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JUAN 6:16-71

JUAN 6:16-71 La Palabra (versión española) (BLP)

A la caída de la tarde, los discípulos de Jesús bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya de noche y Jesús aún no los había alcanzado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habrían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que caminaba sobre el lago y se acercaba a la barca. Les entró mucho miedo, pero Jesús les dijo: —Soy yo. No tengáis miedo. Entonces quisieron subirlo a bordo, pero enseguida la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían. Al día siguiente, la gente que continuaba al otro lado del lago advirtió que allí solamente había estado atracada una barca y que Jesús no se había embarcado en ella con sus discípulos, sino que estos habían partido solos. Llegaron entre tanto de la ciudad de Tiberíades unas barcas y atracaron cerca del lugar en que la gente había comido el pan cuando el Señor pronunció la acción de gracias. Al darse cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús. Los que buscaban a Jesús lo encontraron al otro lado y le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les contestó: —Estoy seguro de que me buscáis no por los milagros que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Deberíais preocuparos no tanto por el alimento transitorio, cuanto por el duradero, el que da vida eterna. Este es el alimento que os dará el Hijo del hombre, a quien Dios Padre ha acreditado con su sello. Ellos le preguntaron: —¿Qué debemos hacer para portarnos como Dios quiere? Jesús respondió: —Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en su enviado. Ellos replicaron: —¿Cuáles son tus credenciales para que creamos en ti? ¿Qué es lo que tú haces? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo. Jesús les respondió: —Yo os aseguro que no fue Moisés el que os dio pan del cielo. Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo. El pan que Dios da, baja del cielo y da vida al mundo. Entonces le pidieron: —Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó: —Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed. Pero vosotros, como ya os he dicho, no creéis a pesar de haber visto. Todo aquel que el Padre me confía vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí. Porque yo he bajado del cielo, no para hacer lo que yo deseo, sino lo que desea el que me ha enviado. Y lo que desea el que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha confiado, sino que los resucite en el último día. Mi Padre quiere que todos los que vean al Hijo y crean en él, tengan vida eterna; yo, por mi parte, los resucitaré en el último día. Los judíos comenzaron a criticar a Jesús porque había dicho que él era «el pan que ha bajado del cielo». Decían: —¿No es este Jesús, el hijo de José? Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo? Jesús replicó: —Dejad ya de criticar entre vosotros. Nadie puede creer en mí si no se lo concede el Padre que me envió; yo, por mi parte, lo resucitaré en el último día. En los libros proféticos está escrito: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza, cree en mí. Esto no significa que alguien haya visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios, ha visto al Padre. Os aseguro que quien cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Este, en cambio, es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo voy a dar es mi carne, entregada para que el mundo tenga vida. Esto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, que se preguntaban: —¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Jesús les dijo: —Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo gracias a él; así también, el que me coma vivirá gracias a mí. Este es el pan que ha bajado del cielo, y que no es como el que comieron los antepasados y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre. Todo esto lo enseñó Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Al oír esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: —Esta enseñanza es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla? Jesús se dio cuenta de que muchos de sus seguidores criticaban su enseñanza, y les dijo: —¿Se os hace duro aceptar esto? Pues ¿qué ocurriría si vieseis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? Es el espíritu el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Pero algunos de vosotros no creen. Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a traicionar. Y añadió: —Por eso os he dicho que nadie puede creer en mí si no se lo concede mi Padre. Desde entonces, muchos discípulos suyos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús preguntó a los Doce: —¿También vosotros queréis dejarme? Simón Pedro le respondió: —Señor, ¿a quién iríamos? Solo tus palabras dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios. Jesús replicó: —¿No os elegí yo a los Doce? Sin embargo, uno de vosotros es un diablo. Se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote. Porque Judas, que era uno de los Doce, lo iba a traicionar.

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JUAN 6:16-71 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Al llegar la noche, los discípulos de Jesús bajaron al lago, subieron a una barca y comenzaron a cruzarlo en dirección a Cafarnaún. Era completamente de noche, y Jesús todavía no había regresado. En esto se levantó un fuerte viento que alborotó el lago. Ellos, cuando ya habían recorrido unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús que se acercaba a la barca andando sobre el agua y se llenaron de miedo. Él les dijo: –¡Soy yo, no tengáis miedo! Entonces quisieron recibirle en la barca, y en un momento llegaron a la orilla adonde iban. Al día siguiente, la gente que permanecía en la otra orilla del lago advirtió que los discípulos se habían ido en la única barca que allí había, y que Jesús no iba con ellos. Mientras tanto, otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias a un lugar cerca de donde habían comido el pan después de que el Señor diera gracias. Así que, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún. Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: –Maestro, ¿cuándo has venido aquí? Jesús les dijo: –Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Esta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él. Le preguntaron: –¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios? Jesús les contestó: –La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado. –¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: ‘Dios les dio a comer pan del cielo.’ Jesús les contestó: –Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo. Ellos le pidieron: –Señor, danos siempre ese pan. Y Jesús les dijo: –Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed. Pero, como ya os dije, vosotros no creéis aunque me habéis visto. Todos los que el Padre me da vienen a mí, y a los que vienen a mí no los echaré fuera. Porque no he venido del cielo para hacer mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado. Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite el día último. Porque la voluntad de mi Padre es que todo aquel que ve al Hijo de Dios y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el día último. Por eso los judíos comenzaron a murmurar de Jesús, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo.” Y decían: –Este es Jesús, el hijo de José. Nosotros conocemos a su padre y a su madre: ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Jesús les dijo: –Dejad de murmurar. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre, que me ha enviado; y yo lo resucitaré el día último. En los libros de los profetas se dice: ‘Dios instruirá a todos.’ Así que todos los que escuchan al Padre y aprenden de él vienen a mí. “No es que alguien haya visto al Padre. El único que ha visto al Padre es el que ha venido de Dios. Os aseguro que quien cree tiene vida eterna. Yo soy el pan que da vida. Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron; pero yo hablo del pan que baja del cielo para que quien coma de él no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propio cuerpo. Lo daré por la vida del mundo.” Los judíos se pusieron a discutir unos con otros: –¿Cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo? Jesús les dijo: –Os aseguro que si no coméis el cuerpo del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día último. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido. El que coma de este pan, vivirá para siempre. Jesús enseñó estas cosas en la reunión de la sinagoga en Cafarnaún. Al oir todo esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: –Su enseñanza es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede hacerle caso? Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó: –¿Esto os ofende? ¿Qué pasaría si vierais al Hijo del hombre subir a donde antes estaba? El espíritu es el que da vida; el cuerpo de nada aprovecha. Las cosas que yo os he dicho son espíritu y vida. Pero todavía hay algunos de vosotros que no creen. Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién el que le iba a traicionar. Y añadió: –Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no lo trae. Desde entonces dejaron a Jesús muchos de los que le habían seguido, y ya no andaban con él. Jesús preguntó a los doce discípulos: –¿También vosotros queréis iros? Simón Pedro le contestó: –Señor, ¿a quién iremos? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros sí hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios. Jesús les contestó: –¿No os he escogido yo a los doce? Sin embargo, uno de vosotros es un diablo. Al decir esto, Jesús se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote; porque Judas iba a traicionarle a pesar de ser uno de los doce discípulos.

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JUAN 6:16-71 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Cuando ya anochecía, sus discípulos bajaron al lago y subieron a una barca, y comenzaron a cruzar el lago en dirección a Capernaún. Para entonces ya había oscurecido, y Jesús todavía no se había unido a ellos. Por causa del fuerte viento que soplaba, el lago estaba picado. Habrían remado unos cinco o seis kilómetros cuando vieron que Jesús se acercaba a la barca, caminando sobre el agua, y se asustaron. Pero él les dijo: «No tengáis miedo, que soy yo». Así que se dispusieron a subirlo a bordo, y en seguida la barca llegó a la orilla adonde se dirigían. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en el otro lado del lago se dio cuenta de que los discípulos se habían embarcado solos. Allí solo había una barca, y Jesús no había entrado en ella con sus discípulos. Sin embargo, algunas barcas de Tiberíades se aproximaron al lugar donde la gente había comido el pan después de haber dado gracias el Señor. En cuanto la multitud se dio cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se fueron a Capernaún a buscar a Jesús. Cuando lo encontraron al otro lado del lago, le preguntaron: ―Rabí, ¿cuándo llegaste aquí? ―Ciertamente os aseguro que me buscáis no porque habéis visto señales, sino porque comisteis pan hasta llenaros. Trabajad, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual os dará el Hijo del hombre. Sobre este ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación. ―¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios exige? —le preguntaron. ―Esta es la obra de Dios: que creáis en aquel a quien él envió —respondió Jesús. ―¿Y qué señal harás para que la veamos y te creamos? ¿Qué puedes hacer? —insistieron ellos—. Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”. ―Ciertamente os aseguro que no fue Moisés el que os dio el pan del cielo —afirmó Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. ―Señor —le pidieron—, danos siempre ese pan. ―Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed. Pero, como ya os dije, a pesar de que me habéis visto, no creéis. Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo. Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Entonces los judíos comenzaron a murmurar contra él, porque dijo: «Yo soy el pan que bajó del cielo». Y se decían: «¿Acaso no es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que sale diciendo: “Yo bajé del cielo”?» ―Dejad de murmurar —replicó Jesús—. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final. En los profetas está escrito: “A todos los instruirá Dios”. En efecto, todo el que escucha al Padre y aprende de él viene a mí. Al Padre nadie lo ha visto, excepto el que viene de Dios; solo él ha visto al Padre. Ciertamente os aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. Pero este es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva. Los judíos comenzaron a disputar acaloradamente entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» ―Ciertamente os aseguro —afirmó Jesús— que, si no coméis la carne del Hijo del hombre ni bebéis su sangre, no tenéis realmente vida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí vivirá por mí. Este es el pan que bajó del cielo. Vuestros antepasados comieron maná y murieron, pero el que come de este pan vivirá para siempre. Todo esto lo dijo Jesús mientras enseñaba en la sinagoga de Capernaún. Al escucharlo, muchos de sus discípulos exclamaron: «Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?» Jesús, muy consciente de que sus discípulos murmuraban por lo que había dicho, les reprochó: ―¿Esto os es causa de tropiezo? ¿Y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. Es que Jesús conocía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que iba a traicionarlo. Así que añadió: ―Por esto os dije que nadie puede venir a mí, a menos que se lo haya concedido el Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él. Así que Jesús preguntó a los doce: ―¿También vosotros queréis marcharos? ―Señor —contestó Simón Pedro—, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios. ―¿No os he escogido yo a vosotros doce? —repuso Jesús—. No obstante, uno de vosotros es un diablo. Se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote, uno de los doce, que iba a traicionarlo.

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