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1 SAMUEL 26:1-20

1 SAMUEL 26:1-20 La Palabra (versión española) (BLP)

Gentes de Zif llegaron a Guibeá a informar a Saúl: —David está escondido en la colina de Jaquilá, frente al desierto. Entonces Saúl se puso en camino y bajó al desierto de Zif con tres mil hombres de lo más selecto de Israel para buscar allí a David. Saúl acampó en la colina de Jaquilá, frente al desierto, al lado del camino. Pero David, que vivía en el desierto, se enteró de que Saúl había venido a perseguirlo al desierto y envió espías para investigar dónde estaba Saúl. Entonces David fue hasta el lugar donde estaba acampado Saúl e inspeccionó el sitio donde estaban acostados Saúl y Abner, el hijo de Ner, general de su ejército. Saúl estaba acostado dentro del recinto y la gente acampaba a su alrededor. David consultó con Ajimélec, el hitita, y con Abisay, hijo de Seruyá y hermano de Joab y les preguntó: —¿Quién está dispuesto a bajar conmigo al campamento de Saúl? Y Abisay respondió: —Yo bajaré contigo. David y Abisay llegaron, pues, hasta donde estaba la tropa. Saúl dormía acostado dentro del recinto, con su lanza clavada en el suelo junto a la cabecera. Abner y la tropa estaban acostados a su alrededor. Abisay dijo a David: —Dios pone hoy a tu enemigo en tus manos. Déjame, pues, que lo clave en tierra de una sola lanzada y no habrá que rematarlo. Pero David respondió a Abisay: —No lo mates, porque no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor. Y añadió: —¡Vive Dios, que habrá de ser el Señor quien lo hiera, o cuando le llegue la hora de la muerte, o cuando caiga y perezca al entrar en combate! ¡El Señor me libre de atentar contra su ungido! Así que toma la lanza que está a su cabecera y la cantimplora, y vámonos. David tomó la lanza y la cantimplora de la cabecera de Saúl y se marcharon, sin que nadie los viese, ni se enterase, ni despertase. Todos estaban dormidos, pues el Señor los había hecho caer en un profundo sueño. David cruzó al lado opuesto, se detuvo lejos, en la cima del monte, dejando una buena distancia entre ellos y gritó a la tropa y a Abner, el hijo de Ner: —Abner, respóndeme. Abner respondió: —¿Quién eres tú para gritar al rey? David le dijo: —Tú, que eres el hombre más aguerrido de Israel, ¿cómo es que no has protegido al rey, tu señor, cuando un cualquiera ha ido a matarlo? No está bien lo que has hecho. Vive Dios que merecéis la muerte por no haber protegido a vuestro señor, al ungido del Señor. ¡Mira, si no, dónde están la lanza del rey y la cantimplora que había a su cabecera! Entonces Saúl reconoció la voz de David y le dijo: —¿Es esa tu voz, David, hijo mío? David respondió: —Sí, es mi voz, majestad. Y añadió: —¿Por qué persigue mi señor a este siervo suyo? ¿Qué he hecho yo? ¿Qué delito he cometido? Ruego a mi señor, el rey, que se digne escuchar las palabras de su siervo. Si es el Señor quien te empuja contra mí, se aplacará con una ofrenda; pero si son los hombres, ¡que el Señor los maldiga! Porque hoy me expulsan y me impiden participar en la herencia del Señor, mandándome a servir a otros dioses. Que no caiga, pues mi sangre por tierra, lejos de la presencia del Señor, ya que el rey de Israel ha salido en busca de una simple pulga, como si fuese a cazar una perdiz en el monte.

1 SAMUEL 26:1-20 Reina Valera 2020 (RV2020)

Llegaron, pues, los zifeos adonde estaba Saúl, en Gabaa, y le dijeron: —¿No está David escondido en el collado de Haquila, al oriente del desierto? Entonces Saúl, junto con tres mil hombres escogidos de Israel que le acompañaban, se levantó y descendió al desierto de Zif, para buscar a David. Acampó Saúl en el collado de Haquila, que está junto al camino, al oriente del desierto. Andaba David por el desierto, y advirtió que Saúl estaba en aquella zona persiguiéndole, entonces envió unos espías, y supo con certeza que Saúl había llegado. Se levantó luego David y fue al sitio donde Saúl había acampado. Observó el lugar donde dormían Saúl y Abner hijo de Ner, general de su ejército. Estaba Saúl durmiendo en el campamento, y el pueblo acampaba a su alrededor. Entonces David dijo a Ahimelec, el heteo, y a Abisai, hijo de Sarvia, hermano de Joab: —¿Quién descenderá conmigo al campamento donde está Saúl? Abisai dijo: —Yo descenderé contigo. David y Abisai fueron, pues, de noche adonde estaba el ejército. Saúl se hallaba recostado y dormía en el campamento, con su lanza clavada en tierra a su cabecera; Abner y el ejército estaban tendidos alrededor de él. Entonces dijo Abisai a David: —Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tus manos; ahora, pues, déjame que lo hiera con la lanza: lo clavaré en tierra de un golpe, y no le hará falta un segundo golpe. David respondió a Abisai: —No lo mates; porque ¿quién extenderá impunemente su mano contra el ungido del Señor? Dijo además David: —¡Vive el Señor!, que si el Señor no lo hiriera (sea que le llegue su día y muera, o descienda a la batalla y perezca), guárdeme el Señor de extender mi mano contra el ungido del Señor. Pero ahora toma la lanza que está a su cabecera y la vasija de agua, y vámonos. Se llevó, pues, David la lanza y la vasija de agua de la cabecera de Saúl y se fueron. No hubo nadie que los viera, ni se diera cuenta, ni se despertara, pues todos dormían; porque había caído sobre ellos un profundo sueño enviado por el Señor. Luego pasó David al lado opuesto y se puso en la cumbre del monte, a lo lejos, de manera que había una gran distancia entre ellos. Y gritó David al pueblo y a Abner hijo de Ner: —Abner, ¿puedes oírme? Abner respondió: —¿Quién eres tú que gritas al rey? Entonces dijo David a Abner: —¿No eres tú un hombre? ¿Quién hay como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has guardado al rey, tu señor? Porque uno del pueblo ha entrado a matar a tu señor el rey. Esto que has hecho no está bien. ¡Vive el Señor!, que sois dignos de muerte, porque no habéis guardado a vuestro señor, al ungido del Señor. Mira ahora dónde está la lanza del rey y la vasija de agua que tenía a su cabecera. Reconoció Saúl la voz de David, y dijo: —¿No es esta tu voz, David, hijo mío? David respondió: —Sí, es mi voz, rey y señor mío. Y añadió: —¿Por qué persigue así mi señor a su siervo? ¿Qué he hecho? ¿Qué mal hay en mis manos? Ruego, pues, que el rey, mi señor, oiga ahora las palabras de su siervo. Si es el Señor quien te instiga contra mí, que acepte él la ofrenda; pero si son los hombres, malditos sean ellos en presencia del Señor, porque me han expulsado hoy para que no tenga parte en la heredad del Señor, y así me han dicho: «Ve y sirve a dioses ajenos». Que no caiga, pues, ahora mi sangre en tierra delante del Señor, porque ha salido el rey de Israel a buscar una pulga, como quien persigue una perdiz por los montes.

1 SAMUEL 26:1-20 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Los habitantes de Zif fueron a Guibeá a ver a Saúl, y le dijeron: “David está escondido en la colina de Haquilá, frente al desierto.” Entonces Saúl se puso en marcha, acompañado de tres mil de los mejores soldados israelitas, y se fue al desierto de Zif en busca de David. Acampó en la colina de Haquilá, que está junto al camino y frente al desierto. Pero David, que se hallaba en el desierto, se dio cuenta de que Saúl le había seguido hasta allí, así que envió espías para saber hasta dónde había llegado Saúl. Después fue hasta el lugar en que Saúl había acampado, y se fijó en dónde dormían Saúl y Abner, el hijo de Ner, que era jefe del ejército de Saúl. Resultó que Saúl dormía dentro del campamento, rodeado de su gente. Entonces David habló con Ahimélec el hitita y con Abisai, que era hijo de Seruiá y hermano de Joab, y les preguntó: –¿Quién está dispuesto a bajar conmigo al campamento para llegar hasta Saúl? –Yo bajaré contigo –respondió Abisai. Aquella misma noche, David y Abisai fueron al campamento. Saúl estaba durmiendo dentro del campamento, y a su cabecera tenía su lanza hincada en tierra. Abner y la tropa estaban acostados alrededor de él. Entonces dijo Abisai a David: –Dios ha puesto hoy en tus manos a tu enemigo. Déjame que lo mate ahora y que lo clave en tierra con su propia lanza. Un solo golpe será suficiente. Pero David le contestó: –No lo mates, pues nadie que intente matar al rey escogido por el Señor quedará sin castigo. Juro por el Señor que él será quien le quite la vida, ya sea que le llegue la hora de la muerte o que muera al entrar en combate. Que el Señor me libre de intentar matar al rey que él ha escogido. Así que toma la lanza que está a su cabecera, y la jarra del agua, y vámonos. De esta manera David tomó la lanza y la jarra del agua que estaban a la cabecera de Saúl, y se fueron. Nadie los vio ni oyó; nadie se despertó, porque todos estaban dormidos, pues el Señor hizo que cayeran en un profundo sueño. Después David pasó al otro lado del valle y se puso sobre la cumbre de un monte, a cierta distancia. Entre ellos quedaba un gran espacio. Entonces David llamó en alta voz a Abner y al ejército: –¡Abner, contéstame! Abner respondió: –¿Quién eres tú para gritarle al rey? David le dijo: –¿No eres tú ese hombre a quien nadie en Israel se le puede comparar? ¿Cómo es que no has protegido a tu señor el rey? Uno del pueblo ha entrado con intenciones de matarlo. No está bien lo que has hecho. Yo os juro, por el Señor, que merecéis la muerte, pues no habéis protegido a vuestro señor, el rey que el Señor ha escogido. ¡Busca la lanza del rey y la jarra del agua que estaban a su cabecera, a ver si las encuentras! Saúl, reconociendo la voz de David, exclamó: –¡Pero si eres tú, David, hijo mío, quien me habla! David contestó: –Sí, Majestad, soy yo. Pero, ¿por qué persigue Su Majestad a este servidor suyo? ¿Qué he hecho? ¿Qué mal he cometido? Yo ruego a Su Majestad que escuche a este siervo suyo: si es el Señor quien ha puesto a Su Majestad en contra mía, ojalá acepte una ofrenda; pero si es cosa de los hombres, que el Señor los maldiga. Porque me han arrojado ahora de esta tierra, que es del Señor, con lo cual me empujan a servir a otros dioses. Yo no quisiera que mi sangre fuera derramada lejos de la presencia del Señor, ¡pero Su Majestad ha salido en busca de una pulga, y me persigue por los montes como a una perdiz!

1 SAMUEL 26:1-20 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Los habitantes de Zif fueron a Guibeá y le dijeron a Saúl: ―¿No sabes, oh rey, que David está escondido en el monte de Jaquilá, frente al desierto? Entonces Saúl se puso en marcha con los tres batallones de hombres escogidos de Israel, y bajó al desierto de Zif en busca de David. Acampó en el monte de Jaquilá, que está frente al desierto, junto al camino. Cuando David, que vivía en el desierto, se dio cuenta de que Saúl venía tras él, envió espías para averiguar dónde se encontraba. Luego se dirigió al campamento de Saúl, y observó el lugar donde dormían Saúl y Abner hijo de Ner, jefe del ejército. Saúl estaba dentro del campamento, y el ejército lo rodeaba. David entonces les preguntó a Ajimélec el hitita y a Abisay hijo de Sarvia, hermano de Joab: ―¿Quién quiere venir conmigo al campamento de Saúl? ―Yo voy contigo —respondió Abisay. David y Abisay llegaron esa noche y vieron a Saúl dormido en medio del campamento, con su lanza hincada en tierra a su cabecera. Abner y el ejército estaban acostados a su alrededor. ―Hoy ha puesto Dios en tus manos a tu enemigo —le dijo Abisay a David—. Déjame matarlo. De un solo golpe de lanza lo dejaré clavado en el suelo. ¡Y no tendré que rematarlo! ―¡No lo mates! —exclamó David— ¿Quién puede impunemente alzar la mano contra el ungido del SEÑOR? Y añadió: ―Tan cierto como que el SEÑOR vive, que él mismo lo herirá. O le llegará la hora de morir, o caerá en batalla. En cuanto a mí, ¡que el SEÑOR me libre de alzar la mano contra su ungido! Solo toma la lanza y el jarro de agua que están a su cabecera, y vámonos de aquí. David mismo tomó la lanza y el jarro de agua que estaban a la cabecera de Saúl, y los dos se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, pues todos estaban dormidos. No se despertaron, pues el SEÑOR los había hecho caer en un sueño profundo. David cruzó al otro lado y se detuvo en la cumbre del monte, de modo que había una buena distancia entre ellos. Entonces llamó al ejército y a Abner hijo de Ner: ―¡Abner! ¿Me oyes? Abner replicó: ―¿Quién le está gritando al rey? David le contestó: ―¿No eres tú el valiente sin par en Israel? ¿Cómo es que no has protegido a tu señor el rey? Te cuento que uno del pueblo entró con la intención de matarlo. ¡Lo que has hecho no tiene nombre! Tan cierto como que el SEÑOR vive, que vosotros merecéis la muerte por no haber protegido a vuestro rey, el ungido del SEÑOR. A ver, ¿dónde están la lanza del rey y el jarro de agua que estaban a su cabecera? Saúl, que reconoció la voz de David, dijo: ―David, hijo mío, ¡pero si eres tú quien habla! ―Soy yo, mi señor y rey —respondió David—. ¿Por qué persigue mi señor a este siervo suyo? ¿Qué le he hecho? ¿Qué delito he cometido? Te ruego que escuches mis palabras. Si quien te mueve en contra mía es el SEÑOR, una ofrenda bastará para aplacarlo. Pero, si son los hombres, ¡que el SEÑOR los maldiga! Hoy me expulsan de esta tierra, que es la herencia del SEÑOR, y me dicen: “¡Vete a servir a otros dioses!” Ahora bien, no dejes que mi sangre sea derramada lejos de la presencia del SEÑOR. ¿Por qué ha salido el rey de Israel en busca de una simple pulga? ¡Es como si estuviera cazando una perdiz en los montes!