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JUAN 12:1-31

JUAN 12:1-31 DHHE

Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado. Allí hicieron una cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa comiendo con él. María, tomando unos trescientos gramos de perfume de nardo puro, muy caro, perfumó los pies de Jesús y luego los secó con sus cabellos. Toda la casa se llenó del aroma del perfume. Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, aquel que iba a traicionar a Jesús, dijo: –¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios, para ayudar a los pobres? Pero Judas no dijo esto porque le importasen los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero, robaba del que allí ponían. Jesús le dijo: –Déjala, porque ella estaba guardando el perfume para el día de mi entierro. A los pobres siempre los tendréis entre vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Muchos judíos, al enterarse de que Jesús estaba en Betania, fueron allá, no solo por Jesús sino también por ver a Lázaro, a quien Jesús había resucitado. Entonces los jefes de los sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque por causa suya muchos judíos se separaban de ellos y creían en Jesús. Al día siguiente, la gran multitud que había acudido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua se enteró de que Jesús llegaba a la ciudad. Entonces cortaron hojas de palmera y salieron a recibirle, gritando: –¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Rey de Israel! Jesús encontró un asno y montó en él, como se dice en la Escritura: “No tengas miedo, ciudad de Sión; mira, tu Rey viene montado en un borriquillo.” Al principio, sus discípulos no comprendieron estas cosas; pero después, cuando Jesús fue glorificado, recordaron que todo lo que le había sucedido era lo que estaba escrito acerca de él. Los que se hallaban con Jesús cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo resucitó, hablaban de lo que habían visto. Por eso salió la gente al encuentro de Jesús, porque se habían enterado de la señal milagrosa hecha por él. Pero los fariseos se decían unos a otros: –Ya veis que así no conseguiremos nada. ¡Mirad, todo el mundo le sigue! Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar a Dios en la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron: –Señor, queremos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús. Jesús les dijo: –Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará. “Siento en este momento una angustia terrible, pero ¿qué voy a decir? ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!” Entonces vino una voz del cielo, que decía: “¡Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez!” Al oir esto, la gente que estaba allí decía que había sido un trueno, aunque algunos afirmaban: –Un ángel le ha hablado. Jesús les dijo: –No ha sido por mí por quien se ha oído esta voz, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo. ¡Ahora va a ser expulsado el que manda en este mundo!

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