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DANIEL 4:1-27

DANIEL 4:1-27 Reina Valera 2020 (RV2020)

El rey Nabucodonosor a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino eterno; su señorío, de generación en generación. Yo, Nabucodonosor, estaba en mi palacio, tranquilo y lleno de prosperidad. Tuve un sueño que me espantó; tendido en la cama, las imaginaciones y visiones de mi cabeza me turbaron. Por esto mandé que vinieran ante mí todos los sabios de Babilonia para que me dieran la interpretación del sueño. Y vinieron magos, astrólogos, caldeos y adivinos, y les conté el sueño, pero no me pudieron dar su interpretación, hasta que se presentó ante mí Daniel, cuyo nombre es Beltsasar, como el nombre de mi dios, y en quien mora el espíritu de los dioses santos. Conté delante de él el sueño, de esta manera: —Beltsasar, jefe de los magos, ya que he entendido que en ti mora el espíritu de los dioses santos y que ningún misterio se te esconde, hazme saber qué significan las visiones que he tenido en mi sueño. Lo que yo veía en mi mente, mientras estaba en mi cama, es lo siguiente: Me parecía ver en medio de la tierra un árbol cuya altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso, su fruto abundante y había en él alimento para todos. Debajo de él, a su sombra, se refugiaban las bestias del campo, en sus ramas anidaban las aves del cielo y de él se alimentaba la humanidad entera. En las visiones de mi mente, mientras estaba en mi cama, vi descender del cielo a un vigilante y santo. Clamaba fuertemente y decía así: Derribad el árbol y cortad sus ramas, quitadle el follaje y dispersad su fruto; que se vayan las bestias que están debajo de él, y las aves que están en sus ramas. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo; que lo empape el rocío del cielo, y que crezca entre las bestias y entre la hierba del campo. Su corazón de hombre sea cambiado y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. La sentencia la han decretado los vigilantes y los santos han ordenado ejecutarla, para que conozcan los seres vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, que a quien él quiere lo da y sobre él constituye al más humilde de los hombres. Yo, el rey Nabucodonosor, he tenido este sueño. Tú, pues, Beltsasar, darás su interpretación, porque ninguno entre los sabios de mi reino lo ha podido interpretar; pero tú puedes, porque mora en ti el espíritu de los dioses santos. Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltsasar, quedó atónito casi una hora, y sus pensamientos lo turbaban. El rey dijo: —Beltsasar, no te turben ni el sueño ni su interpretación. Beltsasar respondió: —Señor mío, el sueño sea para tus enemigos y su interpretación para los que mal te quieren. El árbol que viste, que crecía y se hacía fuerte, cuya copa llegaba hasta el cielo, que se veía desde todos los confines de la tierra, cuyo follaje era hermoso y su fruto abundante, en el que había alimento para todos, debajo del cual vivían las bestias del campo y en cuyas ramas anidaban las aves del cielo, tú mismo eres, mi rey, que creciste y te hiciste fuerte, pues creció tu grandeza y ha llegado hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra. En cuanto a lo que ha visto el rey, un vigilante y santo que descendía del cielo y decía: «Cortad el árbol y destruidlo; mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce en la hierba del campo; que lo empape el rocío del cielo, y con las bestias del campo sea su parte hasta que pasen sobre él siete tiempos», esta es la interpretación, mi rey, y la sentencia del Altísimo, que ha venido sobre mi señor, el rey: Que te echarán de entre los hombres y con las bestias del campo habitarás; con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere. Y en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del mismo árbol, significa que tu reino te quedará firme, después de que reconozcas que es el cielo el que gobierna. Por tanto, mi rey, acepta mi consejo: redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades con misericordia para con los oprimidos, pues tal vez sea eso una prolongación de tu tranquilidad.

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DANIEL 4:1-27 La Palabra (versión española) (BLP)

Mientras yo, Nabucodonosor, vivía tranquilo en mi residencia, rodeado de prosperidad en mi palacio, tuve un sueño que me preocupó; las visiones que pasaron por mi mente mientras dormía llegaron a alarmarme. Di entonces la orden de que trajeran a mi presencia a todos los sabios de Babilonia, con la intención de que me proporcionaran la interpretación del sueño. Así pues, se presentaron magos, adivinos, astrólogos y hechiceros, y les relaté mi sueño, pero no supieron dar con su interpretación. Al final se presentó ante mí Daniel, apodado Baltasar en referencia al nombre de mi dios y partícipe del espíritu de los dioses santos. Y yo le relaté mi sueño: —Baltasar, jefe de los magos, sé que posees el espíritu de los dioses santos y que no hay misterios para ti. Escucha el sueño que he tenido e interprétalo. En las visiones que pasaban por mi mente mientras dormía, contemplé lo siguiente: Había un árbol enorme en el centro mismo de la tierra. El árbol creció corpulento, su copa llegaba al cielo, visible desde toda la tierra. Tenía un ramaje magnífico y tal cantidad de frutos que había comida para todos. Las fieras del campo venían a cobijarse a su sombra; todas las aves del cielo acudían a anidar en sus ramas. Todos los seres vivientes se nutrían de aquel árbol. En las visiones que pasaban por mi mente mientras dormía, pude ver cómo un santo vigilante bajaba del cielo y gritaba a pleno pulmón: ¡Talad el árbol, cortad su ramaje; arrancad sus hojas, tirad sus frutos! Que las bestias huyan de debajo del árbol, que los pájaros todos abandonen sus ramas. Pero dejad en tierra tocón y raíces, sujetos con cadenas de hierro y de bronce, como una más de las matas del campo. Que el rocío del cielo lo empape de humedad, que comparta con las bestias la hierba del campo. Que sea desposeído de entendimiento humano, que su razón se equipare a la de un animal, hasta que hayan pasado siete años. Esta es la sentencia que dictan los Vigilantes, esta es la decisión tomada por los Santos. Así reconocerán todos los vivientes que el Altísimo controla los reinos humanos: se los da a quien le place y ensalza al más humilde. Este es el sueño que tuve yo, el rey Nabucodonosor. Por tu parte, Baltasar, dime cómo se interpreta, pues ningún sabio de mi reino ha podido hacerlo. Tú serás sin duda capaz de ello, pues participas del espíritu de los dioses santos. Daniel (apodado Baltasar) quedó un rato perplejo, alarmado por sus pensamientos. El rey insistió: —Baltasar, no te sientas alarmado por el sueño y su interpretación. Baltasar contestó: —Señor, ¡ojalá este sueño se refiriese a tus adversarios y tus enemigos fuesen los destinatarios de su interpretación! El árbol que viste crecer corpulento, cuya copa llegaba hasta el cielo y que era visible desde toda la tierra, que tenía un ramaje magnífico y tal cantidad de frutos que podía alimentar a todos, con una sombra bajo la cual iban a cobijarse los animales salvajes y unas ramas en las que anidaban las aves del cielo, ese árbol eres tú, majestad. Te has hecho grande y poderoso: tu grandeza ha llegado hasta el cielo y tu poder se ha expandido por los confines de la tierra. También viste, majestad, a un vigilante santo que bajaba del cielo y decía: «Talad el árbol y hacedlo astillas, pero dejad en tierra el tocón y las raíces, sujetos con cadenas de hierro y de bronce, como una más de las matas del campo. Que lo empape el rocío del cielo y se alimente como las bestias del campo, hasta que pasen siete años». Pues bien, majestad, esta es su interpretación y la decisión que el Altísimo ha tomado sobre el rey, mi señor: Dejarás de estar entre las personas y vivirás en compañía de las bestias del campo. Te darán hierba, igual que a los toros; quedarás empapado por el rocío del cielo. Tendrán que transcurrir siete años hasta que reconozcas que el Altísimo tiene poder sobre los reinos humanos, y los da a quien le place. La orden de dejar el tocón y las raíces del árbol significa que el reino te será devuelto en cuanto reconozcas que el único que tiene poder es el Dios del cielo. Así pues, majestad, acepta de buen grado mi consejo: corrige tus desvíos haciendo buenas obras y expía tus delitos practicando la misericordia con los pobres; de ese modo, se prolongará tu felicidad. Esto fue lo que le sucedió al rey Nabucodonosor. Transcurridos doce meses, mientras paseaba por la terraza del palacio real de Babilonia, el rey iba pensando: «Esta es la gran Babilonia, construida por mí como residencia real, obra de mi poder y manifestación de mi magnificencia».

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DANIEL 4:1-27 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

“Yo, el rey Nabucodonosor, deseo paz y prosperidad a los hombres de todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan la tierra. Quiero que todos sepan las cosas tan maravillosas que el Dios altísimo ha hecho conmigo. ¡Qué grandes son sus prodigios y milagros! Su reino durará por siempre y su poder se mantendrá de generación en generación. “Yo, Nabucodonosor, vivía tranquilo en mi palacio y disfrutaba de gran prosperidad; pero una noche, estando acostado, tuve un sueño que me espantó, y pensamientos y visiones que me llenaron de terror. Entonces ordené que vinieran a verme todos los sabios de Babilonia, para que me explicaran el significado del sueño. Vinieron todos los magos, adivinos, sabios y astrólogos de Babilonia, y yo les conté el sueño, pero no pudieron decirme lo que significaba. Por último se presentó Daniel, llamado también Beltsasar en honor a mi dios, y cuya vida está guiada por el espíritu del Dios santo, y le conté mi sueño de la siguiente manera: ‘Beltsasar, jefe de los adivinos, yo sé que el espíritu del Dios santo te guía, y que conoces todos los misterios. Escucha, pues, lo que he visto en mi sueño, y dime lo que significa.’ Estas son las visiones que tuve mientras estaba acostado: “En medio de la tierra había un árbol muy alto. El árbol creció y se hizo muy grueso; su copa tocaba el cielo, y se le podía ver desde los puntos más lejanos de la tierra. Eran hermosas sus hojas, y su fruto tan abundante que bastaba para alimentar a todos. Las bestias del campo se ponían a su sombra, las aves hacían nidos en sus ramas y la vida de todo el mundo dependía de él. “De repente vi en mis visiones un ángel centinela que bajaba del cielo, y que en voz alta decía: ‘Echad abajo el árbol, cortadle las ramas, quitadle las hojas, esparcid sus frutos. Que huyan las bestias que están bajo su sombra y las aves que están en sus ramas. Pero dejad en la tierra el tronco y sus raíces; sujetadlo con cadenas de hierro y de bronce, y dejadlo entre la hierba del campo. Que caiga el rocío sobre él y que comparta con las bestias la hierba del campo. Que su mente se trastorne y se vuelva como la de una bestia, y que ese mal le dure siete años. Esta es la sentencia que han dictado los santos ángeles centinelas, para que todos los hombres sepan que el Dios altísimo tiene poder sobre los reinos humanos, que él da el gobierno a quien quiere dárselo y hace jefe de una nación al más humilde de los hombres.’ “Este es el sueño que yo, el rey Nabucodonosor, he tenido. Ahora, Beltsasar, dime su significado, pues ninguno de los sabios de mi reino lo ha entendido; pero tú podrás interpretarlo porque en ti está el espíritu del Dios santo. “Entonces Daniel, al que llamaban Beltsasar, se quedó un momento pensativo, horrorizado por los pensamientos que le venían a la mente. Pero yo, el rey, le dije: ‘Beltsasar, no te preocupes por el sueño ni por su explicación.’ Y Beltsasar contestó: ‘¡Ay, que todo lo que el sueño significa caiga sobre los enemigos de Su Majestad! El árbol alto y grueso que vio Su Majestad, el cual llegaba hasta el cielo y se podía ver desde los puntos más lejanos de la tierra, que tenía hojas hermosas y fruto tan abundante que alcanzaba para alimentar a todos, a cuya sombra se arrimaban las bestias del campo y en cuyas ramas hacían su nido las aves, ese árbol es Su Majestad, que ha crecido y se ha hecho poderoso. La grandeza de Su Majestad ha aumentado hasta alcanzar la altura del cielo, y su dominio se ha extendido sobre toda la tierra. Su Majestad vio también que un santo ángel centinela bajaba del cielo y decía: Echad abajo el árbol y destruidlo, pero dejad en la tierra el tronco y sus raíces; sujetadlo con cadenas de hierro y de bronce y dejadlo entre la hierba del campo. Que caiga el rocío sobre él y que comparta con las bestias la hierba del campo durante siete años. Esto significa la sentencia que el Dios altísimo ha dictado contra Su Majestad. Su Majestad será separado de la gente y vivirá con los animales, comerá hierba, como los bueyes, y el rocío empapará su cuerpo. Así vivirá Su Majestad durante siete años, hasta que reconozca que el Dios altísimo tiene poder sobre todos los reinos humanos, y que es él quien pone como gobernante a quien él quiere. La orden de que se dejara en la tierra el tronco y sus raíces, significa que se devolverá a Su Majestad el reino cuando Su Majestad haya reconocido que Dios es quien tiene el poder. Por tanto, siga Su Majestad mi consejo: actúe con rectitud y no peque más; ponga fin a sus maldades y ocúpese de ayudar a los pobres. Tal vez así pueda seguir viviendo Su Majestad en paz y prosperidad.’ ”

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DANIEL 4:1-27 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

El rey Nabucodonosor, a todos los pueblos y naciones que habitan en este mundo, y a toda lengua: ¡Paz y prosperidad para todos! Me es grato daros a conocer las señales y maravillas que el Dios Altísimo ha realizado en mi favor. ¡Cuán grandes son sus señales! ¡Cuán portentosas son sus maravillas! ¡Su reino es un reino eterno! ¡Su soberanía permanece de generación en generación! Yo, Nabucodonosor, estaba en mi palacio, feliz y lleno de prosperidad, cuando tuve un sueño que me infundió miedo. Recostado en mi lecho, las imágenes y visiones que pasaron por mi mente me llenaron de terror. Ordené entonces que vinieran a mi presencia todos los sabios de Babilonia para que me interpretaran el sueño. Cuando llegaron los magos, hechiceros, astrólogos y adivinos, les conté mi sueño, pero no me lo pudieron interpretar. Finalmente Daniel, que en honor a mi dios también se llama Beltsasar, se presentó ante mí y le conté mi sueño, pues en él reposa el espíritu de los santos dioses. Yo le dije: «Beltsasar, jefe de los magos, yo sé que en ti reposa el espíritu de los santos dioses, y que no hay para ti ningún misterio demasiado difícil de resolver. Te voy a contar mi sueño, y quiero que me digas lo que significa. Y esta es la tremenda visión que tuve mientras reposaba en mi lecho: Veía ante mí un árbol de altura impresionante, plantado en medio de la tierra. El árbol creció y se hizo fuerte, y su copa tocaba el cielo, ¡hasta podía verse desde cualquier punto de la tierra! Tenía un hermoso follaje y abundantes frutos; ¡todo el mundo hallaba en él su alimento! Hasta las bestias salvajes venían a refugiarse bajo su sombra, y en sus ramas anidaban las aves del cielo. ¡Ese árbol alimentaba a todos los animales! »En la visión que tuve mientras reposaba en mi lecho, vi ante mí a un mensajero santo que descendía del cielo y que fuertemente me gritaba: “¡Derriba el árbol y córtale las ramas; arráncale las hojas y esparce los frutos! ¡Haz que las bestias huyan de su sombra, y que las aves abandonen sus nidos! Pero deja enterrados el tocón y las raíces; sujétalos con hierro y bronce entre la hierba del campo. Deja que se empape con el rocío del cielo, y que habite con los animales y entre las plantas de la tierra. Deja que su mente humana se trastorne y se vuelva como la de un animal, hasta que hayan transcurrido siete años. Los santos mensajeros han anunciado la decisión, es decir, el veredicto, para que todos los vivientes reconozcan que el Dios Altísimo es el Soberano de todos los reinos humanos, y que se los entrega a quien él quiere, y hasta pone sobre ellos al más humilde de los hombres”. »Yo, Nabucodonosor, tuve este sueño. Ahora tú, Beltsasar, dime qué es lo que significa, ya que ninguno de los sabios de mi reino me lo pudo interpretar. ¡Pero tú sí puedes hacerlo, porque en ti reposa el espíritu de los santos dioses!» Daniel, conocido también como Beltsasar, se quedó desconcertado por algún tiempo y aterrorizado por sus propios pensamientos; por eso el rey le dijo: ―Beltsasar, no te dejes alarmar por este sueño y su significado. A esto Daniel respondió: ―¡Ojalá que el sueño y su significado tengan que ver con los acérrimos enemigos del rey! La copa del árbol que veías crecer y fortalecerse tocaba el cielo; ¡hasta podía verse desde cualquier punto de la tierra! Ese árbol tenía un hermoso follaje y daba abundantes frutos que alimentaban a todo el mundo; bajo su sombra se refugiaban las bestias salvajes, y en sus ramas anidaban las aves del cielo. Ese árbol eres tú, rey, que te has hecho fuerte y poderoso, y con tu grandeza has alcanzado el cielo. ¡Tu dominio se extiende a los lugares más remotos de la tierra! »Tú, rey, veías que del cielo bajaba un mensajero santo, el cual te ordenaba derribar el árbol y destruirlo, y dejarlo enterrado para que se empapara con el rocío del cielo, aunque tenías que sujetar con hierro y bronce el tocón y las raíces. De este modo viviría como los animales salvajes hasta que transcurrieran siete años. »La interpretación del sueño, y el decreto que el Altísimo ha emitido contra ti, rey, es como sigue: Serás apartado de la gente y habitarás con los animales salvajes; comerás pasto como el ganado, y te empaparás con el rocío del cielo. Siete años pasarán hasta que reconozcas que el Altísimo es el Soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere. La orden de dejar el tocón y las raíces del árbol quiere decir que recibirás nuevamente el reino, cuando hayas reconocido que el verdadero reino es el del cielo. Por lo tanto, oh rey, yo te ruego que aceptes el consejo que te voy a dar: Renuncia a tus pecados y actúa con justicia; renuncia a tu maldad y sé bondadoso con los oprimidos. Tal vez entonces tu prosperidad vuelva a ser la de antes».

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