ÉXODO 9:1-35
ÉXODO 9:1-35 Reina Valera 2020 (RV2020)
Entonces el Señor dijo a Moisés: —Preséntate ante Faraón, y dile: «El Señor, el Dios de los hebreos, dice así: Deja ir a mi pueblo para que me sirva, porque si no lo dejas ir, y lo detienes, la mano del Señor caerá con una terrible plaga sobre el ganado que está en los campos: sobre caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas. Pero el Señor hará distinción entre los ganados de Israel y los de Egipto, de modo que no muera nada de lo que es de los hijos de Israel». El Señor había fijado el plazo, y dijo Moisés: —Mañana hará el Señor esto en la tierra. Al día siguiente el Señor hizo aquello, y murió todo el ganado de Egipto; pero del ganado de los hijos de Israel no murió ni un solo animal. Cuando Faraón mandó evaluar los daños, comprobó que del ganado de los israelitas no había muerto ni un solo animal. Pero el corazón de Faraón se endureció, y no dejó ir al pueblo. Entonces el Señor dijo a Moisés y a Aarón: —Tomad puñados de ceniza de un horno, y que Moisés los esparza por el aire en presencia de Faraón. Se convertirá en polvo sobre toda la tierra de Egipto, y producirá sarpullido con úlceras en la gente y en las bestias por todo el país de Egipto. Ellos tomaron ceniza del horno y se pusieron delante de Faraón; la esparció Moisés hacia el cielo, y hubo sarpullido que produjo úlceras tanto en la gente como en las bestias. Ni los hechiceros podían permanecer delante de Moisés a causa del sarpullido, pues ellos mismos tenían sarpullido, como todos los egipcios. Pero el Señor endureció el corazón de Faraón, y no les hizo caso, tal como el Señor lo había dicho a Moisés. Luego el Señor dijo a Moisés: —Levántate de mañana, y preséntate ante Faraón y dile: «El Señor, el Dios de los hebreos, dice así: Deja ir a mi pueblo, para que me sirva, porque yo enviaré esta vez todas mis plagas sobre tu corazón, sobre tus siervos y sobre tu pueblo, para que entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra. Por tanto, ahora yo extenderé mi mano para herirte a ti y a tu pueblo con una plaga, y desaparecerás de la tierra. A decir verdad, yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra. ¿Todavía te opones a mi pueblo y no lo dejas ir? Mañana, a esta hora, yo haré llover un granizo muy pesado, como nunca antes lo hubo desde que Egipto se fundó hasta ahora. Envía, pues, a recoger tu ganado y todo lo que tienes en el campo, porque todo hombre o animal que se halle en el campo y no sea recogido en casa, el granizo caerá sobre él y morirá». De los siervos de Faraón, el que tuvo temor de la palabra del Señor recogió a sus criados y a su ganado en casa, pero el que no puso en su corazón la palabra del Señor, dejó a sus criados y a su ganado en el campo. Entonces el Señor dijo a Moisés: —Extiende tu mano hacia el cielo, para que caiga granizo en toda la tierra de Egipto sobre los hombres, sobre las bestias y sobre toda la hierba del campo en el país de Egipto. Moisés extendió su vara hacia el cielo, y el Señor hizo que tronara y granizara, y que cayera fuego sobre la tierra. El Señor hizo llover granizo sobre la tierra de Egipto. Hubo, pues, granizo, y fuego mezclado con el granizo. Desde la fundación de Egipto no se vio jamás una granizada tan violenta. Aquel granizo hirió en toda la tierra de Egipto cuanto había en el campo, así hombres como bestias; también destrozó el granizo toda la hierba del campo, y desgajó todos los árboles del país. Únicamente la tierra de Gosén, donde estaban los hijos de Israel, se libró del granizo. Entonces Faraón envió a llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: —Reconozco que esta vez he pecado. La culpa es mía y de mi pueblo, no del Señor que es justo. Orad al Señor para que cesen esos ensordecedores truenos y el granizo. Yo os dejaré marchar y no os retendré más. Moisés le respondió: —Tan pronto salga yo de la ciudad, extenderé mis manos al Señor; los truenos cesarán y no habrá más granizo, para que sepas que del Señor es la tierra. Pero yo sé que ni tú ni tus siervos temeréis todavía la presencia de Dios el Señor. El lino, pues, y la cebada fueron destrozados, porque la cebada estaba ya espigada, y el lino en caña. Pero el trigo y el centeno no fueron destrozados, porque eran tardíos. Cuando Moisés salió de la presencia de Faraón, fuera de la ciudad, extendió sus manos al Señor, y cesaron los truenos y el granizo, y la lluvia dejó de caer sobre la tierra. Al ver Faraón que la lluvia, el granizo y los truenos habían cesado, se obstinó en pecar, y endurecieron su corazón él y sus siervos. Se endureció el corazón de Faraón, y no dejó ir a los hijos de Israel, tal como el Señor lo había dicho por medio de Moisés.
ÉXODO 9:1-35 La Palabra (versión española) (BLP)
El Señor dijo a Moisés: —Preséntate ante el faraón y dile: «Esto dice el Señor, Dios de los hebreos: Deja salir a mi pueblo para que me rinda culto. Si te resistes a dejarlo salir y continúas reteniéndolo por la fuerza, el poder divino dañará el ganado de tus campos: caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas. Habrá una epidemia terrible». Pero el Señor hará distinción entre el ganado de los israelitas y el de los egipcios: ninguna res israelita perecerá. El Señor fijó un plazo diciendo: —Mañana llevaré a cabo esta amenaza contra Egipto. Y, en efecto, al día siguiente, el Señor cumplió su palabra: murió todo el ganado de los egipcios, pero del ganado de los israelitas no murió ni un solo animal. Cuando el faraón mandó evaluar los daños, comprobó que del ganado de los israelitas no había muerto ni un solo animal. A pesar de ello, el faraón siguió mostrándose intransigente y no permitió salir al pueblo. El Señor dijo a Moisés y Aarón: —Tomad ceniza de horno, y que Moisés la esparza por el aire en presencia del faraón. La ceniza se extenderá por todo el país como una polvareda y en todo Egipto producirá úlceras purulentas en personas y animales. Recogieron ceniza de horno, la esparció Moisés por el aire en presencia del faraón y tanto personas como animales se cubrieron de llagas purulentas. Los magos no pudieron enfrentarse a Moisés porque les habían salido llagas al igual que a todos los egipcios. Pero el Señor hizo que el faraón se mantuviera intransigente, sin hacer caso a Moisés y Aarón, como ya había predicho el Señor a Moisés. El Señor dijo a Moisés: —Mañana, bien temprano, preséntate ante el faraón y dile: «Esto dice el Señor, Dios de los hebreos: Deja que mi pueblo salga a rendirme culto, porque si no, voy a desencadenar esta vez sobre ti, sobre tus cortesanos y sobre todo tu pueblo, todas mis plagas. De este modo aprenderás que no hay nadie que se me parezca en toda la tierra. Yo podría haber usado mi poder para herirte a ti y a los tuyos con la peste, y habríais desaparecido de la tierra; pero te he preservado la vida para mostrarte mi poder y para que todo el mundo me conozca ¿Y todavía te resistes a dejar salir a mi pueblo? ¡Pues mira! Mañana a esta hora haré caer una granizada tan recia, como no se vio nunca en Egipto, desde su fundación hasta hoy. Así que pon a resguardo tu ganado y cuanto tienes en el campo, porque la persona o animal que quede fuera sin ponerse a resguardo, será víctima de la granizada que le caerá encima». Los cortesanos del faraón que tomaron en serio la amenaza del Señor, resguardaron bajo techo a sus siervos y al ganado; pero hubo otros que no dieron crédito a la amenaza y dejaron a sus siervos y ganados en el campo. Y el Señor dijo a Moisés: —Alza tu mano hacia el cielo, para que caiga granizo por todo el país de Egipto, sobre personas, animales y sobre los campos sembrados. Moisés alzó su vara hacia el cielo, y el Señor desató una tormenta con truenos y granizo. Cayeron rayos sobre la tierra, y el Señor hizo que granizara en todo Egipto. Caían los granizos y rayos mezclados con el granizo. Desde la fundación de Egipto no se vio jamás una granizada tan violenta. Aquel granizo destrozó en todo el país de Egipto cuanto se encontraba en el campo —personas y animales—, machacó toda la vegetación y tronchó los árboles. Únicamente el territorio de Gosen, donde vivían los israelitas, se libró del granizo. Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y Aarón para decirles: —Reconozco que esta vez he pecado. La culpa es mía y de mi pueblo, no del Señor que es justo. Suplicad al Señor que cesen los potentes truenos y el granizo y no os retendré más. Esta vez os dejaré salir. Moisés le respondió: —En cuanto salga de la ciudad, alzaré mis manos al Señor; los truenos y el granizo cesarán; así reconocerás que la tierra es del Señor. Pero bien sé que ni tú ni tus cortesanos teméis todavía a Dios, el Señor. La cosecha de lino y cebada se perdió, pues la cebada estaba ya espigada y el lino en flor. En cambio, al trigo y al centeno no les afectó porque brotan más tarde. Salió Moisés de la presencia del faraón y, una vez fuera de la ciudad, alzó sus manos al Señor. El granizo y los truenos cesaron, y escampó. En cuanto el faraón vio que habían cesado la lluvia, el granizo y los truenos, volvió a pecar. No solo él, sino también sus cortesanos se volvieron intransigentes. El faraón se obstinó en no dejar salir a los israelitas, como el Señor ya había predicho por medio de Moisés.
ÉXODO 9:1-35 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Entonces el Señor dijo a Moisés: –Ve a ver al faraón y dile: ‘Así dice el Señor, el Dios de los hebreos: Deja ir a mi pueblo, para que me adore. Si no lo dejas ir, sino que lo sigues deteniendo, el Señor descargará su poder sobre tus ganados que están en el campo, y habrá una peste muy grave. Morirán los caballos, los asnos, los camellos, las vacas y las ovejas. Pero el Señor hará distinción entre los ganados de Israel y los de Egipto, para que no muera ningún animal de los israelitas.’ Además el Señor puso un plazo, pues dijo: –Yo haré esto mañana. Al día siguiente, el Señor lo hizo. Todo el ganado egipcio murió, pero del ganado israelita no murió ni un solo animal. El faraón mandó a ver el ganado de Israel, y resultó que ningún animal había muerto. Sin embargo, se puso terco y no dejó ir a los israelitas. Entonces el Señor dijo a Moisés y Aarón: –Tomad puñados de ceniza de un horno, y que arroje Moisés la ceniza a lo alto, en presencia del faraón. La ceniza se convertirá en polvo y se extenderá por todo el país, produciendo llagas en todos los hombres y animales de Egipto. Moisés y Aarón tomaron ceniza de un horno y fueron a ver al faraón. Y arrojó Moisés la ceniza a lo alto, y tanto hombres como animales quedaron cubiertos de llagas. Los magos no pudieron hacer frente a Moisés, porque ellos, como todos los egipcios, estaban cubiertos de llagas. Pero el Señor hizo que el faraón se pusiera terco y que no hiciera caso a Moisés y Aarón, tal como el Señor le había dicho a Moisés. Entonces el Señor dijo a Moisés: –Mañana levántate temprano y ve a decirle al faraón: ‘Así ha dicho el Señor, el Dios de los hebreos: Deja ir a mi pueblo, para que me adore; porque esta vez voy a enviar todas mis plagas contra ti, y contra tus funcionarios y tu gente, para que sepas que no hay otro como yo en toda la tierra. Yo podría haberte mostrado mi poder castigándote a ti y a tu pueblo con una plaga, y ya habrías desaparecido de la tierra; pero te he dejado vivir para que veas mi poder y para darme a conocer en toda la tierra. A pesar de esto, tú sigues oponiéndote a mi pueblo y no lo dejas ir. Pues bien, mañana a estas horas haré que caiga una fuerte granizada, como no ha caído otra igual en toda la historia de Egipto. Así que manda poner en lugar seguro tu ganado y todo lo que tienes en el campo, porque el granizo, al caer, matará a todos los hombres y animales que estén al aire libre y no bajo techo.’ Algunos funcionarios del faraón tuvieron miedo de la advertencia del Señor, y pusieron a sus esclavos y animales bajo techo; pero hubo otros que no la tomaron en serio, y los dejaron al aire libre. Entonces el Señor dijo a Moisés: –Levanta tu brazo hacia el cielo, para que en todo Egipto caiga granizo sobre hombres y animales, y sobre las plantas de los campos egipcios. Moisés levantó su brazo hacia el cielo, y el Señor envió truenos, rayos y granizo sobre la tierra. Hizo que granizara en todo Egipto, y el granizo y los rayos caían sin cesar. Jamás en toda la historia de Egipto había caído una granizada tan fuerte. El granizo destrozó todo lo que había en el territorio egipcio: destruyó hombres y animales, y todas las plantas del campo, y desgajó además todos los árboles del país. A pesar de eso, en la tierra de Gosen, donde vivían los israelitas, no cayó un solo granizo. Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y Aarón, y les dijo: –Reconozco que he pecado. La culpa es mía y de mi pueblo, y no del Señor. Demasiados truenos y granizo hemos tenido ya, así que no voy a deteneros más. Pedidle al Señor por nosotros, y yo os dejaré ir. Moisés le contestó: –Tan pronto como yo salga de la ciudad, levantaré mis manos en oración al Señor. Entonces dejará de granizar y no habrá más truenos, para que sepas que la tierra es del Señor. Pero yo sé bien que ni tú ni tus funcionarios tenéis todavía temor de Dios el Señor. Los sembrados de lino y de cebada quedaron destrozados, pues la cebada estaba ya en espiga, y el lino en flor. Pero al trigo y al centeno no les pasó nada, porque brotan más tarde. Cuando Moisés salió de la ciudad, después de haber estado con el faraón, levantó sus manos al Señor en oración. Inmediatamente dejó de granizar y de llover, y no hubo más truenos. Pero en cuanto el faraón vio que ya no llovía, ni granizaba, ni había truenos, volvió a pecar. Y no sólo él se puso terco, sino también sus funcionarios. El faraón se puso terco y no dejó ir a los israelitas, tal como el Señor lo había dicho antes por medio de Moisés.
ÉXODO 9:1-35 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
El SEÑOR le ordenó a Moisés que fuera a hablar con el faraón y le advirtiera: «Así dice el SEÑOR y Dios de los hebreos: “Deja ir a mi pueblo para que me rinda culto”. Si te niegas a dejarlos ir y sigues reteniéndolos, la mano del SEÑOR provocará una terrible plaga entre los ganados que tienes en el campo, y entre tus caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas. Pero el SEÑOR hará distinción entre el ganado de Israel y el de Egipto, de modo que no morirá un solo animal que pertenezca a los israelitas». Además, el SEÑOR fijó un plazo y dijo: «Mañana yo, el SEÑOR, haré esto en el país». En efecto, al día siguiente murió todo el ganado de los egipcios, pero del ganado de los israelitas no murió ni un solo animal. Envió el faraón gente a ver los ganados de los israelitas, y se encontraron con que ni un solo animal había muerto. Sin embargo, el faraón endureció su corazón y no quiso dejar ir al pueblo. Entonces el SEÑOR les dijo a Moisés y a Aarón: «Tomad de algún horno puñados de ceniza, y que la arroje Moisés al aire en presencia del faraón. La ceniza se convertirá en polvo fino, y caerá sobre todo Egipto y abrirá úlceras en personas y animales en todo el país». Moisés y Aarón tomaron ceniza de un horno y se plantaron ante el faraón. Allí Moisés la arrojó al aire, y se abrieron úlceras purulentas en personas y animales. Los magos no pudieron enfrentarse a Moisés, pues ellos y todos los egipcios tenían úlceras. Pero el SEÑOR endureció el corazón del faraón y, tal como el SEÑOR se lo había advertido a Moisés, no quiso el faraón saber nada de Moisés ni de Aarón. El SEÑOR le ordenó a Moisés madrugar al día siguiente, y salirle al paso al faraón para advertirle: «Así dice el SEÑOR y Dios de los hebreos: “Deja ir a mi pueblo para que me rinda culto. Porque esta vez voy a enviar el grueso de mis plagas contra ti, y contra tus funcionarios y tu pueblo, para que sepas que no hay en toda la tierra nadie como yo. Si en este momento desplegara yo mi poder, y a ti y a tu pueblo os azotara con una plaga, desapareceríais de la tierra. Pero te he dejado con vida precisamente para mostrarte mi poder, y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra. Tú, sin embargo, sigues enfrentándote a mi pueblo y no quieres dejarlo ir. Por eso mañana a esta hora enviaré la peor granizada que haya caído en Egipto desde su fundación. Ordena inmediatamente que se pongan bajo techo tus ganados y todo lo que tengas en el campo, lo mismo personas que animales, porque el granizo caerá sobre los que anden al aire libre y los matará”». Algunos funcionarios del faraón temieron la palabra del SEÑOR y se apresuraron a poner bajo techo a sus esclavos y ganados, pero otros no hicieron caso de la palabra del SEÑOR y dejaron en el campo a sus esclavos y ganados. Entonces el SEÑOR le dijo a Moisés: «Levanta los brazos al cielo, para que en todo Egipto caiga granizo sobre la gente y los animales, y sobre todo lo que crece en el campo». Moisés levantó su vara hacia el cielo, y el SEÑOR hizo que cayera granizo sobre todo Egipto: envió truenos, granizo y rayos sobre toda la tierra. Llovió granizo, y con el granizo caían rayos zigzagueantes. Nunca en toda la historia de Egipto como nación hubo una tormenta peor que esta. El granizo arrasó con todo lo que había en los campos de Egipto, y con personas y animales; acabó con todos los cultivos y derribó todos los árboles. El único lugar en donde no granizó fue en la tierra de Gosén, donde estaban los israelitas. Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: ―Esta vez reconozco mi pecado. El SEÑOR ha actuado con justicia, mientras que yo y mi pueblo hemos actuado mal. No voy a deteneros más tiempo; voy a dejaros ir. Pero rogad por mí al SEÑOR, que truenos y granizo los hemos tenido de sobra. ―En cuanto yo salga de la ciudad —le contestó Moisés—, elevaré mis manos en oración al SEÑOR, y cesarán los truenos y dejará de granizar. Así sabrás que la tierra es del SEÑOR. Sin embargo, yo sé que tú y tus funcionarios aún no tenéis temor de Dios el SEÑOR. El lino y la cebada fueron destruidos, ya que la cebada estaba en espiga, y el lino en flor. Sin embargo, el trigo y la espelta no se echaron a perder porque maduran más tarde. Tan pronto como Moisés dejó al faraón y salió de la ciudad, elevó sus manos en oración al SEÑOR y, en seguida, cesaron los truenos y dejó de granizar y de llover sobre la tierra. Pero, en cuanto vio el faraón que habían cesado la lluvia, el granizo y los truenos, reincidió en su pecado, y tanto él como sus funcionarios endurecieron su corazón. Tal como el SEÑOR lo había advertido por medio de Moisés, el faraón endureció su corazón y ya no dejó que los israelitas se fueran.