios! Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Él respondió: —Yo no sé si es pecador; Pero sí sé una cosa, que yo antes era ciego y ahora veo. Le volvieron a preguntar: —¿Qué te hizo? ¿Cómo te dio la vista? Él contestó: —Ya os lo he dicho y no habéis escuchado. ¿Para qué queréis oírlo otra vez?, ¿o es que vosotros también estáis pensando haceros discípulos suyos? Los fariseos le insultaron y le dijeron: —Tú eres discípulo de ese; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; en cuanto a este, ni siquiera sabemos de dónde ha salido. Respondió el hombre: —¡Pues eso es lo sorprendente! Resulta que a mí me ha dado la vista, y vosotros ni siquiera sabéis de dónde es. Y sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero que si alguno es temeroso de Dios y hace su voluntad, a ese sí lo escucha. Nunca se ha oído decir de alguien que haya dado la vista a un ciego de nacimiento. Si ese hombre no viniera de Dios, nada podría hacer. Replicaron los fariseos: —¿Es que pretendes darnos lecciones a nosotros, tú, que naciste completamente en pecado? Y le expulsaron de la sinagoga. Jesús se enteró de que le habían expulsado y al encontrarse con él le preguntó: —¿Tú crees en el Hijo de Dios? Respondió él: —¿Señor, quién es para que crea en él? Le dijo Jesús: —Lo has visto; es el mismo que está hablando contigo. Y él declaró: —Creo, Señor —y lo adoró.
JUAN 9:1-38 La Palabra (versión española) (BLP)
Iba Jesús de camino cuando vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: —Maestro, ¿quién tiene la culpa de que haya nacido ciego este hombre? ¿Sus pecados o los de sus padres? Jesús respondió: —Ni sus propios pecados ni los de sus padres tienen la culpa; nació así para que el poder de Dios resplandezca en él. Mientras es de día debemos realizar lo que nos ha encomendado el que me envió; cuando llega la noche, nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo un poco de lodo y lo extendió sobre los ojos del ciego. Después le dijo: —Ahora vete y lávate en el estanque de Siloé (palabra que significa «enviado»). El ciego fue, se lavó y, cuando regresó, ya veía. Sus vecinos y todos cuantos lo habían visto antes pidiendo limosna, comentaban: —¿No es este el que se sentaba por aquí y pedía limosna? Unos decían: —Sí, es el mismo. Otros, en cambio, opinaban: —No es él, sino uno que se le parece. Pero el propio interesado aseguraba: —Soy yo mismo. Ellos le preguntaron: —¿Y cómo has conseguido ver? Él les contestó: —Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de lodo con su saliva, me lo extendió sobre los ojos y me dijo: «Vete y lávate en el estanque de Siloé». Fui, me lavé y comencé a ver. Le preguntaron: —¿Y dónde está ahora ese hombre? Respondió: —No lo sé. Llevaron ante los fariseos al hombre que había sido ciego, pues el día en que Jesús había hecho lodo con su saliva y le había dado la vista era sábado. Y volvieron a preguntarle cómo había conseguido ver. Él les contestó: —Extendió un poco de lodo sobre mis ojos, me lavé y ahora veo. Algunos de los fariseos dijeron: —No puede tratarse de un hombre de Dios, pues no respeta el sábado. Otros, en cambio, se preguntaban: —¿Cómo puede un hombre hacer tales prodigios si es pecador? Esto provocó la división entre ellos. Entonces volvieron a preguntar al que había sido ciego: —Puesto que te ha hecho ver, ¿qué opinas tú sobre ese hombre? Respondió: —Creo que es un profeta. Los judíos se resistían a admitir que aquel hombre hubiera estado ciego y hubiese comenzado a ver. Así que llamaron a sus padres y les preguntaron: —¿Es este vuestro hijo, del que decís que nació ciego? ¿Cómo se explica que ahora vea? Los padres respondieron: —Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve, no lo sabemos; tampoco sabemos quién le ha dado la vista. Preguntádselo a él; tiene edad suficiente para responder por sí mismo. Los padres contestaron así por miedo a los judíos, pues estos habían tomado la decisión de expulsar de la sinagoga a todos los que reconocieran que Jesús era el Mesías. Por eso dijeron: «Preguntádselo a él, que ya tiene edad suficiente». Los fariseos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: —Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Reconócelo tú también delante de Dios. A lo que respondió el interpelado: —Yo no sé si es pecador. Lo único que sé es que yo antes estaba ciego y ahora veo. Volvieron a preguntarle: —¿Qué fue lo que hizo contigo? ¿Cómo te dio la vista? Él les contestó: —Ya os lo he dicho y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez? ¿O es que queréis también vosotros haceros discípulos suyos? Los fariseos reaccionaron con insultos y le replicaron: —Discípulo de ese hombre lo serás tú; nosotros lo somos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; en cuanto a este, ni siquiera sabemos de dónde es. Él contestó: —¡Eso es lo verdaderamente sorprendente! Resulta que a mí me ha dado la vista, y vosotros ni siquiera sabéis de dónde es. Todo el mundo sabe que Dios no escucha a los pecadores; en cambio, escucha a todo aquel que lo honra y cumple su voluntad. Jamás se ha oído decir de alguien que haya dado la vista a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniese de Dios, nada habría podido hacer. Ellos replicaron: —¿Es que pretendes darnos lecciones a nosotros, tú, que de pies a cabeza naciste envuelto en pecado? Y lo expulsaron de la sinagoga. Llegó a oídos de Jesús la noticia de que lo habían expulsado de la sinagoga, y, haciéndose el encontradizo con él, le preguntó: —¿Crees en el Hijo del hombre? Respondió el interpelado: —Dime quién es, Señor, para que crea en él. Jesús le dijo: —Lo estás viendo; es el mismo que habla contigo. El hombre dijo: —Creo, Señor. Y se postró ante él.
JUAN 9:1-38 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Yendo de camino vio Jesús a un hombre que había nacido ciego. Los discípulos le preguntaron: –Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres o por su propio pecado? Jesús les contestó: –Ni por su propio pecado ni por el de sus padres, sino para que en él se demuestre el poder de Dios. Mientras es de día tenemos que hacer el trabajo que nos ha encargado el que me envió; luego viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo. Dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y untó con él los ojos del ciego. Luego le dijo: –Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: “Enviado”). El ciego fue y se lavó, y al regresar ya veía. Los vecinos y los que otras veces le habían visto pedir limosna se preguntaban: –¿No es este el que se sentaba a pedir limosna? Unos decían: –Sí, es él. Y otros: –No, no es él, aunque se le parece. Pero él decía: –Sí, soy yo. Le preguntaron: –¿Y cómo es que ahora puedes ver? Él contestó: –Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: ‘Ve al estanque de Siloé y lávate.’ Yo fui, me lavé y comencé a ver. Unos le preguntaron: –¿Dónde está ese hombre? Él respondió: –No lo sé. El día en que Jesús hizo lodo y dio la vista al ciego, era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego, y ellos le preguntaron cómo era que podía ver. Les contestó: –Me puso lodo sobre los ojos, me lavé y ahora veo. Algunos fariseos dijeron: –El que hizo eso no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado. Pero otros decían: –¿Cómo puede alguien, siendo pecador, hacer esas señales milagrosas? De manera que estaban divididos. Volvieron a preguntar al que había sido ciego: –Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices tú de ese hombre? –Yo digo que es un profeta –contestó. Pero los judíos no quisieron creer que se trataba del mismo ciego, que ahora podía ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: –¿Es este vuestro hijo? ¿Decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve? Sus padres contestaron: –Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego, pero no sabemos cómo es que ahora ve, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Preguntádselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo. Sus padres dijeron esto por miedo, porque los judíos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a cualquiera que reconociese a Jesús como el Mesías. Por eso dijeron sus padres: “Ya es mayor de edad; preguntádselo a él.” Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego y le dijeron: –Reconoce la verdad delante de Dios: nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Él les contestó: –Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo. Volvieron a preguntarle: –¿Qué te hizo? ¿Qué hizo para darte la vista? Les contestó: –Ya os lo he dicho, pero no me hacéis caso. ¿Para qué queréis que lo repita? ¿Es que también vosotros queréis seguirle? Entonces le insultaron y le dijeron: –¡Tú sigues a ese hombre, pero nosotros seguimos a Moisés! Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero ese ni siquiera sabemos de dónde ha salido. El hombre les contestó: –¡Qué cosa tan rara, que vosotros no sabéis de dónde ha salido y a mí me ha dado la vista! Bien sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino solamente a quienes le adoran y hacen su voluntad. Nunca se ha oído decir de nadie que diera la vista a un ciego de nacimiento: si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada. Le dijeron entonces: –Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros? Y lo expulsaron de la sinagoga. Jesús se enteró de que habían expulsado de la sinagoga a aquel ciego. Cuando se encontró con él le preguntó: –¿Tú crees en el Hijo del hombre? Él le dijo: –Señor, dime quién es, para que crea en él. Le contestó Jesús: –Ya le has visto. Soy yo, con quien estás hablando. El hombre le respondió: –Creo, Señor –y se puso de rodillas delante de él.
JUAN 9:1-38 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: ―Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres? ―Ni él pecó, ni sus padres —respondió Jesús—, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida. Mientras sea de día, tenemos que llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras esté yo en el mundo, luz soy del mundo. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y lo untó en los ojos del ciego, diciéndole: ―Ve y lávate en el estanque de Siloé (que significa: Enviado). El ciego fue y se lavó, y al volver ya veía. Sus vecinos y los que lo habían visto pedir limosna decían: «¿No es este el que se sienta a mendigar?» Unos aseguraban: «Sí, es él». Otros decían: «No es él, sino que se le parece». Pero él insistía: «Soy yo». ―¿Cómo entonces se te han abierto los ojos? —le preguntaron. ―Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de barro, me lo untó en los ojos y me dijo: “Ve y lávate en Siloé”. Así que fui, me lavé, y entonces pude ver. ―¿Y dónde está ese hombre? —le preguntaron. ―No lo sé —respondió. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado cuando Jesús hizo el barro y le abrió los ojos al ciego. Por eso los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había recibido la vista. ―Me untó barro en los ojos, me lavé, y ahora veo —respondió. Algunos de los fariseos comentaban: «Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no respeta el sábado». Otros objetaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes señales?» Y había desacuerdo entre ellos. Por eso interrogaron de nuevo al ciego: ―¿Y qué opinas tú de él? Fue a ti a quien te abrió los ojos. ―Yo digo que es profeta —contestó. Pero los judíos no creían que el hombre hubiera sido ciego y que ahora viera, y hasta llamaron a sus padres y les preguntaron: ―¿Es este vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver? ―Sabemos que este es nuestro hijo —contestaron los padres—, y sabemos también que nació ciego. Lo que no sabemos es cómo ahora puede ver, ni quién le abrió los ojos. Preguntádselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo. Sus padres contestaron así por miedo a los judíos, pues ya estos habían convenido que se expulsara de la sinagoga a todo el que reconociera que Jesús era el Cristo. Por eso dijeron sus padres: «Preguntádselo a él, que ya es mayor de edad». Por segunda vez llamaron los judíos al que había sido ciego, y le dijeron: ―¡Da gloria a Dios! A nosotros nos consta que ese hombre es pecador. ―Si es pecador, no lo sé —respondió el hombre—. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo. Pero ellos le insistieron: ―¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? ―Ya os lo dije y no me hicisteis caso. ¿Por qué queréis oírlo de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros sus discípulos? Entonces lo insultaron y le dijeron: ―¡Discípulo de ese lo serás tú! ¡Nosotros somos discípulos de Moisés! Y sabemos que a Moisés le habló Dios; pero de este no sabemos ni de dónde salió. ―¡Ahí está lo sorprendente! —respondió el hombre—: que vosotros no sepáis de dónde salió, y que a mí me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí a los piadosos y a quienes hacen su voluntad. Jamás se ha sabido que alguien le haya abierto los ojos a uno que naciera ciego. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada. Ellos replicaron: ―Tú, que naciste sumido en pecado, ¿vas a darnos lecciones? Y lo expulsaron. Jesús se enteró de que habían expulsado a aquel hombre, y al encontrarlo le preguntó: ―¿Crees en el Hijo del hombre? ―¿Quién es, Señor? Dímelo, para que crea en él. ―Pues ya lo has visto —le contestó Jesús—; es el que está hablando contigo. ―Creo, Señor —declaró el hombre. Y, postrándose, lo adoró.