ISAÍAS 36:11-22
ISAÍAS 36:11-22 Reina Valera 2020 (RV2020)
Entonces dijeron Eliaquim, Sebna y Joa al copero mayor: —Te rogamos que hables a tus siervos en arameo, porque nosotros lo entendemos; y no hables con nosotros en la lengua de Judá, porque lo oye el pueblo que está en las murallas. Dijo el copero mayor: —¿Acaso me envió mi señor a comunicar este mensaje solo a ti y a tu señor? También he de transmitirlo a los hombres que están en las murallas, que pronto van a tener que comerse sus propios excrementos y beber su propia orina, igual que vosotros. Entonces, el copero mayor se puso en pie y gritó a gran voz en la lengua de Judá: —¡Oíd las palabras del gran rey, el rey de Asiria! El rey dice así: «No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar. Ni os haga Ezequías confiar en el Señor, cuando diga: “Ciertamente, el Señor nos librará; no será entregada esta ciudad en manos del rey de Asiria”. ¡No escuchéis a Ezequías!, porque así dice el rey de Asiria: “Haced la paz conmigo y rendíos a mí; y coma cada uno de su viña, cada uno de su higuera, y beba cada cual las aguas de su pozo, hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan y de viñas”. Mirad que no os engañe Ezequías ni os diga: “El Señor nos librará”. ¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de manos del rey de Asiria? ¿Dónde está el dios de Hamat y de Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvaim? ¿Libraron ellos a Samaria de mis manos? ¿Qué dios entre los dioses de esos países pudo librar de mi mano a su país, como para que el Señor libre de mi mano a Jerusalén?». Pero ellos callaron, no le respondieron palabra, porque el rey así lo había mandado: «No le respondáis». Entonces, Eliaquim hijo de Hilcías, el mayordomo; Sebna, el escriba, y Joa hijo de Asaf, el canciller, vinieron a Ezequías, rasgados sus vestidos, y le contaron lo que había dicho el copero mayor.
ISAÍAS 36:11-22 La Palabra (versión española) (BLP)
Eliaquín, Sobná y Joaj respondieron al copero mayor: —Por favor, háblanos en arameo, que lo entendemos. No nos hables en hebreo delante de la gente que está en las murallas. Contestó el copero mayor: —¿Acaso me ha enviado mi señor a comunicar este mensaje solo a tu señor y a ti? También he de transmitirlo a la gente que está en la muralla, que acabará comiendo sus propios excrementos y bebiendo su propia orina junto contigo. Entonces el copero mayor se puso en pie y les dijo en hebreo a voz en grito: —Escuchad el mensaje del emperador, rey de Asiria; que dice esto: «No os dejéis engañar por Ezequías, pues no podrá libraros de mi mano. Que Ezequías no os haga confiar en el Señor, diciendo: “Estoy convencido de que el Señor nos salvará y no entregará esta ciudad en poder del rey de Asiria”. No hagáis caso a Ezequías, pues esto dice el rey de Asiria: “Haced la paz conmigo y rendíos a mí; de esta manera cada cual podrá seguir comiendo los frutos de su parra y de su higuera; y podrá seguir bebiendo agua de su pozo, hasta que yo vaya en persona y os lleve a una tierra como la vuestra, una tierra de grano y de mosto, una tierra de mieses y viñas”. Que no os engañe Ezequías diciendo que el Señor os librará. ¿Acaso los dioses de otras naciones las han podido librar del poder del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arpad? ¿Dónde los dioses de Sefarváin? ¿Acaso fueron capaces de librar a Samaría de mi poder? Si ninguno de los dioses de esos países pudo librarlos de mi ataque, ¿pensáis que el Señor podrá librar a Jerusalén?». Ellos callaron, sin responder palabra, pues el rey había ordenado que no le respondieran. Entonces el mayordomo de palacio Eliaquín, hijo de Jelcías, junto con el secretario Sobná y el canciller Joaj, hijo de Asaf, se presentaron ante Ezequías con las ropas rasgadas y le transmitieron el mensaje del copero mayor.
ISAÍAS 36:11-22 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Eliaquim, Sebná y Joah respondieron al oficial asirio: –Por favor, háblanos en arameo, pues nosotros lo entendemos. No nos hables en hebreo, pues toda la gente que hay en la muralla está escuchando. Pero el oficial asirio dijo: –No fue a tu amo, ni a vosotros, a quienes el rey de Asiria me mandó que dijera esto. Fue precisamente a la gente que está sobre la muralla, pues ellos, lo mismo que vosotros, tendrán que comerse su propio estiércol y beberse sus propios orines. Entonces el oficial, de pie, gritó muy fuerte en hebreo: –Oíd lo que os dice el gran rey, el rey de Asiria: ‘No os dejéis engañar por Ezequías; él no puede salvaros.’ Si Ezequías quiere convenceros de que confiéis en el Señor, y os dice: ‘El Señor ciertamente nos salvará; no permitirá que esta ciudad caiga en poder del rey de Asiria’, no le hagáis caso. El rey de Asiria me manda a deciros que hagáis las paces con él, y que os rindáis, y así cada uno podrá comer del producto de su viña y de su higuera, y beber el agua de su propia cisterna. Después os llevará a un país parecido al vuestro, un país de trigales y viñedos, para hacer pan y vino. Aunque Ezequías os diga que el Señor va a salvaros, no os dejéis engañar. ¿Acaso alguno de los dioses de los otros pueblos pudo salvar a su país del poder del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Hamat y de Arpad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvaim? ¿Acaso pudieron salvar del poder de Asiria a Samaria? ¿Cuál de todos los dioses de esos países pudo salvar a su nación del poder del rey de Asiria? ¿Por qué pensáis que el Señor puede salvar a Jerusalén? Ellos se quedaron callados y no le respondieron ni una palabra, porque el rey había ordenado que no respondieran. Entonces, afligidos, Eliaquim, mayordomo de palacio; Sebná, cronista, y Joah, secretario del rey, se rasgaron la ropa y se fueron a ver a Ezequías para contarle lo que había dicho el comandante asirio.
ISAÍAS 36:11-22 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Eliaquín, Sebna y Joa le dijeron al comandante en jefe: ―Por favor, habla a tus siervos en arameo, ya que lo entendemos. No nos hables en hebreo, que el pueblo que está sobre el muro nos escucha. Pero el comandante en jefe respondió: ―¿Acaso mi señor me envió a deciros estas cosas solo a ti y a tu señor, y no a los que están sentados en el muro? ¡Si tanto ellos como vosotros tendréis que comer vuestro excremento y beber vuestra orina! Dicho esto, el comandante en jefe se puso de pie y a voz alta gritó en hebreo: ―¡Oíd las palabras del gran rey, el rey de Asiria! Así dice el rey: “No os dejéis engañar por Ezequías. ¡Él no puede libraros! No dejéis que Ezequías os persuada a confiar en el SEÑOR, diciendo: ‘Sin duda el SEÑOR nos librará; ¡esta ciudad no caerá en manos del rey de Asiria!’ ” »No hagáis caso a Ezequías. Así dice el rey de Asiria: “Haced las paces conmigo, y rendíos. De este modo cada uno podrá comer de su vid y de su higuera, y beber agua de su propio pozo, hasta que yo venga y os lleve a un país como el vuestro, país de grano y de mosto, de pan y de viñedos”. »No os dejéis seducir por Ezequías cuando dice: “El SEÑOR nos librará”. ¿Acaso alguno de los dioses de las naciones pudo librar a su país de las manos del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arfad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvayin? ¿Acaso libraron a Samaria de mis manos? ¿Cuál de todos los dioses de estos países ha podido salvar de mis manos a su país? ¿Cómo entonces podrá el SEÑOR librar de mis manos a Jerusalén?» Pero el pueblo permaneció en silencio y no respondió ni una sola palabra, porque el rey había ordenado: «No le respondáis». Entonces Eliaquín hijo de Jilquías, administrador del palacio, el cronista Sebna y el secretario Joa hijo de Asaf, con las vestiduras rasgadas en señal de duelo, fueron a ver a Ezequías y le contaron lo que había dicho el comandante en jefe.