JUECES 18:1-31
JUECES 18:1-31 La Palabra (versión española) (BLP)
Era un tiempo en que no había rey en Israel. La tribu de Dan andaba buscando un territorio donde establecerse, pues hasta entonces no le había correspondido ninguna heredad entre las tribus de Israel. Los danitas enviaron desde Sorá y Estaol a cinco hombres valientes de su tribu para que recorrieran el país y lo exploraran. Les encargaron: —Id a explorar esa tierra. Llegaron a la montaña de Efraín, cerca de la casa de Micá, y pasaron allí la noche. Como estaban junto a la casa de Micá, reconocieron la voz del joven levita, se le acercaron y le preguntaron: —¿Con quién has venido aquí? ¿Qué haces por estos pagos? ¿Qué se te ha perdido en este lugar? El levita les respondió: —Esto y esto ha hecho Micá por mí. Me ha tomado a sueldo y soy su sacerdote. Ellos le dijeron: —Consulta, entonces, a Dios a ver si tendrá éxito el viaje que hemos emprendido. Les respondió el sacerdote: —Id en paz; el Señor mira con buenos ojos vuestro viaje. Los cinco hombres partieron y llegaron a Lais. Vieron que las gentes de allí vivían seguras, tranquilas y confiadas, al estilo de los sidonios y vieron también que no faltaba allí ningún producto de la tierra; por otra parte, estaban lejos de los sidonios y no tenían relaciones con los arameos. Regresaron a Sorá y Estaol donde residían sus hermanos, y estos les preguntaron: —¿Qué noticias traéis? Ellos respondieron: —¡Ánimo! Vayamos contra ellos, porque hemos visto el país y es excelente. No os quedéis ahí quietos, sino poneos en camino hacia aquella tierra para conquistarla. Cuando lleguéis, os encontraréis con un pueblo pacífico y un país espacioso: Dios os lo ha entregado; es un lugar que no carece de nada de cuanto puede haber sobre la tierra. Así pues, el clan de los danitas —unos seiscientos hombres bien armados— partió de Sorá y Estaol. Subieron y acamparon en Quiriat Jearín, en Judá. Por eso, todavía hoy, se llama aquel lugar el Campamento de Dan. Está detrás de Quiriat Jearín. De allí se dirigieron a la montaña de Efraín y llegaron a la casa de Micá. Los cinco hombres que habían estado previamente explorando la tierra, tomaron la palabra y dijeron a sus hermanos: —¿No sabéis que en esta casa hay un efod, unos terafim, una imagen y un ídolo de metal fundido? Pensad, pues, lo que habéis de hacer. Fueron allá y entraron en la casa de Micá, donde estaba el joven levita, y le dieron el saludo de paz. Mientras los seiscientos hombres danitas con sus armas de guerra permanecían en el umbral de la puerta, los cinco hombres que habían ido a explorar la tierra entraron en la casa y se apropiaron de la imagen, el efod, los terafim y el ídolo de fundición. Entretanto, el sacerdote estaba en el umbral de la puerta con los seiscientos hombres armados. Aquellos, pues, que habían entrado en la casa de Micá, se apropiaron de la imagen, el efod, los terafim y el ídolo de fundición. El sacerdote les dijo: —Pero ¿qué estáis haciendo? Le contestaron: —Calla, cierra la boca y ven con nosotros. Serás nuestro padre y nuestro sacerdote. ¿O prefieres ser sacerdote de la casa de un particular a ser sacerdote de una tribu y de un clan de Israel? Se alegró con ello el corazón del sacerdote, tomó el efod, los terafim y la imagen y se fue en medio de la tropa. Reemprendieron el camino, colocando en cabeza a las mujeres, los niños, los rebaños y los objetos de valor. Estaban ya lejos de la casa de Micá, cuando los de las casas vecinas a la casa de Micá dieron la alarma y salieron en persecución de los danitas. Al oír los gritos de los perseguidores, los danitas miraron hacia atrás y dijeron a Micá: —¿Qué te sucede? ¿Por qué gritas así? Respondió: —Me habéis quitado mi dios, el que yo me había hecho, y me habéis arrebatado a mi sacerdote. Os marcháis sin dejarme nada y encima me decís: «¿Qué te sucede?». Los danitas le contestaron: —Calla de una vez, no sea que algunos de los nuestros pierdan la paciencia y arremetan contra vosotros, con lo que tú y tu familia perderíais la vida. Los danitas siguieron su camino. Micá, por su parte, viendo que eran más fuertes, se volvió a su casa. Los danitas tomaron el dios que Micá se había fabricado, junto con su sacerdote, y marcharon contra Lais, pueblo pacífico y confiado. Pasaron a cuchillo a la población e incendiaron la ciudad. Nadie vino en su ayuda, porque estaba lejos de Sidón y no tenía relaciones con los arameos. Lais estaba situada en el valle que se extiende hacia Bet Rejob. Los danitas reconstruyeron la ciudad, se establecieron en ella, y le pusieron el nombre de Dan, en recuerdo de su antepasado Dan, hijo de Israel. Antiguamente la ciudad se llamaba Lais. Construyeron también un altar en honor de la imagen, y Jonatán, hijo de Guersón, hijo de Moisés, y después de él sus descendientes actuaron como sacerdotes en la tribu de Dan hasta el tiempo de la deportación del país. Rindieron culto a la imagen que se había fabricado Micá y que permaneció allí mientras estuvo en Siló la casa de Dios.
JUECES 18:1-31 Reina Valera 2020 (RV2020)
En aquellos días no había rey en Israel. La tribu de Dan buscaba un territorio propio donde habitar, porque hasta entonces no había obtenido su heredad entre las tribus de Israel. Por eso los hijos de Dan enviaron desde Zora y Estaol cinco hombres de su tribu, hombres valientes, para que reconocieran y exploraran bien el país. Y les dijeron: —Id y reconoced la tierra. Estos vinieron al monte de Efraín, hasta la casa de Micaía, y allí se hospedaron. Cuando estaban cerca de la casa de Micaía, reconocieron la voz del joven levita y, llegados allá, le preguntaron: —¿Quién te ha traído acá? ¿Qué haces aquí? ¿Qué buscas tú por aquí? Él les respondió: —De esta y de esta manera ha hecho Micaía conmigo, y me ha tomado para que sea su sacerdote. Ellos le pidieron entonces: —Pregunta, pues, ahora a Dios, para que sepamos si ha de irnos bien en este viaje que hacemos. El sacerdote les respondió: —Id en paz, que el viaje que hacéis está delante del Señor. Entonces partieron aquellos cinco hombres y llegaron a Lais. Vieron que el pueblo que habitaba en esa ciudad estaba seguro, ocioso y confiado, conforme a la costumbre de los de Sidón, sin que nadie en aquella región los perturbara en cosa alguna, ni nadie se enseñoreara sobre ellos. Estaban lejos de los sidonios y no tenían negocios con nadie. Cuando los cinco hombres regresaron a sus hermanos de Zora y Estaol, estos les preguntaron: —¿Qué habéis visto? Ellos respondieron: —Vamos, subamos contra ellos. Hemos explorado la región y hemos visto que es muy buena. ¿Y vosotros qué, os quedáis quietos? No seáis perezosos y poneos en marcha para ir a tomar posesión de la tierra. Cuando vayáis, llegaréis a un pueblo confiado y a una tierra muy espaciosa, pues Dios la ha entregado en vuestras manos; es un lugar donde no falta cosa alguna que haya en la tierra. Entonces salieron de Zora y de Estaol seiscientos hombres de la familia de Dan provistos de armas de guerra. Fueron y acamparon en Quiriat-jearim, en Judá, por lo cual aquel lugar, que está al occidente de Quiriat-jearim, se llama hasta hoy el campamento de Dan. De allí pasaron al monte de Efraín y llegaron hasta la casa de Micaía. Aquellos cinco hombres que habían ido a reconocer la tierra de Lais dijeron entonces a sus hermanos: —¿No sabéis que en estas casas hay un efod y terafines, una imagen de talla y una de fundición? Mirad, por tanto, lo que habéis de hacer. Cuando llegaron allá, entraron a donde vivía el joven levita, en casa de Micaía, y le preguntaron cómo estaba. Los seiscientos hombres, que eran de los hijos de Dan, pertrechados para la guerra, estaban a la entrada de la puerta. Subieron luego los cinco hombres que habían ido a reconocer la tierra, entraron allá y tomaron la imagen de talla, el efod, los terafines y la imagen de fundición, mientras se quedaba el sacerdote a la entrada de la puerta con los seiscientos hombres pertrechados para la guerra. Entraron, pues, aquellos hombres en la casa de Micaía y tomaron la imagen de talla, el efod, los terafines y la imagen de fundición. El sacerdote les dijo: —¿Qué hacéis vosotros? Ellos le respondieron: —Calla, no digas nada y ven con nosotros, para que seas nuestro padre y sacerdote. ¿Es acaso mejor ser sacerdote en la casa de un solo hombre, que serlo de una tribu y de una familia de Israel? Se alegró el corazón del sacerdote, quien tomó el efod, los terafines y la imagen, y se fue con el pueblo. Ellos iniciaron la marcha y partieron con sus niños, el ganado y el bagaje por delante. Cuando ya se habían alejado de la casa de Micaía, los hombres que habitaban en las casas cercanas a la de Micaía se juntaron y siguieron a los hijos de Dan. Les gritaron, y los de Dan volvieron sus rostros y preguntaron a Micaía: —¿Qué te pasa, que has juntado gente? Él respondió: —Os apoderasteis de los dioses que yo hice y de mi sacerdote. Y os marcháis, y a mí ¿qué más me queda? ¿Y además me preguntáis qué me pasa? Los hijos de Dan contestaron: —No vayas gritando tras nosotros, no sea que los de ánimo colérico os acometan y pierdas también tu vida y la vida de los tuyos. Prosiguieron los hijos de Dan su camino, y Micaía, al comprobar que eran más fuertes que él, se volvió y regresó a su casa. Y ellos, con las cosas que había hecho Micaía, juntamente con el sacerdote que tenía, llegaron a Lais, un pueblo tranquilo y confiado, y los mataron a cuchillo y quemaron la ciudad. No hubo quien los defendiera, porque se hallaban lejos de Sidón y no tenían comercio con nadie. Lais estaba situada en el valle que hay junto a Bet-rehob. Reedificaron la ciudad y habitaron en ella. Y pusieron a aquella ciudad el nombre de Dan, conforme al nombre de Dan su padre, hijo de Israel, aunque antes la ciudad se llamaba Lais. Allí los hijos de Dan levantaron la imagen de talla, para adorarla. Y Jonatán hijo de Gersón hijo de Moisés, y sus hijos, fueron los sacerdotes en la tribu de Dan hasta el día de la transmigración de la tierra. Así, todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Silo, tuvieron levantada entre ellos la imagen de talla que Micaía había hecho.
JUECES 18:1-31 La Palabra (versión española) (BLP)
Era un tiempo en que no había rey en Israel. La tribu de Dan andaba buscando un territorio donde establecerse, pues hasta entonces no le había correspondido ninguna heredad entre las tribus de Israel. Los danitas enviaron desde Sorá y Estaol a cinco hombres valientes de su tribu para que recorrieran el país y lo exploraran. Les encargaron: —Id a explorar esa tierra. Llegaron a la montaña de Efraín, cerca de la casa de Micá, y pasaron allí la noche. Como estaban junto a la casa de Micá, reconocieron la voz del joven levita, se le acercaron y le preguntaron: —¿Con quién has venido aquí? ¿Qué haces por estos pagos? ¿Qué se te ha perdido en este lugar? El levita les respondió: —Esto y esto ha hecho Micá por mí. Me ha tomado a sueldo y soy su sacerdote. Ellos le dijeron: —Consulta, entonces, a Dios a ver si tendrá éxito el viaje que hemos emprendido. Les respondió el sacerdote: —Id en paz; el Señor mira con buenos ojos vuestro viaje. Los cinco hombres partieron y llegaron a Lais. Vieron que las gentes de allí vivían seguras, tranquilas y confiadas, al estilo de los sidonios y vieron también que no faltaba allí ningún producto de la tierra; por otra parte, estaban lejos de los sidonios y no tenían relaciones con los arameos. Regresaron a Sorá y Estaol donde residían sus hermanos, y estos les preguntaron: —¿Qué noticias traéis? Ellos respondieron: —¡Ánimo! Vayamos contra ellos, porque hemos visto el país y es excelente. No os quedéis ahí quietos, sino poneos en camino hacia aquella tierra para conquistarla. Cuando lleguéis, os encontraréis con un pueblo pacífico y un país espacioso: Dios os lo ha entregado; es un lugar que no carece de nada de cuanto puede haber sobre la tierra. Así pues, el clan de los danitas —unos seiscientos hombres bien armados— partió de Sorá y Estaol. Subieron y acamparon en Quiriat Jearín, en Judá. Por eso, todavía hoy, se llama aquel lugar el Campamento de Dan. Está detrás de Quiriat Jearín. De allí se dirigieron a la montaña de Efraín y llegaron a la casa de Micá. Los cinco hombres que habían estado previamente explorando la tierra, tomaron la palabra y dijeron a sus hermanos: —¿No sabéis que en esta casa hay un efod, unos terafim, una imagen y un ídolo de metal fundido? Pensad, pues, lo que habéis de hacer. Fueron allá y entraron en la casa de Micá, donde estaba el joven levita, y le dieron el saludo de paz. Mientras los seiscientos hombres danitas con sus armas de guerra permanecían en el umbral de la puerta, los cinco hombres que habían ido a explorar la tierra entraron en la casa y se apropiaron de la imagen, el efod, los terafim y el ídolo de fundición. Entretanto, el sacerdote estaba en el umbral de la puerta con los seiscientos hombres armados. Aquellos, pues, que habían entrado en la casa de Micá, se apropiaron de la imagen, el efod, los terafim y el ídolo de fundición. El sacerdote les dijo: —Pero ¿qué estáis haciendo? Le contestaron: —Calla, cierra la boca y ven con nosotros. Serás nuestro padre y nuestro sacerdote. ¿O prefieres ser sacerdote de la casa de un particular a ser sacerdote de una tribu y de un clan de Israel? Se alegró con ello el corazón del sacerdote, tomó el efod, los terafim y la imagen y se fue en medio de la tropa. Reemprendieron el camino, colocando en cabeza a las mujeres, los niños, los rebaños y los objetos de valor. Estaban ya lejos de la casa de Micá, cuando los de las casas vecinas a la casa de Micá dieron la alarma y salieron en persecución de los danitas. Al oír los gritos de los perseguidores, los danitas miraron hacia atrás y dijeron a Micá: —¿Qué te sucede? ¿Por qué gritas así? Respondió: —Me habéis quitado mi dios, el que yo me había hecho, y me habéis arrebatado a mi sacerdote. Os marcháis sin dejarme nada y encima me decís: «¿Qué te sucede?». Los danitas le contestaron: —Calla de una vez, no sea que algunos de los nuestros pierdan la paciencia y arremetan contra vosotros, con lo que tú y tu familia perderíais la vida. Los danitas siguieron su camino. Micá, por su parte, viendo que eran más fuertes, se volvió a su casa. Los danitas tomaron el dios que Micá se había fabricado, junto con su sacerdote, y marcharon contra Lais, pueblo pacífico y confiado. Pasaron a cuchillo a la población e incendiaron la ciudad. Nadie vino en su ayuda, porque estaba lejos de Sidón y no tenía relaciones con los arameos. Lais estaba situada en el valle que se extiende hacia Bet Rejob. Los danitas reconstruyeron la ciudad, se establecieron en ella, y le pusieron el nombre de Dan, en recuerdo de su antepasado Dan, hijo de Israel. Antiguamente la ciudad se llamaba Lais. Construyeron también un altar en honor de la imagen, y Jonatán, hijo de Guersón, hijo de Moisés, y después de él sus descendientes actuaron como sacerdotes en la tribu de Dan hasta el tiempo de la deportación del país. Rindieron culto a la imagen que se había fabricado Micá y que permaneció allí mientras estuvo en Siló la casa de Dios.
JUECES 18:1-31 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
En aquella época aún no había rey en Israel. La tribu de Dan tampoco tenía un territorio propio, así que todavía andaba buscando dónde establecerse. Por eso los de Dan mandaron desde Sorá y Estaol a cinco de sus hombres más valientes, para que reconociesen y explorasen la región. Estos cinco fueron a los montes de Efraín, y llegaron a casa de Micaías, donde se quedaron a pasar la noche. Ya cerca de la casa de Micaías, reconocieron el modo de hablar del joven levita, y fueron a preguntarle: –¿Quién te ha traído acá? ¿Por qué estás en este lugar? ¿Qué buscas aquí? El levita les contó el trato que Micaías había hecho con él, y cómo le había contratado para que fuera su sacerdote. Entonces ellos le dijeron: –Consulta a Dios, para saber si nos va a ir bien en este viaje. El sacerdote levita les contestó: –Id tranquilos, que el Señor os protegerá por dondequiera que vayáis. De allí, los cinco espías se fueron a Lais. La gente de esta ciudad vivía confiada, como acostumbraban los sidonios; vivían tranquilos y en paz, sin que nadie los molestara para nada y sin que nada les faltara. Estaban lejos de los sidonios y no tenían relaciones con nadie. Entonces los cinco espías volvieron a Sorá y Estaol, donde estaban sus compañeros, que les preguntaron: –¿Cómo os fue? Ellos respondieron: –Hemos recorrido esa región y encontramos que la tierra es magnífica. ¡En marcha! ¡Vamos a atacarlos! ¡No os quedéis ahí sentados, sin hacer nada! ¡Hay que ir a conquistar esa tierra! Al llegar allá, os vais a encontrar con gente confiada y que tiene mucha tierra, a la que no le falta nada. Dios os dará posesión de ella. Seiscientos hombres de la tribu de Dan salieron de Sorá y de Estaol bien armados, llegaron a Judá y acamparon allí, al oeste de Quiriat-jearim, en el lugar que ahora se llama Campamento de Dan. De allí fueron a los montes de Efraín, y llegaron a la casa de Micaías. Entonces los cinco espías que habían explorado la región de Lais dijeron a sus compañeros: –¿Sabéis una cosa? En esta casa hay un efod y dioses familiares, y un ídolo tallado y recubierto de plata. ¿Qué pensáis hacer? Entonces los espías se apartaron de los demás y fueron a casa del joven levita, es decir, a la casa de Micaías, y le saludaron. Mientras tanto, los seiscientos soldados danitas bien armados esperaban a la puerta. Los cinco espías entraron antes en la casa y tomaron el ídolo tallado y recubierto de plata, y el efod y los dioses familiares, mientras el sacerdote se quedaba a la puerta con los seiscientos soldados. Al ver el sacerdote que los cinco entraban en casa de Micaías y tomaban el ídolo, el efod y los dioses familiares, les dijo: –¿Qué estáis haciendo? Ellos le contestaron: –¡Cállate y ven con nosotros! ¡Queremos que nos sirvas como sacerdote y que seas como un padre para nosotros! ¿No te parece que es mejor ser sacerdote de toda una tribu de Israel, que de la familia de un solo hombre? Esto le gustó al sacerdote, y tomando el ídolo, el efod y los dioses familiares, se fue con los danitas, los cuales se pusieron nuevamente en marcha, con los niños, el ganado y sus posesiones al frente. Ya habían caminado bastante, cuando Micaías y sus vecinos se juntaron y salieron a perseguirlos. Al oir los gritos de los que les perseguían, los danitas se volvieron y preguntaron a Micaías: –¿Qué te pasa? ¿Por qué nos gritas tanto? Micaías les respondió: –Así que os lleváis mis dioses, que yo había hecho, y os lleváis también a mi sacerdote, y me dejáis sin nada, ¿y todavía os atrevéis a preguntarme qué me pasa? Pero los danitas le contestaron: –No nos levantes la voz, no sea que algunos de los nuestros pierdan la paciencia y te ataquen, y acabéis perdiendo la vida tú y tus familiares. Al ver Micaías que ellos eran muchos, regresó a su casa; pero los danitas siguieron su camino con las cosas que Micaías había hecho, y con su sacerdote, y llegaron hasta Lais. Allí la gente estaba tranquila y confiada, de modo que los danitas mataron a todos a filo de espada y quemaron la ciudad. Como la ciudad estaba lejos de Sidón y no tenía relaciones con nadie, no hubo quien la defendiera. Estaba en el valle que pertenece a Bet-rehob. Después los danitas reconstruyeron la ciudad y se quedaron a vivir en ella. Aunque antes se llamaba Lais, ellos la llamaron Dan, en honor de su antepasado del mismo nombre, que era hijo de Israel. Allí los danitas colocaron el ídolo tallado, para adorarlo, y su sacerdote fue Jonatán, hijo de Guersón y nieto de Moisés. Después los descendientes de Jonatán fueron sacerdotes de los danitas, hasta el exilio. Allí estuvo entre ellos el ídolo que Micaías había hecho, todo el tiempo que el santuario del Señor estuvo en Siló.
JUECES 18:1-31 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
En aquella época no había rey en Israel, y la tribu de Dan andaba buscando un territorio propio donde establecerse, porque hasta ese momento no había recibido la parte que le correspondía de entre las tribus de Israel. Desde Zora y Estaol los danitas enviaron a cinco de sus hombres más valientes, para que espiaran la tierra y la exploraran. Les dijeron: «Id, explorad la tierra». Los hombres entraron en la región montañosa de Efraín y llegaron hasta la casa de Micaías, donde pasaron la noche. Cuando estaban cerca de la casa de Micaías, reconocieron la voz del joven levita; así que entraron allí y le preguntaron: ―¿Quién te trajo aquí? ¿Qué haces en este lugar? ¿Qué buscas aquí? El joven les contó lo que Micaías había hecho por él, y dijo: ―Me ha contratado, y soy su sacerdote. Le dijeron: ―Te rogamos que consultes a Dios para que sepamos si vamos a tener éxito en nuestro viaje. El sacerdote les respondió: ―Id en paz. Vuestro viaje tiene la aprobación del SEÑOR. Los cinco hombres se fueron y llegaron a Lais, donde vieron que la gente vivía segura, tranquila y confiada, tal como vivían los sidonios. Gozaban de prosperidad y no les faltaba nada. Además, vivían lejos de los sidonios y no se relacionaban con nadie más. Cuando volvieron a Zora y Estaol, sus hermanos les preguntaron: ―¿Cómo os fue? Ellos respondieron: ―¡Subamos, ataquémoslos! Hemos visto que la tierra es excelente. ¿Qué pasa? ¿Os vais a quedar ahí, sin hacer nada? No dudéis un solo instante en marchar allí y apoderaros de ella. Cuando lleguéis allí, encontraréis a un pueblo confiado y una tierra espaciosa que Dios ha entregado en vuestras manos. Sí, es una tierra donde no hace falta absolutamente nada. Entonces partieron de Zora y Estaol seiscientos danitas armados para la batalla. Subieron y acamparon cerca de Quiriat Yearín en Judá. Por eso hasta el día de hoy el sector oeste de Quiriat Yearín se llama Majané Dan. Desde allí cruzaron hasta la región montañosa de Efraín, y llegaron a la casa de Micaías. Entonces los cinco hombres que habían explorado la tierra de Lais les dijeron a sus hermanos: ―¿Sabéis que una de esas casas tiene un efod, algunos dioses domésticos, una imagen tallada y un ídolo de fundición? Ahora bien, vosotros sabréis qué hacer. Ellos se acercaron hasta allí, y entraron en la casa del joven levita, que era la misma de Micaías, y lo saludaron amablemente. Los seiscientos danitas armados para la batalla se quedaron haciendo guardia en la entrada de la puerta. Los cinco hombres que habían explorado la tierra entraron y tomaron la imagen tallada, el efod, los dioses domésticos y el ídolo de fundición. Mientras tanto, el sacerdote y los seiscientos hombres armados para la batalla permanecían a la entrada de la puerta. Cuando aquellos hombres entraron en la casa de Micaías y tomaron la imagen tallada, el efod, los dioses domésticos y el ídolo de fundición, el sacerdote les preguntó: ―¿Qué estáis haciendo? Ellos le respondieron: ―¡Silencio! No digas ni una sola palabra. Ven con nosotros, y serás nuestro padre y sacerdote. ¿No crees que es mejor ser sacerdote de toda una tribu y de un clan de Israel que de la familia de un solo hombre? El sacerdote se alegró. Tomó el efod, los dioses domésticos y la imagen tallada, y se fue con esa gente. Ellos, poniendo por delante a sus niños, su ganado y sus bienes, se volvieron y partieron. Cuando ya se habían alejado de la casa de Micaías, los hombres que vivían cerca de Micaías se reunieron y dieron alcance a los danitas. Como gritaban tras ellos, los danitas se dieron vuelta y le preguntaron a Micaías: ―¿Qué te sucede, que has convocado a tu gente? Micaías les respondió: ―Vosotros os llevasteis mis dioses, que yo mismo hice, y también os llevasteis a mi sacerdote y luego os fuisteis. ¿Qué más me queda? ¡Y todavía os atrevéis a preguntarme qué me sucede! Los danitas respondieron: ―No nos levantes la voz, no sea que algunos de los nuestros pierdan la cabeza y os ataquen a vosotros, y tú y tu familia perdáis la vida. Y así los danitas siguieron su camino. Micaías, viendo que eran demasiado fuertes para él, se dio la vuelta y regresó a su casa. Así fue como los danitas se adueñaron de lo que había hecho Micaías, y también de su sacerdote, y marcharon contra Lais, un pueblo tranquilo y confiado; mataron a sus habitantes a filo de espada, y quemaron la ciudad. No hubo nadie que los librara, porque vivían lejos de Sidón y no se relacionaban con nadie más. La ciudad estaba situada en un valle cercano a Bet Rejob. Después los mismos danitas reconstruyeron la ciudad y se establecieron allí. La llamaron Dan en honor a su antepasado del mismo nombre, que fue hijo de Israel, aunque antes la ciudad se llamaba Lais. Allí erigieron para sí la imagen tallada, y Jonatán, hijo de Guersón y nieto de Moisés, y sus hijos fueron sacerdotes de la tribu de Dan hasta el tiempo del exilio. Instalaron la imagen tallada que había hecho Micaías, y allí quedó todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Siló.