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HECHOS 10:1-43

HECHOS 10:1-43 Reina Valera 2020 (RV2020)

Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía denominada «la Itálica». Cornelio era piadoso y, junto a su familia, era temeroso de Dios. Ofrecía muchas limosnas al pueblo y oraba constantemente a Dios. Un día, como a las tres de la tarde, Cornelio tuvo una visión, en la que claramente vio que un ángel de Dios entraba en donde él estaba y le llamaba: —Cornelio. Atemorizado, miró fijamente al ángel y le preguntó: —¿Qué quieres, Señor? El ángel contestó: —Tus oraciones y limosnas han llegado a Dios y las tiene presentes. Envía, pues, ahora hombres a Jope y haz venir a Simón, al que también se le conoce como Pedro. Se hospeda en casa de un tal Simón, un curtidor que tiene su casa junto al mar. Este te dirá lo que te conviene hacer. Cornelio, cuando se marchó el ángel que le había hablado, llamó a dos de sus criados y a un soldado piadoso de los que le asistían siempre, y tras contarles lo sucedido los envió a Jope. Al día siguiente, mientras los enviados iban aún de camino, ya cerca de la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, a eso del mediodía. De pronto, sintió mucha hambre y quiso comer algo. Mientras le preparaban algo de comida, cayó en éxtasis: Vio el cielo abierto y algo semejante a un gran lienzo, que atado por las cuatro puntas, descendía sobre la tierra. Había en el lienzo toda clase de cuadrúpedos y reptiles terrestres y aves del cielo. Y oyó una voz que le decía: —¡Venga, Pedro, mata y come! Pedro respondió: —Señor, no. Jamás he comido cosa profana o impura. Por segunda vez se oyó aquella voz y le dijo: —Lo que Dios purificó no lo llames tú impuro. Esto se repitió una tercera vez. Luego aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo. Pedro estaba perplejo preguntándose qué significaría la visión que había tenido. Mientras tanto, los hombres enviados por Cornelio, después de haber localizado la casa de Simón, llegaron a la puerta. Llamaron y preguntaron si allí se hospedaba un tal Simón que tenía por sobrenombre Pedro. Estando Pedro pensando en la visión, le dijo el Espíritu: —Tres hombres te buscan; baja enseguida y acompáñalos. No tengas ningún reparo, porque los he enviado yo. Pedro descendió a donde estaban los hombres enviados por Cornelio, y les dijo: —Yo soy ese que buscáis. ¿Cuál es la causa por la que habéis venido? Ellos respondieron: —El centurión Cornelio, que es un hombre justo y temeroso de Dios, cuyo buen testimonio es reconocido por todo el pueblo judío, ha recibido instrucciones de un santo ángel para que vayas a su casa y oiga tus palabras. Pedro los hizo entrar y los hospedó. Al día siguiente se puso en camino con ellos, acompañado por algunos hermanos de Jope. Al otro día llegaron a Cesarea, donde Cornelio estaba ya esperándolos junto con sus familiares y amigos más íntimos. Al entrar Pedro, salió Cornelio a recibirle, cayó a sus pies y se postró ante él. Mas Pedro le levantó diciendo: —Ponte en pie, pues yo soy un hombre lo mismo que tú. Entró conversando con él y halló a muchas personas reunidas. Pedro les dijo: —Como sabéis, a un hombre judío le está prohibido juntarse o acercarse a un extranjero, pero Dios me ha hecho comprender que a nadie debo considerar profano o impuro. Por eso, cuando me llamaron vine sin dudarlo. Así que os pregunto: ¿Por qué razón me habéis hecho venir? Cornelio respondió: —Hace cuatro días yo estaba en ayuno, y como a esta hora, es decir, a las tres de la tarde, yo estaba orando en mi casa. De pronto, se presentó ante mí un hombre vestido con ropas resplandecientes y me dijo: «Cornelio, tus oraciones y limosnas han llegado a Dios y las tiene presentes. Envía algunas personas a Jope para que hagan venir a Simón, a quien se conoce también como Pedro. Se hospeda en la casa de un tal Simón, un curtidor que tiene su casa junto al mar. Cuando llegue, él te hablará». Así que enseguida envié a buscarte y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios dispuestos a escuchar todo lo que Dios te ha mandado decirnos. Pedro, tomando la palabra, dijo: —Ahora comprendo verdaderamente que Dios no hace acepción de personas. Él se agrada de todo aquel que le teme y hace justicia, sea de la nación que sea. Dios envió a los hijos de Israel el anuncio del evangelio de la paz por medio de Jesucristo, que es Señor de todos. Vosotros sabéis todo lo que sucedió por toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús, a quien mataron colgándole en un madero, hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén. Dios lo resucitó al tercer día y permitió que muchos lo vieran, pero no lo vio todo el pueblo, sino nosotros los que fuimos escogidos de antemano por Dios como testigos, y tuvimos ocasión de comer y beber con Jesús después que resucitó de entre los muertos. Jesús nos mandó que predicáramos al pueblo y testificáramos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos. Acerca de él dicen todos los profetas que todos los que en él crean recibirán perdón de pecados por su nombre.

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HECHOS 10:1-43 La Palabra (versión española) (BLP)

Vivía en Cesarea un romano llamado Cornelio, capitán del batallón que llevaba el nombre de «el Itálico». Era hombre religioso y, junto con su familia, rendía culto al Dios verdadero. Ayudaba generosamente con sus limosnas al pueblo necesitado y oraba a Dios continuamente. Un día, sobre las tres de la tarde, tuvo una visión en la que vio claramente a un ángel de Dios que se dirigió a él y le dijo: —¡Cornelio! Atemorizado, miró fijamente al ángel y le preguntó: —¿Qué quieres, Señor? El ángel le contestó: —Dios ha tomado en consideración tus oraciones y tus limosnas. Por tanto, envía enseguida alguien a Jope que haga venir aquí a un tal Simón, a quien se conoce también como Pedro. Actualmente está hospedado en casa de otro Simón, un curtidor que vive junto al mar. Apenas salió el ángel que le había hablado, Cornelio llamó a dos criados y a uno de sus soldados asistentes que era hombre religioso, los puso en antecedentes de todo lo ocurrido y los mandó a Jope. Al día siguiente, mientras los enviados iban aún de camino, ya cerca de la ciudad, Pedro subió a la terraza para orar a eso del mediodía. De pronto, sintió hambre y quiso comer algo. Estaban preparándoselo, cuando cayó en éxtasis y vio que el cielo se abría y que algo así como un enorme lienzo descendía, colgado de sus cuatro puntas, y se posaba sobre la tierra. Había en él toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves. Y oyó una voz que le decía: —¡Anda, Pedro, mata y come! —De ninguna manera, Señor —respondió Pedro—. Jamás he comido nada profano o impuro. La voz se oyó por segunda vez: —Lo que Dios ha purificado, no lo consideres tú profano. Esto se repitió hasta tres veces y, a continuación, aquel objeto fue subido al cielo. Estaba Pedro perplejo preguntándose qué significado tendría la visión, cuando los enviados de Cornelio, tras averiguar dónde estaba la casa de Simón, se presentaron a la puerta y preguntaron en voz alta: —¿Se aloja aquí Simón, al que llaman Pedro? Entonces el Espíritu dijo a Pedro, que seguía preguntándose intrigado por el sentido de la visión: —Ahí abajo hay tres hombres que te buscan. Baja enseguida y acompáñalos. No tengas ningún reparo, porque los he enviado yo. Pedro bajó al encuentro de aquellos hombres y les dijo: —Yo soy el que buscáis. ¿A qué se debe vuestra visita? —Venimos de parte del capitán Cornelio —respondieron—. Es un hombre recto que rinde culto al verdadero Dios y a quien todos los judíos aprecian de veras. Un ángel de Dios le ha indicado que te haga llegar a su casa para oír lo que tengas que decirle. Pedro los invitó a pasar la noche allí y, al día siguiente, se puso en camino con ellos, acompañado por algunos hermanos de Jope. Un día después llegaron a Cesarea, donde Cornelio estaba ya esperándolos junto con sus familiares y amigos íntimos. Cuando llegó Pedro, salió a recibirlo y se postró a sus pies en actitud de adoración. —Ponte de pie —le dijo Pedro mientras lo ayudaba a levantarse—, pues también yo soy simplemente un hombre. Entraron en la casa conversando y Pedro dijo a las numerosas personas que encontró reunidas allí: —Como sabéis, a un judío le está prohibido relacionarse con extranjeros o entrar en sus casas. Pero Dios me ha hecho comprender que a nadie debo considerar profano o impuro. Por eso, no tuve inconveniente en venir cuando me llamasteis. Deseo saber por qué razón me habéis hecho venir. Entonces Cornelio respondió: —Hace cuatro días, a esta misma hora, estaba yo aquí en mi casa ocupado en la oración de la tarde, cuando, de pronto, se presentó ante mí un hombre vestido con una túnica resplandeciente. Me dijo: «Cornelio, Dios ha escuchado tu oración y ha tenido en cuenta tu generosidad con los pobres. Por tanto, envía a alguien a Jope para que haga venir a Simón, a quien se conoce también como Pedro; se hospeda en casa de otro Simón, un curtidor que vive junto al mar». De modo que mandé enseguida a buscarte, y tú te has dignado venir. Aquí, pues, nos tienes a todos, en presencia de Dios, dispuestos a escuchar todo cuanto el Señor te haya encargado decirnos. Pedro tomó entonces la palabra y se expresó en estos términos: —Ahora comprendo verdaderamente que para Dios no existen favoritismos. Toda persona, sea de la nación que sea, si es fiel a Dios y se porta rectamente, goza de su estima. Fue Dios quien dirigió su mensaje a los israelitas y les anunció la buena noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Hablo —ya sabéis— de lo acaecido a lo largo y ancho de todo el país judío, comenzando por Galilea, después que Juan proclamó su bautismo. De cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y lo llenó de poder; de cómo Jesús pasó por todas partes haciendo el bien y curando a todos los que padecían oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en territorio judío, especialmente en Jerusalén. Después lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le permitió aparecerse, no a todo el pueblo, sino a nosotros los que fuimos escogidos de antemano por Dios como testigos y tuvimos ocasión de comer y beber con Jesús después de que resucitó de la muerte. Pues bien, Jesús ha sido quien nos ha mandado anunciar su mensaje al pueblo y proclamar que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. Y los profetas, por su parte, testifican unánimemente que todo el que crea en él alcanzará, por su medio, el perdón de los pecados.

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HECHOS 10:1-43 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Vivía en Cesarea un centurión llamado Cornelio, del regimiento conocido como el Italiano. Él y toda su familia eran devotos y temerosos de Dios. Realizaba muchas obras de beneficencia para el pueblo de Israel y oraba a Dios constantemente. Un día, como a las tres de la tarde, tuvo una visión. Vio claramente a un ángel de Dios que se le acercaba y le decía: ―¡Cornelio! ―¿Qué quieres, Señor? —le preguntó Cornelio, mirándolo fijamente y con mucho miedo. ―Dios ha recibido tus oraciones y tus obras de beneficencia como una ofrenda —le contestó el ángel—. Envía de inmediato a algunos hombres a Jope para que hagan venir a un tal Simón, apodado Pedro. Él se hospeda con Simón el curtidor, que tiene su casa junto al mar. Después de que se fuera el ángel que le había hablado, Cornelio llamó a dos de sus siervos y a un soldado devoto de los que le servían regularmente. Les explicó todo lo que había sucedido y los envió a Jope. Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea a orar. Era casi el mediodía. Tuvo hambre y quiso algo de comer. Mientras se lo preparaban, le sobrevino un éxtasis. Vio el cielo abierto y algo parecido a una gran sábana que, suspendida por las cuatro puntas, descendía hacia la tierra. En ella había toda clase de cuadrúpedos, como también reptiles y aves. ―Levántate, Pedro; mata y come —le dijo una voz. ―¡De ninguna manera, Señor! —replicó Pedro—. Jamás he comido nada impuro o inmundo. Por segunda vez le insistió la voz: ―Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto sucedió tres veces, y en seguida la sábana fue recogida al cielo. Pedro no acertaba a explicarse cuál podría ser el significado de la visión. Mientras tanto, los hombres enviados por Cornelio, que estaban preguntando por la casa de Simón, se presentaron a la puerta. Llamando, averiguaron si allí se hospedaba Simón, apodado Pedro. Mientras Pedro seguía reflexionando sobre el significado de la visión, el Espíritu le dijo: «Mira, Simón, tres hombres te buscan. Date prisa, baja y no dudes en ir con ellos, porque yo los he enviado». Pedro bajó y les dijo a los hombres: ―Aquí estoy; yo soy el que buscáis. ¿Qué asunto os ha traído hasta aquí? Ellos le contestaron: ―Venimos de parte del centurión Cornelio, un hombre justo y temeroso de Dios, respetado por todo el pueblo judío. Un ángel de Dios le dio instrucciones de invitarte a su casa para escuchar lo que tú tienes que decirle. Entonces Pedro los invitó a pasar y los hospedó. Al día siguiente, Pedro se fue con ellos acompañado de algunos creyentes de Jope. Un día después llegó a Cesarea. Cornelio estaba esperándolo con los parientes y amigos íntimos que había reunido. Al llegar Pedro a la casa, Cornelio salió a recibirlo y, postrándose delante de él, le rindió homenaje. Pero Pedro hizo que se levantara, y le dijo: ―Ponte de pie, que solo soy un hombre como tú. Pedro entró en la casa conversando con él, y encontró a muchos reunidos. Entonces les habló así: ―Vosotros sabéis muy bien que nuestra ley prohíbe que un judío se junte con un extranjero o lo visite. Pero Dios me ha hecho ver que a nadie debo llamar impuro o inmundo. Por eso, cuando enviasteis por mí, vine sin poner ninguna objeción. Ahora permitidme que os pregunte: ¿para qué me habéis hecho venir? Cornelio contestó: ―Hace cuatro días a esta misma hora, las tres de la tarde, estaba yo en casa orando. De repente apareció delante de mí un hombre vestido con ropa brillante, y me dijo: “Cornelio, Dios ha oído tu oración y se ha acordado de tus obras de beneficencia. Por lo tanto, envía a alguien a Jope para hacer venir a Simón, apodado Pedro, que se hospeda en casa de Simón el curtidor, junto al mar”. Así que inmediatamente mandé a llamarte, y tú has tenido la bondad de venir. Ahora estamos todos aquí, en la presencia de Dios, para escuchar todo lo que el Señor te ha encomendado que nos digas. Pedro tomó la palabra, y dijo: ―Ahora comprendo que en realidad Dios no tiene favoritismos, sino que en toda nación él ve con agrado a los que le temen y actúan con justicia. Dios envió su mensaje al pueblo de Israel, anunciando las buenas nuevas de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Vosotros conocéis este mensaje que se difundió por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. Lo mataron, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y dispuso que se apareciera, no a todo el pueblo, sino a nosotros, testigos previamente escogidos por Dios, que comimos y bebimos con él después de su resurrección. Él nos mandó a predicar al pueblo y a dar solemne testimonio de que ha sido nombrado por Dios como juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas, que todo el que cree en él recibe, por medio de su nombre, el perdón de los pecados.

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HECHOS 10:1-43 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Había en la ciudad de Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión del batallón que llamaban el Italiano. Era un hombre piadoso que, junto con toda su familia, adoraba a Dios. Daba mucho dinero para ayudar a los judíos y oraba sin cesar a Dios. Un día, a eso de las tres de la tarde, tuvo una visión: Vio claramente a un ángel de Dios que entraba donde él estaba y le decía: “¡Cornelio!” Cornelio se quedó mirando al ángel, y lleno de miedo le preguntó: “¿Qué se te ofrece, señor?” El ángel le dijo: “Dios tiene presentes tus oraciones y todo cuanto has hecho en favor de los necesitados. Envía a alguien a la ciudad de Jope para que haga venir a un tal Simón, también conocido como Pedro. Se aloja en casa de otro Simón, un curtidor que vive junto al mar.” Cuando se fue el ángel que le había hablado, Cornelio llamó a dos de sus sirvientes y a un soldado muy religioso y de su confianza, y después de contárselo todo los envió a Jope. Al día siguiente, a eso del mediodía, yendo ellos de camino cerca de Jope, Pedro subió a orar a la azotea de la casa. Tenía hambre y deseaba comer alguna cosa, pero mientras le preparaban la comida tuvo una visión. Vio que el cielo se abría y que bajaba a la tierra algo semejante a un gran lienzo atado por sus cuatro puntas. En el lienzo había toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves. Oyó una voz que le decía: “Levántate, Pedro; mata y come.” Pedro contestó: “No, Señor, yo nunca he comido nada profano ni impuro.” La voz le habló de nuevo diciendo: “Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano.” Esto sucedió tres veces, y luego el lienzo volvió a subir al cielo. Pedro estaba preocupado pensando qué querría decir aquella visión, cuando llegaron a la puerta los hombres de Cornelio que andaban preguntando por la casa de Simón. Al llegar preguntaron en voz alta si allí se alojaba un tal Simón, a quien también llamaban Pedro. Y mientras Pedro seguía pensando en la visión, el Espíritu Santo le dijo: “Mira, tres hombres te buscan. Levántate, baja y ve con ellos sin dudarlo, porque yo los he enviado.” Pedro bajó y dijo a los hombres: –Yo soy el que buscáis. ¿A qué habéis venido? Ellos contestaron: –Venimos de parte del centurión Cornelio, un hombre justo, que adora a Dios y a quien todos los judíos aprecian de veras. Un ángel de Dios le ha dicho que te haga llamar, para que vayas a su casa y escuche lo que tengas que decirle. Entonces Pedro los hizo entrar, y se quedaron con él aquella noche. Al día siguiente se fue con ellos, acompañado también por algunos de los hermanos que vivían en Jope. Un día después llegaron a Cesarea, donde Cornelio los estaba esperando junto con un grupo de parientes y amigos íntimos a quienes había invitado. Cuando Pedro llegó a la casa, Cornelio salió a recibirle, y cayendo de rodillas delante de él le adoraba. Pero Pedro le levantó y le dijo: –Ponte en pie, pues yo soy un hombre lo mismo que tú. Mientras hablaba con él, entró y se encontró con muchas personas allí reunidas. Pedro les dijo: –Sabéis que a un judío le prohíbe su religión tener trato con extranjeros o entrar en sus casas. Pero Dios me ha enseñado que no debo llamar profano o impuro a nadie; por lo cual, en cuanto me avisaron, vine sin poner ninguna objeción. Quisiera saber, pues, por qué me habéis llamado. Cornelio contestó: –Hace cuatro días, a esta misma hora, estaba yo aquí en mi casa ayunando y haciendo la oración de las tres de la tarde, cuando se me apareció un hombre vestido con ropas brillantes. Me dijo: ‘Cornelio, Dios ha oído tu oración y se ha acordado de todo lo que has hecho en favor de los necesitados. Envía a alguien a la ciudad de Jope para que haga venir a Simón, que también se llama Pedro. Está alojado en casa de otro Simón, un curtidor que vive junto al mar.’ Así que envié inmediatamente a buscarte, y tú has tenido la bondad de venir. Ahora estamos todos aquí, delante de Dios, para escuchar todo lo que el Señor te ha mandado decirnos. Pedro comenzó entonces a hablar, diciendo: –Ahora entiendo que verdaderamente Dios no hace diferencia entre una persona y otra. Dios acepta a quienes le reverencian y hacen lo bueno, cualquiera que sea su nación. Dios habló a los descendientes de Israel anunciando el mensaje de paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Vosotros ya sabéis lo que pasó en toda la tierra de los judíos, comenzando por Galilea, después que Juan proclamara que es necesario bautizarse. Sabéis que Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y que este anduvo haciendo el bien y sanando a cuantos sufrían bajo el poder del diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de Judea y en Jerusalén. Después lo mataron colgándolo de una cruz; pero Dios le resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera a nosotros. No se apareció a todo el pueblo, sino a nosotros, a quienes Dios había escogido de antemano como testigos. Nosotros comimos y bebimos con él después que resucitó, y él nos envió a anunciar al pueblo que Dios le ha puesto como Juez de vivos y muertos. Todos los profetas habían hablado ya de Jesús y habían dicho que quienes creen en él reciben por su mediación el perdón de los pecados.

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