Logo de YouVersion
Icono de búsqueda

2 SAMUEL 14:1-33

2 SAMUEL 14:1-33 La Palabra (versión española) (BLP)

Joab, hijo de Seruyá, se dio cuenta de que el rey echaba de menos a Absalón. Entonces mandó que le trajeran de Tecoa una mujer astuta que vivía allí. Joab le dijo: —Finge que estás de luto, ponte ropa de luto y no te eches perfume, para que parezcas una mujer que desde hace tiempo guarda luto por un difunto. Preséntate al rey y dile lo que te voy a decir. Y Joab sugirió a la mujer lo que tenía que decir. La mujer de Tecoa se presentó ante el rey, inclinó su rostro e hizo una reverencia. Luego le dijo: —Socórreme, majestad. El rey le preguntó: —¿Qué te pasa? Ella respondió: —Que soy una mujer viuda, pues mi marido murió. Tu servidora tenía dos hijos: tuvieron una pelea en el campo y, sin nadie que los separara, uno golpeó al otro y lo mató. Y ahora toda la familia se me ha enfrentado, exigiendo que les entregue al fratricida, para darle muerte, vengar a su hermano asesinado y acabar también con el único heredero. Así apagarán el rescoldo que me queda y dejarán a mi marido sin apellido ni descendencia sobre la tierra. El rey le dijo a la mujer: —Vete a casa, que yo solucionaré tu problema. La mujer de Tecoa insistió: —Majestad, yo y mi familia somos los responsables; el rey y su trono no tienen culpa. El rey le dijo: —Si alguien te dice algo, me lo traes, que no te volverá a molestar. Ella le dijo: —Su majestad pida a Dios que el defensor de la sangre no aumente las desgracias, acabando con mi hijo. Él afirmó: —¡Vive Dios, que nadie tocará ni un pelo de tu hijo! La mujer insistió: —Permita su majestad que su servidora añada algo más. El rey le dijo: —Habla. La mujer dijo: —¿Por qué, entonces, proyectas hacer lo mismo contra el pueblo de Dios? Tus mismas palabras te acusan, majestad, por no dejar volver a tu desterrado. Todos hemos de morir, pues somos como agua derramada en tierra que no puede recogerse. Dios no quiere quitar la vida. Al contrario, desea que el desterrado no siga alejado de él. Si yo he venido a hablar a su majestad de este asunto, ha sido porque la gente me ha asustado y me he dicho: «Voy a hablar con el rey, a ver si quiere hacer lo que su sierva le pide, escuchándola y librándola del hombre que quiere arrancarnos a mí y a mi hijo juntos de la heredad de Dios». Esta sierva tuya pensó: «Que la palabra del rey, mi señor, nos devuelva la paz, pues el rey, mi señor, es como un enviado de Dios que sabe discernir entre el bien y el mal». Que el Señor, tu Dios, esté contigo. El rey contestó a la mujer: —Por favor, responde sinceramente a mi pregunta. La mujer dijo: —Habla, majestad. El rey le preguntó: —¿No te ha metido Joab en todo este asunto? La mujer respondió: —¡Por tu vida! Su majestad ha acertado plenamente en lo que acaba de decir. Efectivamente ha sido tu siervo Joab quien me ha mandado y el que me ha sugerido todas mis intervenciones. Tu siervo Joab ha actuado así para cambiar la actual situación, pero mi señor tiene la sabiduría de un enviado de Dios y conoce todo lo que sucede en el país. Luego el rey dijo a Joab: —Bien, he decidido que vayas y traigas al joven Absalón. Joab se inclinó en tierra, hizo una reverencia, bendijo al rey y dijo: —Ahora sé que cuento con tu favor, majestad, pues me has concedido este deseo. Joab se incorporó, partió hacia Guesur y trajo a Absalón a Jerusalén. Pero el rey dijo: —Que se retire a su casa y que no se presente ante mí. Entonces Absalón se fue a su casa, sin presentarse ante el rey. No había en todo Israel hombre tan alabado por su belleza como Absalón: de pies a cabeza no tenía un solo defecto. Cuando se cortaba el pelo, cosa que hacía de año en año porque le pesaba mucho, el cabello de su cabeza pesaba más de dos kilos en la balanza real. Absalón tuvo tres hijos y una hija, llamada Tamar, que era muy hermosa. Absalón vivió en Jerusalén durante dos años sin ver al rey. Absalón mandó llamar a Joab para enviarlo al rey, pero Joab no quiso acudir. Lo volvió a llamar por segunda vez y tampoco quiso. Entonces ordenó a sus criados: —Mirad, Joab tiene una parcela de tierra junto a la mía que está sembrada de cebada. Id a prenderle fuego. Los criados de Absalón prendieron fuego a la parcela. Joab fue inmediatamente a casa de Absalón y le preguntó: —¿Por qué tus criados han prendido fuego a mi parcela? Y Absalón le respondió: —Mira, te he mandado llamar para que vinieras y fueras a decirle al rey: «¿Para qué he vuelto de Guesur? ¡Era preferible seguir allí!». Ahora, quiero ver al rey y, si soy culpable, que me mate. Joab fue a informar al rey. Luego el rey llamó a Absalón y, cuando este llegó ante el rey, le hizo una reverencia postrado en tierra. Entonces el rey abrazó a Absalón.

2 SAMUEL 14:1-33 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Joab hijo de Sarvia se dio cuenta de que el rey echaba mucho de menos a Absalón. Por eso mandó traer a una mujer muy astuta, la cual vivía en Tecoa, y le dijo: ―Quiero que te vistas de luto, y que no te eches perfume, sino que finjas estar de duelo, como si llevaras mucho tiempo llorando la muerte de alguien. Luego Joab le ordenó presentarse ante el rey, explicándole antes lo que tenía que decirle. Cuando aquella mujer de Tecoa se presentó ante el rey, le hizo una reverencia y se postró rostro en tierra. ―¡Ayúdame, oh rey! —exclamó. ―¿Qué te pasa? —le preguntó el rey. ―Soy una pobre viuda —respondió ella—; mi esposo ha muerto. Esta tu sierva tenía dos hijos, los cuales se pusieron a pelear en el campo. Como no había nadie que los separara, uno de ellos le asestó un golpe al otro y lo mató. Pero ahora resulta que toda la familia se ha puesto en contra de esta tu sierva. Me exigen que entregue al asesino para que lo maten, y así vengar la muerte de su hermano, aunque al hacerlo eliminen al heredero. La verdad es que de esa manera apagarían la última luz de esperanza que me queda, y dejarían a mi esposo sin nombre ni descendencia sobre la tierra. ―Regresa a tu casa, que yo me encargaré de este asunto —respondió el rey. Pero la mujer de Tecoa replicó: ―Oh rey, mi señor, que la culpa caiga sobre mí y sobre mi familia, y no sobre el rey ni su trono. ―Si alguien te amenaza —insistió el rey—, tráemelo para que no vuelva a molestarte. Entonces ella le suplicó: ―¡Ruego a mi rey invocar al SEÑOR tu Dios, para que quien deba vengar la muerte de mi hijo no aumente mi desgracia matando a mi otro hijo! ―¡Tan cierto como que el SEÑOR vive —respondió el rey—, juro que tu hijo no perderá ni un solo cabello! Pero la mujer siguió diciendo: ―Permite mi señor y rey a esta tu sierva decir algo más. ―Habla. ―¿Cómo es que intentas hacer lo mismo contra el pueblo de Dios? Al prometerme el rey estas cosas, se declara culpable, pues no deja regresar a su hijo desterrado. Así como el agua que se derrama en tierra no se puede recoger, así también todos tenemos que morir. Pero Dios no nos arrebata la vida, sino que provee los medios para que el desterrado no siga separado de él para siempre. »Yo he venido a hablar con mi señor el rey porque hay gente que me ha infundido temor. He pensado: “Voy a hablarle al rey; tal vez me conceda lo que le pida, librándonos a mí y a mi hijo de quien quiere eliminarnos, para quedarse con la heredad que Dios nos ha dado”. »Pensé, además, que tu palabra me traería alivio, pues mi señor el rey es como un ángel de Dios, que sabe distinguir entre lo bueno y lo malo. ¡Que el SEÑOR tu Dios te bendiga!» Al llegar a este punto, el rey le dijo a la mujer: ―Voy a hacerte una pregunta, y te pido que no me ocultes nada. ―Dime, mi señor y rey. ―¿Acaso no está Joab detrás de todo esto? La mujer respondió: ―Juro por la vida de mi señor el rey que su pregunta ha dado en el blanco. En efecto, fue tu siervo Joab quien me instruyó y puso en mis labios todo lo que he dicho. Lo hizo para disimular el asunto, pero mi señor tiene la sabiduría de un ángel de Dios y sabe todo lo que sucede en el país. Entonces el rey llamó a Joab y le dijo: ―Estoy de acuerdo. Anda, haz que regrese el joven Absalón. Postrándose rostro en tierra, Joab le hizo una reverencia al rey y le dio las gracias, añadiendo: ―Hoy sé que cuento con el favor de mi señor y rey, pues el rey ha accedido a mi petición. Dicho esto, Joab emprendió la marcha a Guesur, y regresó a Jerusalén con Absalón. Pero el rey dio esta orden: «Que se retire a su casa, y que nunca me visite». Por tanto, Absalón tuvo que irse a su casa sin presentarse ante el rey. En todo Israel no había ningún hombre tan admirado como Absalón por su hermosura; era perfecto de pies a cabeza. Tenía una cabellera tan pesada que una vez al año tenía que cortársela; y según la medida oficial, el pelo cortado pesaba dos kilos. Además, tuvo tres hijos y una hija. Su hija, que se llamaba Tamar, llegó a ser una mujer muy hermosa. Absalón vivió en Jerusalén durante dos años sin presentarse ante el rey. Un día, le pidió a Joab que fuera a ver al rey, pero Joab no quiso ir. Se lo volvió a pedir, pero Joab se negó a hacerlo. Así que Absalón dio esta orden a sus criados: «Mirad, Joab ha sembrado cebada en el campo que tiene junto al mío. ¡Id y prendedle fuego!» Los criados fueron e incendiaron el campo de Joab. Entonces este fue en seguida a casa de Absalón y le preguntó: ―¿Por qué tus criados han prendido fuego a mi campo? Y Absalón le respondió: ―Te pedí que fueras a ver al rey y le preguntaras para qué he vuelto de Guesur. ¡Más me habría valido quedarme allí! Voy a presentarme ante el rey y, si soy culpable de algo, ¡que me mate! Joab fue a comunicárselo al rey; este, por su parte, mandó llamar a Absalón, el cual se presentó ante el rey y, postrándose rostro en tierra, le hizo una reverencia. A su vez, el rey recibió a Absalón con un beso.

2 SAMUEL 14:1-33 Reina Valera 2020 (RV2020)

Joab hijo de Sarvia supo que el corazón del rey se inclinaba por Absalón, por lo que mandó traer una mujer astuta de Tecoa, y le dijo: —Te ruego que finjas estar de duelo y te vistas ropas de luto; no te unjas con óleo, sino preséntate como una mujer que hace mucho tiempo está de duelo por algún muerto. Luego te presentarás delante del rey y le dirás todo lo que te voy a decir. Y le explicó Joab lo que debía decir. Entró, pues, aquella mujer de Tecoa al rey, y se postró sobre su rostro en tierra para hacer una reverencia, y dijo: —¡Socórreme, oh rey! —¿Qué tienes? —le dijo el rey. Ella respondió: —Yo a la verdad soy una mujer viuda; mi marido ha muerto. Tu sierva tenía dos hijos. Los dos riñeron en el campo, y como no había quien los separara, uno hirió al otro y lo mató. Y ahora toda la familia se ha levantado contra tu sierva, y dicen: «Entrega al asesino de su hermano, para que lo hagamos morir por la vida del hermano a quien él mató, y matemos también al heredero». Así apagarán el ascua que me ha quedado, y dejarán a mi marido sin nombre ni descendencia sobre la tierra. Entonces el rey dijo a la mujer: —Vete a tu casa, y yo daré órdenes con respecto a ti. La mujer de Tecoa dijo al rey: —¡Rey y señor mío, que caiga la culpa sobre mí y sobre la casa de mi padre!, pero que el rey y su trono queden sin culpa. El rey respondió: —Al que hable contra ti, tráelo ante mí, y no te tocará más. Dijo ella entonces: —Te ruego, oh rey, que te acuerdes del Señor, tu Dios, para que el vengador del delito de sangre no aumente el daño y no destruya a mi hijo. Él respondió: —¡Vive el Señor, que no caerá en tierra ni un cabello de la cabeza de tu hijo! La mujer prosiguió: —Te ruego que permitas a tu sierva decir algo más a mi señor, el rey. —Habla —respondió el rey. La mujer añadió: —¿Por qué, pues, has pensado tú cosa semejante contra el pueblo de Dios? Porque al decir el rey estas cosas, se confiesa culpable él mismo, por cuanto el rey no deja volver a su desterrado. Todos, sin duda, morimos, pues somos como agua derramada en tierra que no puede volver a recogerse. Ni Dios quita la vida, sino que provee medios para que el desterrado no siga alejado de él. Si yo he venido ahora para decir esto al rey, mi señor, es porque el pueblo me ha atemorizado. Y tu sierva ha pensado: «Hablaré ahora al rey; quizá haga lo que su sierva le diga, pues el rey me oirá y librará a su sierva de manos del hombre que quiere extirparme a mí, junto con mi hijo, de la heredad de Dios». Por eso, tu sierva dice: «Sea ahora de consuelo la respuesta de mi señor, el rey, pues mi señor, el rey, es como un ángel de Dios para discernir entre lo bueno y lo malo. Y que el Señor, tu Dios, sea contigo». Entonces David respondió a la mujer: —Te ruego que no me ocultes nada de lo que yo te pregunte. —Hable mi señor, el rey —dijo la mujer. El rey preguntó: —¿No está metida la mano de Joab en todas estas cosas? La mujer respondió: —¡Vive tu alma, rey señor mío, que no se aparta ni a derecha ni a izquierda todo lo que mi señor el rey ha hablado!; porque fue tu siervo Joab quien me mandó, y él puso en boca de tu sierva todas estas palabras. Para mudar el aspecto de las cosas, Joab, tu siervo, ha hecho esto. Pero mi señor es sabio, con la sabiduría de un ángel de Dios, para conocer lo que hay en la tierra. Luego el rey dijo a Joab: —Mira, he decidido esto: vete y haz volver al joven Absalón. Joab se postró en tierra sobre su rostro, hizo una reverencia, y después que bendijo al rey, dijo: —Hoy ha entendido tu siervo que he hallado gracia a tus ojos, rey y señor mío, pues el rey ha hecho lo que su siervo ha dicho. Se levantó luego Joab, fue a Gesur, y trajo a Absalón a Jerusalén. Pero el rey dijo: «Que se vaya a su casa y no vea mi rostro». Absalón volvió a su casa y no se presentó ante el rey. No había en todo Israel ninguno tan alabado por su hermosura como Absalón; desde la planta de su pie hasta la coronilla no había en él defecto. Cuando se cortaba el pelo, cosa que hacía de año en año porque le pesaba mucho, el cabello de su cabeza pesaba más de dos kilos, según la medida oficial. A Absalón le nacieron tres hijos y una hija, que se llamaba Tamar y fue una mujer de hermoso semblante. Estuvo Absalón por espacio de dos años en Jerusalén sin presentarse ante el rey. Llamó Absalón a Joab para enviarlo al rey, pero él no quiso venir. Todavía lo llamó una segunda vez, pero tampoco quiso venir. Entonces dijo a sus siervos: —Mirad, el campo de Joab está junto al mío, y tiene allí cebada; id y prendedle fuego. Y los siervos de Absalón prendieron fuego al campo. Entonces se levantó Joab, vino a casa de Absalón, y le dijo: —¿Por qué han prendido fuego tus siervos a mi campo? Absalón le respondió: —Te he mandado a decir que vinieras acá, con el fin de enviarte al rey para decirle: «¿Para qué vine de Gesur? Mejor me fuera estar aún allá. Ahora deseo ver el rostro del rey; si hay pecado en mí, que me mate». Fue, pues, Joab a ver al rey, y se lo hizo saber. Entonces llamó a Absalón, el cual se presentó ante el rey y se postró rostro en tierra delante de él. Y el rey besó a Absalón.

2 SAMUEL 14:1-33 La Palabra (versión española) (BLP)

Joab, hijo de Seruyá, se dio cuenta de que el rey echaba de menos a Absalón. Entonces mandó que le trajeran de Tecoa una mujer astuta que vivía allí. Joab le dijo: —Finge que estás de luto, ponte ropa de luto y no te eches perfume, para que parezcas una mujer que desde hace tiempo guarda luto por un difunto. Preséntate al rey y dile lo que te voy a decir. Y Joab sugirió a la mujer lo que tenía que decir. La mujer de Tecoa se presentó ante el rey, inclinó su rostro e hizo una reverencia. Luego le dijo: —Socórreme, majestad. El rey le preguntó: —¿Qué te pasa? Ella respondió: —Que soy una mujer viuda, pues mi marido murió. Tu servidora tenía dos hijos: tuvieron una pelea en el campo y, sin nadie que los separara, uno golpeó al otro y lo mató. Y ahora toda la familia se me ha enfrentado, exigiendo que les entregue al fratricida, para darle muerte, vengar a su hermano asesinado y acabar también con el único heredero. Así apagarán el rescoldo que me queda y dejarán a mi marido sin apellido ni descendencia sobre la tierra. El rey le dijo a la mujer: —Vete a casa, que yo solucionaré tu problema. La mujer de Tecoa insistió: —Majestad, yo y mi familia somos los responsables; el rey y su trono no tienen culpa. El rey le dijo: —Si alguien te dice algo, me lo traes, que no te volverá a molestar. Ella le dijo: —Su majestad pida a Dios que el defensor de la sangre no aumente las desgracias, acabando con mi hijo. Él afirmó: —¡Vive Dios, que nadie tocará ni un pelo de tu hijo! La mujer insistió: —Permita su majestad que su servidora añada algo más. El rey le dijo: —Habla. La mujer dijo: —¿Por qué, entonces, proyectas hacer lo mismo contra el pueblo de Dios? Tus mismas palabras te acusan, majestad, por no dejar volver a tu desterrado. Todos hemos de morir, pues somos como agua derramada en tierra que no puede recogerse. Dios no quiere quitar la vida. Al contrario, desea que el desterrado no siga alejado de él. Si yo he venido a hablar a su majestad de este asunto, ha sido porque la gente me ha asustado y me he dicho: «Voy a hablar con el rey, a ver si quiere hacer lo que su sierva le pide, escuchándola y librándola del hombre que quiere arrancarnos a mí y a mi hijo juntos de la heredad de Dios». Esta sierva tuya pensó: «Que la palabra del rey, mi señor, nos devuelva la paz, pues el rey, mi señor, es como un enviado de Dios que sabe discernir entre el bien y el mal». Que el Señor, tu Dios, esté contigo. El rey contestó a la mujer: —Por favor, responde sinceramente a mi pregunta. La mujer dijo: —Habla, majestad. El rey le preguntó: —¿No te ha metido Joab en todo este asunto? La mujer respondió: —¡Por tu vida! Su majestad ha acertado plenamente en lo que acaba de decir. Efectivamente ha sido tu siervo Joab quien me ha mandado y el que me ha sugerido todas mis intervenciones. Tu siervo Joab ha actuado así para cambiar la actual situación, pero mi señor tiene la sabiduría de un enviado de Dios y conoce todo lo que sucede en el país. Luego el rey dijo a Joab: —Bien, he decidido que vayas y traigas al joven Absalón. Joab se inclinó en tierra, hizo una reverencia, bendijo al rey y dijo: —Ahora sé que cuento con tu favor, majestad, pues me has concedido este deseo. Joab se incorporó, partió hacia Guesur y trajo a Absalón a Jerusalén. Pero el rey dijo: —Que se retire a su casa y que no se presente ante mí. Entonces Absalón se fue a su casa, sin presentarse ante el rey. No había en todo Israel hombre tan alabado por su belleza como Absalón: de pies a cabeza no tenía un solo defecto. Cuando se cortaba el pelo, cosa que hacía de año en año porque le pesaba mucho, el cabello de su cabeza pesaba más de dos kilos en la balanza real. Absalón tuvo tres hijos y una hija, llamada Tamar, que era muy hermosa. Absalón vivió en Jerusalén durante dos años sin ver al rey. Absalón mandó llamar a Joab para enviarlo al rey, pero Joab no quiso acudir. Lo volvió a llamar por segunda vez y tampoco quiso. Entonces ordenó a sus criados: —Mirad, Joab tiene una parcela de tierra junto a la mía que está sembrada de cebada. Id a prenderle fuego. Los criados de Absalón prendieron fuego a la parcela. Joab fue inmediatamente a casa de Absalón y le preguntó: —¿Por qué tus criados han prendido fuego a mi parcela? Y Absalón le respondió: —Mira, te he mandado llamar para que vinieras y fueras a decirle al rey: «¿Para qué he vuelto de Guesur? ¡Era preferible seguir allí!». Ahora, quiero ver al rey y, si soy culpable, que me mate. Joab fue a informar al rey. Luego el rey llamó a Absalón y, cuando este llegó ante el rey, le hizo una reverencia postrado en tierra. Entonces el rey abrazó a Absalón.

2 SAMUEL 14:1-33 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Joab, hijo de Seruiá, sabía que el rey echaba mucho de menos a Absalón, así que mandó traer de Tecoa a una mujer muy astuta que allí vivía. Le dijo: “Finge que estás de duelo y vístete de luto; y no te pongas perfume, pues debes parecer una mujer que durante mucho tiempo ha estado de luto por algún muerto. Luego preséntate ante el rey y repite exactamente lo que te voy a decir.” Luego que Joab le dijo lo que tenía que repetir, aquella mujer de Tecoa fue ante el rey, e inclinándose hasta tocar el suelo con la frente en señal de reverencia, le dijo: –¡Dígnese Su Majestad ayudarme! –¿Qué te pasa? –le preguntó el rey. Ella respondió: –Yo soy viuda, mi marido ha muerto, y dos hijos que tenía esta servidora de Su Majestad tuvieron una pelea en el campo; y como no hubo quien los separara, uno de ellos hirió al otro y lo mató. Y ahora todos mis parientes se han puesto en contra mía y quieren que yo les entregue al que mató a su hermano, para vengar la muerte del que fue asesinado y al mismo tiempo quitar de en medio al único heredero. Así van a apagar la única brasa que me ha quedado, y van a dejar a mi marido sin ningún descendiente que lleve su nombre en la tierra. Entonces el rey respondió a la mujer: –Vete a tu casa, que yo voy a dar órdenes en favor tuyo. La mujer le contestó: –Mi rey y señor, si alguien ha de cargar con la culpa, que seamos yo y mi familia paterna, pero no Su Majestad ni su gobierno. El rey contestó: –Al que te amenace, tráemelo, y no volverá a molestarte más. Pero ella insistió: –¡Ruego a Su Majestad que invoque al Señor su Dios, para que el pariente que quiera vengar la muerte de mi hijo no aumente la destrucción matándome también al otro! El rey afirmó: –¡Te juro por el Señor que no caerá al suelo ni un pelo de la cabeza de tu hijo! Pero la mujer siguió diciendo: –Permita Su Majestad que esta servidora suya diga tan solo una palabra más. –Habla –dijo el rey. Entonces la mujer preguntó: –¿Por qué, pues, piensa Su Majestad hacer esto mismo contra el pueblo de Dios? Según lo que Su Majestad ha dicho, resulta culpable por no dejar que regrese su hijo desterrado. Es un hecho que todos tenemos que morir; somos como agua que se derrama en el suelo, que no se puede recoger. Sin embargo, Dios no quita la vida a nadie, sino que pone los medios para que el desterrado no siga alejado de él. Ahora bien, si yo he venido a decir esto a Su Majestad, mi señor, es porque la gente me atemorizó. Por eso decidió esta servidora suya hablar, por si acaso Su Majestad aceptaba hacer lo que he pedido. Si Su Majestad me atiende, podrá librarme de quien quiere arrancarnos, a mi hijo y a mí, de esta tierra que pertenece a Dios. Esta servidora suya espera que la respuesta de Su Majestad la tranquilice, pues Su Majestad sabe distinguir entre lo bueno y lo malo, igual que un ángel de Dios. ¡Que Dios el Señor quede con Su Majestad! El rey respondió a la mujer: –Te ruego que no me ocultes nada de lo que voy a preguntarte. –Hable Su Majestad –contestó la mujer. Entonces el rey le preguntó: –¿No es verdad que Joab te ha metido en todo esto? La mujer le dijo: –Juro por Su Majestad que nada hay más cierto que lo que Su Majestad ha dicho. En efecto, Joab, oficial de Su Majestad, es quien me ordenó venir, y él mismo me dijo todo lo que yo tenía que decir. Pero lo hizo con el deseo de que cambien las cosas. Sin embargo, Su Majestad es tan sabio que conoce como un ángel de Dios todo lo que ocurre en el país. Como consecuencia de esto, el rey dijo a Joab: –Mira, ya he resuelto este asunto. Ve y haz que regrese el joven Absalón. Entonces Joab se inclinó hasta tocar el suelo con la frente en señal de reverencia, bendijo al rey y le dijo: –Hoy he podido ver que cuento con el favor de Su Majestad, ya que Su Majestad ha hecho lo que este servidor suyo le sugirió hacer. En seguida Joab se levantó y fue a Guesur para traer a Absalón a Jerusalén. Pero el rey ordenó que se fuera directamente a su casa y no se presentara ante él; por tanto, Absalón se fue a su casa sin ver al rey. En todo Israel no había un hombre tan bien parecido como Absalón, y tan alabado por ello. De pies a cabeza no tenía defecto alguno. Cuando se cortaba el pelo, lo cual hacía cada fin de año, porque le molestaba, sus cabellos pesaban más de dos kilos, según el peso real. Absalón tenía tres hijos y una hija llamada Tamar, que era muy hermosa. Durante dos años, Absalón estuvo en Jerusalén sin poder presentarse ante el rey, así que Absalón pidió a Joab que fuera de su parte a visitar al rey; pero Joab no quiso ir. Por segunda vez le pidió Absalón que fuera, pero Joab tampoco fue. Entonces ordenó Absalón a sus criados: –Mirad, el campo de Joab está junto al mío, y lo tiene sembrado de cebada: ¡id y prendedle fuego! Los criados de Absalón prendieron fuego al campo de Joab, que inmediatamente fue a casa de Absalón y le preguntó: –¿Por qué han prendido fuego tus criados a mi campo? Absalón le respondió: –Mandé a pedirte que vinieras, para enviarte a ver al rey y decirle de mi parte que no había razón para que yo regresara de Guesur; que hubiera sido mejor quedarme allá. Yo quiero ver al rey, y si soy culpable de algo, que me mate. Entonces Joab fue a ver al rey y le comunicó lo que decía Absalón, y el rey lo mandó llamar. Absalón, al llegar, se inclinó ante el rey hasta tocar el suelo con la frente. El rey, por su parte, le recibió con un beso.

2 SAMUEL 14:1-33 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Joab hijo de Sarvia se dio cuenta de que el rey echaba mucho de menos a Absalón. Por eso mandó traer a una mujer muy astuta, la cual vivía en Tecoa, y le dijo: ―Quiero que te vistas de luto, y que no te eches perfume, sino que finjas estar de duelo, como si llevaras mucho tiempo llorando la muerte de alguien. Luego Joab le ordenó presentarse ante el rey, explicándole antes lo que tenía que decirle. Cuando aquella mujer de Tecoa se presentó ante el rey, le hizo una reverencia y se postró rostro en tierra. ―¡Ayúdame, oh rey! —exclamó. ―¿Qué te pasa? —le preguntó el rey. ―Soy una pobre viuda —respondió ella—; mi esposo ha muerto. Esta tu sierva tenía dos hijos, los cuales se pusieron a pelear en el campo. Como no había nadie que los separara, uno de ellos le asestó un golpe al otro y lo mató. Pero ahora resulta que toda la familia se ha puesto en contra de esta tu sierva. Me exigen que entregue al asesino para que lo maten, y así vengar la muerte de su hermano, aunque al hacerlo eliminen al heredero. La verdad es que de esa manera apagarían la última luz de esperanza que me queda, y dejarían a mi esposo sin nombre ni descendencia sobre la tierra. ―Regresa a tu casa, que yo me encargaré de este asunto —respondió el rey. Pero la mujer de Tecoa replicó: ―Oh rey, mi señor, que la culpa caiga sobre mí y sobre mi familia, y no sobre el rey ni su trono. ―Si alguien te amenaza —insistió el rey—, tráemelo para que no vuelva a molestarte. Entonces ella le suplicó: ―¡Ruego a mi rey invocar al SEÑOR tu Dios, para que quien deba vengar la muerte de mi hijo no aumente mi desgracia matando a mi otro hijo! ―¡Tan cierto como que el SEÑOR vive —respondió el rey—, juro que tu hijo no perderá ni un solo cabello! Pero la mujer siguió diciendo: ―Permite mi señor y rey a esta tu sierva decir algo más. ―Habla. ―¿Cómo es que intentas hacer lo mismo contra el pueblo de Dios? Al prometerme el rey estas cosas, se declara culpable, pues no deja regresar a su hijo desterrado. Así como el agua que se derrama en tierra no se puede recoger, así también todos tenemos que morir. Pero Dios no nos arrebata la vida, sino que provee los medios para que el desterrado no siga separado de él para siempre. »Yo he venido a hablar con mi señor el rey porque hay gente que me ha infundido temor. He pensado: “Voy a hablarle al rey; tal vez me conceda lo que le pida, librándonos a mí y a mi hijo de quien quiere eliminarnos, para quedarse con la heredad que Dios nos ha dado”. »Pensé, además, que tu palabra me traería alivio, pues mi señor el rey es como un ángel de Dios, que sabe distinguir entre lo bueno y lo malo. ¡Que el SEÑOR tu Dios te bendiga!» Al llegar a este punto, el rey le dijo a la mujer: ―Voy a hacerte una pregunta, y te pido que no me ocultes nada. ―Dime, mi señor y rey. ―¿Acaso no está Joab detrás de todo esto? La mujer respondió: ―Juro por la vida de mi señor el rey que su pregunta ha dado en el blanco. En efecto, fue tu siervo Joab quien me instruyó y puso en mis labios todo lo que he dicho. Lo hizo para disimular el asunto, pero mi señor tiene la sabiduría de un ángel de Dios y sabe todo lo que sucede en el país. Entonces el rey llamó a Joab y le dijo: ―Estoy de acuerdo. Anda, haz que regrese el joven Absalón. Postrándose rostro en tierra, Joab le hizo una reverencia al rey y le dio las gracias, añadiendo: ―Hoy sé que cuento con el favor de mi señor y rey, pues el rey ha accedido a mi petición. Dicho esto, Joab emprendió la marcha a Guesur, y regresó a Jerusalén con Absalón. Pero el rey dio esta orden: «Que se retire a su casa, y que nunca me visite». Por tanto, Absalón tuvo que irse a su casa sin presentarse ante el rey. En todo Israel no había ningún hombre tan admirado como Absalón por su hermosura; era perfecto de pies a cabeza. Tenía una cabellera tan pesada que una vez al año tenía que cortársela; y según la medida oficial, el pelo cortado pesaba dos kilos. Además, tuvo tres hijos y una hija. Su hija, que se llamaba Tamar, llegó a ser una mujer muy hermosa. Absalón vivió en Jerusalén durante dos años sin presentarse ante el rey. Un día, le pidió a Joab que fuera a ver al rey, pero Joab no quiso ir. Se lo volvió a pedir, pero Joab se negó a hacerlo. Así que Absalón dio esta orden a sus criados: «Mirad, Joab ha sembrado cebada en el campo que tiene junto al mío. ¡Id y prendedle fuego!» Los criados fueron e incendiaron el campo de Joab. Entonces este fue en seguida a casa de Absalón y le preguntó: ―¿Por qué tus criados han prendido fuego a mi campo? Y Absalón le respondió: ―Te pedí que fueras a ver al rey y le preguntaras para qué he vuelto de Guesur. ¡Más me habría valido quedarme allí! Voy a presentarme ante el rey y, si soy culpable de algo, ¡que me mate! Joab fue a comunicárselo al rey; este, por su parte, mandó llamar a Absalón, el cual se presentó ante el rey y, postrándose rostro en tierra, le hizo una reverencia. A su vez, el rey recibió a Absalón con un beso.