HEBREOS 6:1-20
HEBREOS 6:1-20 La Palabra (versión española) (BLP)
En consecuencia, demos por sabido lo que se refiere al abecé de la doctrina cristiana y ocupémonos de lo que es propio de adultos. No es cuestión de volver a insistir en cosas tan fundamentales como la renuncia a una vida de pecado, la fe en Dios, la doctrina sobre los ritos bautismales, la imposición de las manos, la resurrección de los muertos y el juicio que decidirá nuestro destino eterno. Este es el plan que, con la ayuda de Dios, vamos a seguir. Es imposible, en efecto, que quienes fueron un día iluminados, saborearon el don celestial, participaron del Espíritu Santo, gustaron la dulzura del mensaje divino y experimentaron las maravillas del mundo futuro, y a pesar de ello apostataron, puedan de nuevo convertirse y renovarse. Lo que hacen es crucificar otra vez en sí mismos al Hijo de Dios y exponerlo a público escarnio. Y es que cuando la tierra embebe la lluvia que cae insistentemente sobre ella y produce plantas útiles a quienes la cultivan, es una tierra que ha recibido la bendición de Dios. Pero si no produce más que cardos y espinas, es una tierra baldía, a un paso de ser maldecida, y acabará siendo pasto de las llamas. A pesar de hablaros en este tono, estamos seguros, hermanos queridos, que vais por buen camino en lo que respecta a la salvación. Porque no es injusto Dios como para olvidarse de vuestros afanes y del amor que, en atención a él, habéis derrochado y seguís derrochando al servicio de los creyentes. Solo quisiéramos pediros una cosa: que no deis tregua a vuestro empeño hasta que la esperanza se convierta por fin en plena realidad. Y no seáis perezosos; antes bien, imitad a quienes, mediante la fe y la constancia, están a punto de heredar las promesas divinas. En efecto, cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, al no tener otro más grande por quien jurar, juró por sí mismo diciendo: Te colmaré de bendiciones y haré innumerable tu descendencia. Abrahán, por su parte, gracias a su paciente esperanza, alcanzó la promesa. Los hombres, cuando juran, lo hacen por uno superior a ellos y, una vez interpuesto el juramento como garantía, ya no hay más que discutir. Igualmente, queriendo Dios asegurar a los herederos de la promesa que su decisión era irrevocable, interpuso un juramento. Ofrecía así dos garantías, ambas irrevocables, porque Dios no puede engañar, y proporcionaba un poderoso consuelo a quienes se refugiaban en él para mantener la esperanza a que estamos destinados. Una esperanza que es para nuestra vida como un ancla firme y segura, y que penetra hasta lo más interior del santuario, adonde, abriéndonos camino, ya ha entrado Jesús, constituido sumo sacerdote para siempre según el rango de Melquisedec.
HEBREOS 6:1-20 Reina Valera 2020 (RV2020)
Por tanto, dejemos a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, y avancemos hacia la perfección. No es cuestión de volver a cosas básicas, tales como el arrepentirnos de las obras que nos llevan a la muerte, o la fe en Dios, o las enseñanzas acerca del bautismo, o la imposición de manos, o la resurrección de los muertos y el juicio eterno. Todo esto haremos, si efectivamente Dios lo permite. Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados, gustaron del don celestial, fueron hechos partícipes del Espíritu Santo y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y que aún así volvieron a caer, es imposible que estos sean otra vez renovados para arrepentimiento, y crucifiquen de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y lo expongan a la burla. Cuando la tierra bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce buena vegetación para los que la cultivan, recibe la bendición de Dios. Pero la que produce espinos y abrojos no tiene ningún valor, su maldición está próxima y terminará siendo quemada. Pero aunque hemos hablado así, amados hermanos, con respecto a vosotros estamos convencidos de cosas mejores, en relación con la salvación. Porque Dios es justo y no olvidará vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado en su nombre al haber servido, y seguir sirviendo, a los creyentes. Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre el mismo afán hasta el final, hasta que vuestra esperanza se realice plenamente. No os hagáis perezosos, sino más bien imitad a aquellos que, por la fe y la paciencia, heredan las promesas. Cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, al no poder jurar por otro mayor, juró por sí mismo con estas palabras: Ciertamente te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente . Y como Abrahán esperó con paciencia, alcanzó la promesa. Los hombres juran por uno mayor que ellos; y lo que se confirma a través de un juramento no admite más discusión. Por eso, como Dios quería demostrar plenamente a los herederos de la promesa que su decisión era inmutable, la garantizó con un juramento, para que por dos cosas que no cambian, y en las que Dios no puede mentir, tengamos un poderoso consuelo los que hemos buscado refugio y nos hemos aferrado a la esperanza que se nos ha ofrecido. Una esperanza que tenemos como ancla segura y firme de nuestra vida, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.
HEBREOS 6:1-20 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Así que sigamos adelante hasta llegar a ser adultos, dejando atrás las primeras enseñanzas acerca de Cristo. No volvamos otra vez a asuntos elementales, como la conversión y el abandono de las obras que llevan a la muerte, o como la fe en Dios, las enseñanzas sobre el bautismo, el imponer las manos a los creyentes, la resurrección de los muertos y el juicio eterno. Es lo que haremos, si Dios lo permite. Porque a los que una vez recibieron la luz, y saborearon el don de Dios, y tuvieron parte en el Espíritu Santo y saborearon el buen mensaje de Dios y el poder del mundo venidero, si caen de nuevo no se les puede hacer volver a Dios, porque ellos mismos están crucificando otra vez al Hijo de Dios y exponiéndolo a la burla de todos. Son como la tierra empapada de la lluvia que la riega: si da una cosecha útil a quienes la trabajan, recibe la bendición de Dios; pero si da espinos y cardos, no sirve para nada, sino que cae bajo la maldición de Dios y finalmente será quemada. Pero aunque hablamos así, queridos hermanos, estamos seguros de que vosotros os encontráis en el primer caso, es decir, en camino de salvación. Porque Dios es justo y no olvidará lo que habéis hecho y el amor que le habéis mostrado al ayudar a los hermanos en la fe, como aún lo estáis haciendo. Pero deseamos que cada uno de vosotros siga mostrando hasta el fin ese mismo entusiasmo, para que se realice completamente vuestra esperanza. No queremos que os volváis perezosos, sino que sigáis el ejemplo de quienes por medio de la fe y la constancia están recibiendo la herencia que Dios les ha prometido. Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, juró por su propia vida porque no había otro superior a él por quien jurar, y dijo: “Sí, yo te bendeciré mucho y haré que tu descendencia sea numerosa.” Abraham esperó con paciencia y recibió lo que Dios le había prometido. Cuando los hombres hacen un juramento, lo hacen por alguien superior a ellos mismos; y cuando garantizan algo mediante un juramento, ya no queda nada por discutir. Pues bien, Dios quiso mostrar claramente a quienes habían de recibir la herencia que él les prometía, que estaba dispuesto a cumplir la promesa sin cambiar nada de ella. Por eso garantizó su promesa mediante el juramento. De estas dos cosas que no pueden cambiarse y en las que Dios no puede mentir, recibimos un firme consuelo quienes hemos buscado la protección de Dios y hemos confiado en la esperanza que él nos ha dado. Esta esperanza mantiene firme y segura nuestra alma, lo mismo que el ancla mantiene firme el barco. Es una esperanza que ha penetrado hasta detrás del velo en el templo celestial, donde antes entró Jesús para abrirnos camino, llegando él así a ser sumo sacerdote para siempre, de la misma clase que Melquisedec.
HEBREOS 6:1-20 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Por eso, dejando a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez. No volvamos a poner los fundamentos, tales como el arrepentimiento de las obras que conducen a la muerte, la fe en Dios, la instrucción sobre bautismos, la imposición de manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno. Así procederemos, si Dios lo permite. Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado. Es imposible, porque así vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública. Cuando la tierra bebe la lluvia que con frecuencia cae sobre ella, y produce una buena cosecha para los que la cultivan, recibe bendición de Dios. En cambio, cuando produce espinos y cardos, no vale nada; está a punto de ser maldecida y acabará por ser quemada. En cuanto a vosotros, queridos hermanos, aunque nos expresamos así, estamos seguros de que os espera lo mejor, es decir, lo que atañe a la salvación. Porque Dios no es injusto como para olvidarse de las obras y del amor que, para su gloria, vosotros habéis mostrado sirviendo a los santos, como lo seguís haciendo. Deseamos, sin embargo, que cada uno de vosotros siga mostrando ese mismo empeño hasta la realización final y completa de su esperanza. No seáis perezosos; más bien, imitad a quienes por su fe y paciencia heredan las promesas. Cuando Dios hizo su promesa a Abraham, como no tenía a nadie superior por quien jurar, juró por sí mismo y dijo: «Te bendeciré en gran manera y multiplicaré tu descendencia». Y así, después de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que Dios le había prometido. Los seres humanos juran por alguien superior a ellos mismos, y el juramento, al confirmar lo que se ha dicho, pone punto final a toda discusión. Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que su propósito es inmutable, la confirmó con un juramento. Lo hizo así para que, mediante la promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un estímulo poderoso los que, buscando refugio, nos aferramos a la esperanza que está delante de nosotros. Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.